Aunque el Valle Sagrado de los Incas ocupa casi toda la atención de la mayoría de los viajeros, no hay que dejar pasar la posibilidad de tomar la ruta opuesta e investigar lo que la zona sur de Cusco ofrece: La Capilla Sixtina Andina, imponentes Terrazas y ruinas Incas y Pre-Incas y coloridos valles y montañas.
Tour del Sur de Cusco
Tomando la carretera que parte de Cusco hacia el sureste en dirección a Urcos hay una serie de paradas que forma un perfecto y variado tour de un día que, teniendo tiempo suficiente para invertir en la región, compensa hacer como primera incursión desde la ciudad.
Y digo lo de primera incursión porque para mí fue muy importante a la hora de planificar los 8 días que pasamos en Cusco y alrededores tener en cuenta el tamaño e importancia de los distintos yacimientos o ruinas que íbamos a visitar, siendo por supuesto el más importante (y por lo tanto ocupando el último lugar en nuestro itinerario) Machu Picchu.
Sonia, una de las chicas que estaba en la recepción de nuestro hotel (Qorichaska, cerca de la Plaza de San Francisco) trabaja también en una agencia de viajes y nos ayudó mucho a decidir a qué sitios ir y cómo.
En concreto, el primer día que llegamos nos habló de esta ruta hacia el sur de la ciudad, que muy poca gente decide tomar, y nos pareció una buena idea para dar pistoletazo de salida a todo lo que queríamos visitar en la región de Cusco.
Iglesia de San Pedro en Andahuaylillas
Lo primero de lo que nos habló Sonia fue de esta iglesia en la pequeña localidad de Andahuaylillas, a la que le llaman la Capilla Sixtina del Perú.
Nos la vendió tan bien que quedamos con mucha curiosidad, así que decidimos que iba a ser la primera parada del recorrido hacia el sur de la ciudad junto con Tipón, Rumicolca y Pikillaqta.
Originalmente planeamos hacerlo todo con combis y colectivos, pero cuando subimos al taxi para ir a la terminal terrestre el taxista nos ofreció hacer el tour completo con él por 100 soles con total control de tiempos por nuestra parte, no pudimos rechazar la oferta.
Es que al ser tres nos salía no mucho más caro que lo que nos íbamos a gastar en transportes… Así que genial.
Saliendo de Cusco, nuestro taxista Germán nos llevó directos hasta Andahuaylillas. El pueblo en sí no tiene gran interés, aunque hay algunas calles con casas de adobe bien conservadas.
Lo realmente importante es la Iglesia de San Pedro, ubicada en la plaza central del pueblo que es también la zona más bonita.
El aspecto exterior de la iglesia es cuco pero modesto, de estilo renacentista, y no tiene absolutamente nada que ver con su interior, que es una fiesta y explosión de decoración barroca, preciosos artesonados y una infinidad de murales.
No se podía hacer ninguna fotografía en su interior (ni en ningún otro edificio religioso de Cusco… un poco petardos me parece a mí) pero realmente nos impactó bastante a los tres (y eso que en el tema de ver iglesias ya estábamos curtidos).
El nivel de detalle de las pinturas murales y los artesonados del techo es exquisito, y además en su interior están los órganos más antiguos de toda América.
Rumicolca: La Entrada a un Viejo Imperio
Finalizada la visita a la iglesia, llegaba el momento de empezar con nuestro primer recorrido por las ruinas Incas y pre-Incas de la región de Cusco.
La primera parada (a menudo ignorada incluso por los visitantes que toman el recorrido del sur de Cusco, y eso que es gratuita) fue el enorme portalón defensivo de Rumicolca.
Originalmente fue construido por los Wari y hacía a la vez de entrada y frontera de su imperio. Posteriormente, se convirtió en un punto de control para regular el flujo de gente que entraba al Valle de Cusco.
Por supuesto, los Incas aprovecharon la estructura original y la mejoraron aún más, consiguiendo que aún hoy en día se conserve hasta una altura de 12 metros.
La visita no requiere más que 10 minutos para dar una vuelta y atravesar el pasaje, convirtiéndonos así en antiguos visitantes que se adentraban en la inmensidad del Valle.
Pikillaqta: La Ciudad Wari
Las ruinas de Pikillaqta son probablemente las ruinas pre-Inca más grandes e importantes de la zona. Como están situadas fuera de la ruta más machada, se pueden visitar tranquilamente sin el tremendo gentío que se suele encontrar en el circuito del Valle Sagrado.
La entrada está incluida en el Boleto Turístico y yo creo que realmente vale la pena desplazarse hasta esta zona para dar un buen paseo por este enorme yacimiento.
