El primer día de esquí me sirvió para familiarizarme con el entorno, con las temperaturas más frías de mi vida, y para hacer piña con el estupendo grupo internacional con el que compartí esta formidable semana de esquí.
ETAPA 1 – Ruta Circular en el Parque Nacional de Hossa
- Distancia: 20 kilómetros
- Inicio y Final: Rajakartano
- Sitios de Interés: Rajakartano, Hossa Visitor Centre, Lagos Öllöri y Hossanlahti, Kukkarolampi, Granja de Renos
Amanecí a las 8 de la mañana después de un intenso sueño reparador. Recargado de energía y ganas por comenzar mi tercera semana de esquí de fondo en Finlandia (¡tres años después de la última vez!), cometí la imprudencia de abrir la puerta de casa para comprobar la temperatura que marcaba el termómetro sin las capas de ropa necesarias para lo que me esperaba fuera.
¡32 grados bajo cero! ¡Socorro!
Nunca había experimentado nada por debajo de los 20 bajo cero. Sin duda, a pesar de que la ruta de este año iba a ser mucho más sencilla que las que había hecho en Urho Kekkonen e Ylläs-Pallas-Ounastunturi en cuanto a distancia recorrida, la temperatura iba a suponer en sí misma toda una nueva experiencia.
Rápidamente, me puse todas las capas habidas y por haber para no congelarme en el pequeño trayecto que debíamos caminar desde nuestro alojamiento hasta el Hossan Lomakeskus, un camping llevado por unos franceses donde teníamos reservado el desayuno-buffet para los dos primeros días.
A las 8.30, cuando salimos de casa, la temperatura había «subido» hasta los -26ºC. Aún así, le llegaba.
Fuimos caminando por la anteriormente-conocida-como-carretera, que en invierno es más una pista de nieve.
Fueron poco más de 5 minutos, pero fue tiempo suficiente para que cualquier pelo o trozo de piel que quedase fuera del buff o del gorro se congelase (y me refiero, en el caso del pelo al menos, a congelarse literalmente).
El desayuno fue excepcionalmente variado, como suele ocurrir en estos sitios de esquí. Es importante salir de la zona de confort del desayuno habitual que tomamos en España y pensar más en una comida proteica y energética para tener la energía suficiente que requerirá la actividad física del día.
Si ya la noche anterior, en el poco rato que compartimos antes de ir a nuestras respectivas habitaciones, el grupo me había parecido muy majo; después del desayuno tenía claro que íbamos a disfrutar mucho en los siguientes días: gente viajera y viajada, amena, abierta, divertida y muy sociable.
Vamos, ¡que estaba en mi salsa!
Con las pilas a tope, volvimos a casa para enfundarnos la ropa de esquí, y nos dispusimos a deslizarnos hacia el Hossa Visitor Centre.
El día era muy bonito, con mucha luz, sol, temperatura fresca (muy, muy fresca), mucha naturaleza, mucha nieve y poca gente. En resumen: ¡condiciones óptimas!
Como no podía ser de otra manera, el inicio de la ruta tuvo ya su anécdota, y es que no hay demasiada señalización en esta zona… Nuestro guía, Urpo, nos dijo a mí y a Ulrike que fuésemos delante porque parecía que íbamos más rápido, pero no nos dejó muy claro dónde teníamos que desviarnos o esperar.
Durante 5 minutos seguimos lo que a nosotros nos parecía el camino lógico según la huella para los esquís, pero llegó un momento en el que todo nos parecía demasiado tranquilo, así que decidimos parar a esperar al resto del grupo mientras conversábamos sobre viajes al Himalaya y de esquí en general.
Pronto nos dimos cuenta de que por donde estábamos no iba a aparecer nadie más. ¡Menos de 10 minutos desde que habíamos empezado y ya estábamos perdidos! Increíble, todo un récord.
Llamamos a Urpo para que nos diese instrucciones, pero con varios desvíos (que todos parecían iguales) y ninguna indicación, de poco nos sirvió. Además, a los dos minutos nuestros móviles se apagaron de manera fulminante a causa de las bajas temperaturas.
No nos quedó más opción que seguir la carretera (literalmente, esquiando por la carretera), hasta encontrar alguna indicación del Hossa Visitor Centre.
La verdad es que estábamos bastante cerca. Casi no pasó ningún coche, pero le preguntamos a uno que iba despacio y nos dijo que continuásemos en la misma dirección, que íbamos bien.
Así que nada, seguimos esquiando por la carretera hasta que encontramos el desvío a la izquierda que marcaba el inicio del Parque Nacional de Hossa, y que nos llevaría hasta el centro de visitantes, aún por la carretera… Todo parecía muy surrealista.
A pesar de todo, llegamos justo a la vez que el resto del grupo, así que por lo menos nuestro despiste no provocó ningún tipo de retraso ni de modificación de planes.
Nos quedó también bastante claro que es necesario tener muy presentes las indicaciones, porque los desvíos no son nada evidentes, y que los móviles pueden ser totalmente inservibles incluso a -15ºC (que es la temperatura que hacía cuando llegamos al Centro de Visitantes).
