El Wadi Rum ha sido la experiencia paisajística por excelencia del viaje de 2 semanas por Oriente Medio: un desierto sobrecogedor, donde es fácil encontrar la paz pero también divertirse.
¿Qué es el Wadi Rum?
Wadi es un término árabe referido a «valles» aunque también puede tener la connotación extra de zona muy árida o seca (lo que cualquier persona llamaría desierto, vamos).
El Wadi Rum es el valle natural más grande de toda Jordania. Está formado por arena y rocas de granito y se encuentra en la zona sur (60 km al norte de Aqaba).
Ha estado habitado por diversas culturas o tribus desde la prehistoria, muchas de las cuales han dejado su marca en forma de pinturas o templos. De todas ellas destacan, sin duda, los Nabateos.
Aún así, no deja de ser curioso que el personaje más famoso conectado al Wadi Rum sea un oficial británico de nombre T. E. Lawrence, que pasó a la historia por su vinculación con la Revuelta Árabe de 1917 y que acabó siendo conocido con el sobrenombre de Lawerence de Arabia.
El área conocida hoy en día como Wadi Rum destaca por su impactante belleza y por albergar el punto más elevado de todo el país (Jabal Umm ad Dami, 1840 m) y también el segundo más elevado (Jabal Ram, 1734 m).
La mayor parte de los Beduinos que lo habitan pertenecen a la tribu Zalabia y han conseguido desarrollar un turismo basado en las principales características del propio desierto (algunos más integrados en la naturaleza que otros).
Para llevarse un buen recuerdo de este impresionante lugar conviene huir de los típicos tours organizados de 2 horas, ya que simplemente llegan a tocar una minúscula parte del potencial del Wadi Rum.
Es posible hacer varias rutas de trekking, pasando por los sitios más destacados, pero son bastante largas y pueden resultar algo tediosas o monótonas.
Yo creo que la opción de quedarse un par de días en uno de estos campamentos beduinos y aprovechar los diferentes tours que ofrecen (buscando siempre el menos masificado) es quizás la forma más práctica de optimizar la visita.
Llegada al Wadi Rum
Unos 100 kilómetros separan Petra del Wadi Rum. Salimos de la joya arquitectónica de los nabateos sobre las 2 de la tarde para llegar puntuales a nuestro encuentro con Nadjah, el dueño del campamento beduino en el que íbamos a alojarnos las dos noches siguientes: Wadi Rum Green Desert (9 JOD por noche y persona, desayuno incluido).
Inicialmente habíamos reservado para una noche pero al llegar a Jordania decidimos ampliar la reserva a dos y tener así más contacto con la gente del desierto y también con su poderosa naturaleza.
La carretera es buena y atraviesa preciosos paisajes (nada que ver con el horror paisajístico y «urbano» por el que habíamos conducido los días anteriores). Es muy sencillo seguir las indicaciones hasta que nos desviamos a una pista que lleva directamente al Centro de Visitantes del Wadi Rum, lugar en el que nos iban a recoger a las 16.00.
Llegamos puntuales y sin ninguna complicación, encontramos sitio para aparcar a la primera y ahí estaba Nadjah con su jeep totalmente démodé esperándonos.
Nos dio muy buena impresión. Parecía un tío muy amable y comprometido con su gente, el lugar y sus clientes.
Primera Noche en el Campamento
Sabíamos que no habíamos reservado un alojamiento de lujo. Queríamos algo sencillo, típico, con gente local y, lo más importante, sin demasiado turisteo; y dimos en el clavo.
La ruta desde el centro de visitantes al campamento fue una especie de trailer sin spoilers de lo que nos esperaría al día siguiente: arena, mucha arena y de varios colores, curiosas formaciones rocosas y sensación de paz y tranquilidad.
Tras unos 20 minutos conduciendo por arena llegamos al Wadi Rum Green Desert Camp. Está formado únicamente por una jaima grande que hace de salón y comedor y 8 jaimas pequeñas para los huéspedes.