Nosotros pasamos por aquí antes de visitar las ruinas de Cusco, las del Valle Sagrado o Machu Picchu, y realmente es una buena opción para ir haciendo la visita tanto en orden cronológico como de impacto visual y de nivel de ingeniería.
Nuestro taxista Germán nos llevó hasta la entrada (situada a 3250 msnm) después de haber pasado por Rumicolca (a poco más de 1 km de distancia). Poco a poco fuimos adentrándonos a nuestro ritmo por este gran centro administrativo y de culto de los Wari, que alcanzó su esplendor entre los siglos VI d.C y IX d.C.
El nombre proviene del quechua y literalmente significa «pueblo de las pulgas», aunque puede que quiera decir realmente «pueblo pulga» o «pueblo pequeño«.
Y eso que de pequeño no tiene nada… Basta entrar en el recinto y llegar al mapa que explica sus 4 sectores para darse cuenta del tamaño del lugar.
En el primer sector, lado oeste, hay 500 qolqas (estructuras semicirculares distribuidas en largas calles).
El segundo sector (más al norte), está dividido por una calle transversal y cuenta con 80 construcciones arquitectónicas de aposentos de forma rectangular.
El sector 3 está formado por más de estas estructuras rectangulares (llamadas Kanchas); en concreto más de 120.
Y, por último, el cuarto sector está en el lado sur y es donde se encuentra la Plaza Mayor.
Durante la hora y media que pasamos caminando por los vestigios de la civilización Wari no nos encontramos prácticamente a nadie y cuando nos fuimos seguía sin haber mucha gente.
¡Un auténtico privilegio!
Tipón: Terraceo que te Veo
Las ruinas de Tipón (las más cercanas a Cusco dentro de este recorrido por la zona sur de la región) son una auténtica joya de diseño arquitectónico y de ingeniería.
Para ir sin taxi hay que llegar al pueblo de Tipón (hay colectivos desde Cusco) y después intentar encontrar un coche privado o pegarse una nada desdeñable caminata carretera arriba durante al menos 45 minutos…
Nosotros nos alegramos mucho de haber cogido nuestro taxi privado cuando vimos todo lo que había que subir para llegar a la entrada del yacimiento (que, por supuesto, está también incluido en el Boleto Turístico).
Visitar Tipón requiere hacer pierna, porque se quiera ver solo la parte principal o el conjunto entero… ¡hay que subir!
Desde la entrada, se puede acceder por el lado izquierdo o por el derecho. Yo creo que es mejor acceder por la izquierda ya que el circuito se completa de manera más cómoda y progresiva, sin tener que andar continuamente de un lado a otro.
Lo primero que se ve son las ruinas más bajas, que forman sin duda una vista más que impresionante: enormes terrazas Inca para la agricultura (¡las primeras de muchas que veríamos en el viaje!) irrigadas por canales de piedra aún en funcionamiento.
El nivel de conservación de toda esta parte es alucinante y se debe en parte a lo bien escondidas que están en lo alto del Valle de Huatanay.
Toda esta parte está construida a partir de una fuente (la Fuente Ceremonial) que recibe el agua por unos conductos subterráneos que vienen de la parte más alta de las ruinas.
Junto a la fuente, hay un camino que lleva a la zona llamada Kancha Inca, donde se conservan una serie de paredes con ventanas probablemente de algunas construcciones destinadas a viviendas.
La mayoría de los visitantes (que tampoco es que sean demasiados en comparación a los sitios más típicos) se conforman con descubrir esta primera parte de las ruinas, pero quien tenga aliento y ganas de explorar un poco más se encontrará con grandes sorpresas camino arriba.
Para empezar, la vista de las terrazas que hay subiendo por las empedradas escaleras de todo el reciento de las terrazas es formidable…
… y va mejorando a medida que ganamos altura. En condiciones «normales» (es decir, no a tres mil y picos metros de altitud) no creo que estas escaleras supusiesen un esfuerzo tremendo para la mayoría de la gente, pero al estar tan altos hay que tomarse los esfuerzos con más calma y tranquilidad.
La zona a la que se llega se conoce como Intiwatana, y está construida junto a una enorme roca volcánica.
Lo más impresionante de llegar hasta lo alto (además de las vista de todo el conjunto de Tipón y el valle) es la posibilidad de caminar por el templo por el que fluye el agua que viene de lo alto de las montañas.
Supuestamente a partir de aquí se puede seguir subiendo para llegar a una zona de terrazas Inca no restauradas que aún son utilizadas por la gente local.
Yo cogí el pequeño acueducto y lo seguí ladera arriba durante un buen rato, pero cada vez que salvaba una pequeña colina me sorprendía al ver que el acueducto seguía subiendo y subiendo, así que llegó un punto en el que decidí parar porque tampoco tenía conocimiento de si realmente esas ruinas iban a valer la pena.