Después del almuerzo-comida, nos detuvimos todos un rato a estudiar un enorme mapa de la región para localizar los enclaves estratégicos de la ruta. Ahí Urpo nos dio dos opciones: volver esquiando por encima del lago Öllöri (muy llano) o coger un camino que subía una pequeña ladera junto al lago y que llegaba a nuestra casa por un trazado con bastantes sube-y-bajas.
Ulrike y yo nos decidimos por la segunda alternativa. Finlandia es un país bastante llano, y nunca se debe desaprovechar la oportunidad de esquiar por unas buenas cuestas. ¡Ya tendremos tiempo suficiente de encontrarnos con zonas de llanura infinita!
Resultó ser una muy buena decisión. Empezamos los primeros minutos junto al lago con el resto del grupo, hasta que seguimos la huella que ascendía por su esquina noroeste entre muchos árboles.
A partir de ahí, el camino transcurrió rodeados de árboles, siempre con la compañía del lago a nuestros pies y de la luz del sol que se iba colando entre las ramas.
Unos kilómetros de puro contacto con la naturaleza, sin más presencia humana que la nuestra. Este tipo de sensaciones son las que me hacen volver y repetir los viajes de esquí de fondo en el norte de Finlandia.
Tras un rato de subidas y bajadas, nos incorporamos al tramo final común de la huella que nos dejó en nuestra casa de Rajakartano tras 8 kilómetros de recorrido mañanero.
Urpo nos preguntó que queríamos hacer. Para mí la respuesta estaba clara: ¡seguir esquiando! Pero había algo de cansancio, así que la gran mayoría optó por hacer una pequeña ruta corta hacia el sur de nuestro alojamiento. Yo pregunté si era fácil continuar un rato más a mi aire para aprovechar el día, y Urpo me dijo que no había ningún problema.
Así que salimos todos juntos esquiando tranquilamente hacia el lago Hossanlahti, acompañados por la mágica luz del atardecer casi-lapón filtrada entre los árboles.
Después de esquiar un rato por encima del lago, nuestros caminos se dividieron. Mi grupo siguió con el guía completando un pequeño recorrido circular hacia casa, y yo me aventuré hacia el sur para ir hasta Kukkarolampi: un enclave que aparecía en el Maps.Me, pero que no tenía ni idea de lo que iba a ser.
Lo importante es que estaba a una distancia suficiente como para sentirme satisfecho de los kilómetros esquiados al final del día.
Ya a mi ritmo, puse piñón fijo y continúe esquiando por una recta que parecía interminable y que me llevó a una zona remota en la que el único ruido que se escuchaba era el de los pájaros y la suave brisa de aire que soplaba al salir del bosque.
Cuando llegué a Kukkarolampi me encontré con la típica estampa finlandesa de cabaña junto al lago. Lo que ocurría era que en la cabaña no había nadie y el lado estaba, por supuesto, congeladísimo y con una buena capa de nieve polvo encima.
Di un par de vueltas junto a la cabaña y al lago para empaparme bien de la atmósfera del sitio y puse rumbo de vuelta a Rajakartano. Podría haber seguido, pero tampoco quería interrumpir las horas del planning que ya teníamos establecido.
En el camino de vuelta disfruté del inicio de una magnífica puesta de sol, primero por la zona de bosque y, por último, en Hossanlahti.
Lo que no me esperaba al llegar a casa era que iba a estar esperándome un gélido fantasma del pasado.
No recordaba que el lunes era el día en el que teníamos la posibilidad de hacer el «baño-helado» acompañado de la tradicional sauna.
Buff… Me vinieron a la cabeza los recuerdos de 2014 en Kiilopää, cuando me metí en aquel agujero infernal de agua helada y salí corriendo a la sauna pensando que me moría de frío.
Pero ahí estaba otra vez, con la posibilidad de repetir la experiencia, y yo no soy de los que se quedan sin hacer algo para después arrepentirse… Así que… me puse el bañador, me armé de valor, y salí con mi compañero inglés (Kevin) a unos -12ºC en el exterior a meterme en un agujero con agua rondando los 0ºC (o menos, ¡pues la capa de arriba estaba ya congelada!)
Fue intenso, pero sin duda pasará a formar parte de las anécdotas hard-core del viaje.
La gloriosa sauna tradicional en una casa de madera con vistas al lago y la puesta de sol fue mucho más relajante y apacible.
¡Pero qué bien sientan estos planes!
Finalmente, y cuando ya había oscurecido, caminamos un kilómetro y medio hasta una granja de renos local, donde pasamos un agradable rato dándoles de comer.
Son muy, pero muy bonitos, y aunque no se parecen en nada a las vacas, tienen algo que me recuerda a ellas.
O al menos me transmiten la misma sensación de paz y tranquilidad.
Después de juguetear un poco con los renos, y muertos de frío, entramos a la casa principal de la granja, donde nos habían preparado una suculenta cena de guiso de reno y puré de patatas.
El broche final perfecto para un primer día muy interesante, divertido y variado.