Lo que sí que valió la pena fue Tipón en su totalidad. Entre unas cosas y otras estuvimos casi 2 horas descubriendo el poder de la ingeniería Inca.
Tipón fue la última parada del tour de un día que hicimos por el sur de Cusco y nos dejó con ganas de seguir adentrándonos en las ruinas Inca de la región.
De camino a Cusco hablamos con Germán y quedamos para el día siguiente para hacer con él una parte del Valle Sagrado, ya que aunque se puede abarcarlo todo en un día y es lo que la mayoría de la gente hace en los tours organizados, nos daba la impresión de que iba a ser demasiado, así que optamos por dividirlo en dos.
Vinicunca: La Gran Sorpresa
Después de una semana en Cusco, habíamos pateado la ciudad y sus ruinas más cercanas, el tour de las ruinas del sur, el Valle Sagrado y Machu Picchu, pero nos quedaba un octavo día entero para relajarnos ya que el vuelo a Lima no salía hasta las 8 de la tarde.
El día anterior a ese octavo día llegamos a Cusco de Machu Picchu (en el chucu-chú hiper-caro tren) a las 12 de la noche y, hay que decirlo, algo cansados físicamente de tanto pateo y recorrido.
Peeero… las cabras tiran al monte y, como la aventura de Perú estaba llegando a su fin, decidí utilizar ese día para embarcarme en una caminata que a priori había decidido no hacer: La Montaña de los Siete Colores o Arco Iris (aunque realmente se llama Vinicunca o Winikunka).
La Montaña de los Siete Colores
Contraté el tour con la empresa para la que trabaja Sonia, la chica de la recepción de nuestro hotel que tanto nos había ayudado a preparar y seleccionar las salidas que habíamos hecho por el valle.
Ella es una trabajadora formidable, amable y con muchos recursos, pero me da la impresión que su empresa (Andean Trekking Peru) no trabaja con la gente correcta ya que después de haber tenido una mala experiencia en el viaje de Cusco a la Hidroeléctrica (de lo que hablaré en la entrada de Machu Picchu), aquí volvió a pasar algo parecido.
La noche anterior al tour entramos por la puerta del hotel a las 00:30 y la furgoneta del tour que me llevaría a Vinicunca supuestamente iba a recogerme a las 04:00. Por lo tanto mucho no dormí, pero lo fastidioso fue que me tuvieron esperando más de una hora (salimos de la ciudad a las 05:15) por unos motivos que no quedaron del todo claro y que no tuvieron en ningún momento compensación.
En fin, que llegamos al parking de la montaña una hora más tarde de lo previsto, y eso que yo contraté el tour con esta empresa específicamente porque me garantizaron que íbamos a salir y llegar muy temprano…
Además, una vez allí nos enteramos de que teníamos que pagar un ticket de acceso al camino de 10 soles del que en ningún momento se nos había hablado (¡hay que tener mucho ojo con las empresas de tours de Cusco!).
Todo este retraso hizo que yo decidiese pasar del guía y del resto de la gente del tour y hacer el camino a mi paso porque no me quería perder la oportunidad de llegar también al Valle Rojo.
El parking se encuentra a unos 4600 metros de altitud y se llega por una pista que sale de Cusipata. El mirador de la montaña está por encima de los 5000 metros de altitud, por lo que el desnivel tampoco es excesivo y es bastante progresivo hasta el último tramo.
Eso sí, hay que tener en cuenta la altitud… El guía dijo que tardaríamos una hora y media pero la realidad es que la mayoría de la gente necesitó casi dos horas para llegar a lo alto del mirador. De esto me enteré a la vuelta, porque nada más llegar yo puse rumbo fijo a mi aire para caminar los 4 km que había hasta el mirador.
Aunque había mucha, pero mucha gente (parece ser que es ya el segundo destino turístico de Perú, desbancando así al Cañón del Colca) el camino es realmente precioso.
El valle por el que va la senda es especialmente colorido y, a pesar del cambio climático, aún quedan restos de nieves perpetuas.
De hecho, la propia montaña de colores estaba cubierta completamente por nieve hasta hace 15 años, y solo se descubrió su colorido cuando las nieves se derritieron.
Los primeros dos tercios del camino los hice muy bien. A buen ritmo y con paso constante, caminando junto a los locales que ofrecían caballos para hacer el recorrido y adelantando a mucha gente.
Es el último tercio el que resulta más intenso porque se agudiza bastante la pendiente y la altitud se nota a cada paso… pero bueno, aún así hice el camino completo desde el parking hasta lo alto del mirador en 1 hora.
He de decir que el paisaje me sorprendió gratamente. Inicialmente no tenía pensado hacer esta excursión. Estaba cansado de ver miles de fotos por Internet de la montaña en las que se notaba el uso excesivo de filtros. ¡Rcuerdo algunas en las que había amarillo y azul tan vivos que parecían trozos de plastidecor!
Pero la verdad es que la montaña es verdaderamente bonita con su colorido original y natural. Y si yo, que soy Mr. Daltónico, me quedé impresionado, supongo que la mayoría de los mortales lo disfrutará de una forma aún más intensa.
Aprovechando que tenía tiempo de sobra para disfrutar del momento, me quedé un buen rato en el mirador disfrutando de las vistas tanto de la montaña como del valle…
… y, porqué no, haciéndome la foto-turista que aún no había hecho en todo el viaje: ¡con las alpacas!
Uno de los señores que tenía alpacas para fotografiar me pareció muy majo y entrañable y además en vez de pedir un precio por fotografiarse con las susodichas pedía simplemente la voluntad, así que decidí hacerme las fotos con las suyas.
Después le di 5 soles (más de lo que suelen pedir) y se quedó más contento que unas castañuelas.
Tras media hora por encima de los 5000 metros de altitud me di cuenta que había superado la altitud máxima a la que había estado en toda mi vida. Mi máximo se situaba hasta entonces en los 4986 metros de Tsergo Ri, en Nepal, y la diferencia fundamental es que en el Himalaya necesité 5 días de trekking para llegar hasta esa cima y en Perú… ¡poco más de 3 horas de coche y 1 hora de caminata!
Qué poco honor en esta superación… jajaja.
El Valle Rojo
Decidido a continuar hasta el Valle Rojo, comencé el descenso y tuve la suerte de encontrarme con el guía. Le comenté que me iba hasta el mirador del Valle Rojo y me dijo que hacía muy bien, que desde su punto de vista era aún más impresionante que la Montaña de los Colores y que a mi paso iba a tener tiempo de sobra para llegar y disfrutarlo.
Sin darle más vueltas, descendí un trozo del camino que había subido para coger el desvío a la izquierda que lleva a lo alto de otra colina y da acceso a este otro mirador (en todo momento se ve claramente el desvío y el camino).
Desde lo alto del mirador de la Montaña de Colores no tardé ni 45 minutos en llegar al mirador del Valle Rojo, con la sorpresa de pasar por un punto de control en medio de la nada en el que tuve que pagar 20 soles… en fin, ¡no pierden la oportunidad de facturar!
Aunque llegué a lo alto farfullando un poco porque no me pareció del todo apropiado tener que volver a pagar, las vistas hicieron que se me olvidase todo y me quedase boquiabierto.

Alucinando con el valle
¡Pero qué maravilla de colorido!
No me extraña que le llamen el Valle Rojo, porque realmente la intensidad del color es alucinante.
Y no solo las montañas que son rojas, sino la combinación completa junto con los tonos verdes, amarillentos, las nubes blancas y el cielo azul.
Me pareció un auténtico regalo de la naturaleza para los sentidos.
Aquí el cartel decía que estábamos a 5069 metros (y que el mirador se llama Hatun Rit’iyoq), así que sin quererlo acababa de superar en otros 40 metros mi máximo personal de altitud.
Según mis cálculos tenía hasta las 12 en punto para quedarme en el mirador porque el guía nos había dicho que estuviésemos en la furgoneta a las 12:30 y teniendo en cuenta que desde donde estaba era todo descenso y la distancia de poco más de 3 km, iba a llegar en un periquete.
Estando ensimismado y haciendo fotos ahí en lo alto, conocí a Sara y Rubén, dos aventureros que llevan ni-me-acuerdo-de-cuántos-meses viajando y que escriben en el blog Visado Infinito.
Me parecieron gente estupenda, animada y muy transparentes. ¡Ojalá volvamos a coincidir en algún lugar del mundo (o incluso en España)!.
Con ellos pasé la última parte de la visita a este rincón del mundo tan exótico.
Una vez en el parking, los de mi furgoneta tuvimos que esperar media hora por dos ingleses que se habían perdido… Y mira que es complicado, porque el camino de ida y vuelva es exactamente el mismo y hay cientos de personas en flujo continuo, pero bueno…
Aún así, llegué con tiempo de sobra al aeropuerto de Cusco. A las 16:30 me dejaron allí y media hora más tarde aparecieron mi madre y Rosalía que habían dedicado el día a dar unos buenos paseos de despedida por la ciudad.
El viaje para todos se acercaba al final, pero aún nos quedaba una última parada exprés conjunta en Lima, y a mí la incursión en la Selva Amazónica.
Pero eso corresponde a otra etapa del viaje… 😉