¡Tenía una pinta estupenda! La ubicación era inmejorable: ningún otro campamento en kilómetros a la redonda y está situado justo bajo unas enormes rocas que le daban un aspecto recogido y acogedor muy prometedor.
Nos asentamos en nuestras tiendas (Natalia y Cristina en una y yo en otra) y salimos a dar un pequeño paseo.
Estaba nublado y empezaba a escasear la luz, pero nos dejamos llevar por la ilusión de estar en el desierto. Eso sí, caminamos únicamente en línea recta hacia una enorme montaña rocosa para no despistarnos y perdernos (¡era ya lo que nos faltaba!).
Fue un paseo corto pero nos sirvió para abrir el apetito tanto para la cena (ya teníamos hambre) como para el tour de día entero que teníamos programado para el día siguiente.
¡Y además la predicción del tiempo era de sol intenso! Estábamos convencidos de que iba a ser inolvidable.
Volvimos al campamento cuando ya casi no quedaba nada de luz. Hacía bastante fresco (frío incluso), así que pasamos por nuestras tiendas para coger algo más de abrigo y nos fuimos directamente a la «jaima social» para conocer al resto de huéspedes y esperar la cena.
Esa noche estábamos alojados 14 personas: una familia italiana muy divertida, una pareja de belgas muy majos, nosotros, y los que pasarían a ser llamados como «Los V«.
Estos últimos en cuestión eran una familia nórdica (padre, madre y tres hijos) completamente autistas entre ellos y con el resto del mundo. ¡Para nosotros eran como puros alienígenas! Los padres se dedicaban a ponerse en una esquina de la tienda a leer con linternas y auriculares, totalmente aislados del exterior, mientras sus hijos pequeños se buscaban la vida para todo (incluso para servirse la cena).

Los V en plena alienación
En diversas ocasiones nos preguntamos qué estarían buscando en el Wadi Rum, porque ni se relacionaban con los beduinos, ni con los demás huéspedes, ni con sus propios hijos… En fin, típicos misterios surrealistas de los viajes.
Dejando de un lado a Los V, los 9 que quedábamos junto con Nadjah y su séquito tuvimos una velada realmente agradable. Como a nosotros nos gusta la cháchara aprovechamos para conversar con el jefe (es el único que realmente habla bien inglés) sobre los beduinos, la religión, Jordania y el mundo en general.
Parece un tío muy interesante con las ideas muy claras: montó el campamento cuando tenía solo 23 años (ahora tiene unos 33) y quiere mantener el espíritu de un sitio acogedor, familiar, pequeño y sin demasiada gente.
A nosotros desde luego la idea nos parece estupenda.
Mientras esperamos a que se la cena estuviese lista, disfrutamos de la paz y tranquilidad que se respiraba en el lugar, sentados alrededor del fuego central mientras nos iban sirviendo té continuamente.
Todo indicaba que habíamos encontrado lo que estábamos buscando: ¡no podíamos estar más contentos!
Sobre las 8 de la tarde vino Nadjah a avisarnos a todos para que saliésemos a ver cómo y dónde habían cocinado la cena: tienen una especie de cilindro metálico enterrado en la arena en el exterior de la jaima donde meten una estructura metálica con diferentes parrillas en las que colocan distintos tipos de carnes, patatas y vegetales para que se asen con las brasas del fondo del cilindro y el calor acumulado en el suelo del desierto.
Una cena sencilla (10 JOD por persona) pero sabrosísima. Nos pusimos las botas.
Después de cenar, uno de los múltiples primos-ayudantes de Nadjah sacó un laúd y amenizó la velada con canciones tradicionales mientras nos refugiábamos del frío exterior en la jaima y nos trasladábamos a un pasado remoto beduino.
Al cabo de un rato, cambiaron completamente de tercio musical y pusieron música más actual árabe en un altavoz (algo que acabaríamos llamando electro-árabe o beduinetón) y nos atrevimos a bailar con la troupe beduina.
Llevábamos solamente unas horas y ya nos sentíamos completamente adaptados y mimetizados con el entorno y el ambiente.
Finalmente, antes de acostarnos nos quedamos un rato fuera contemplando uno de los cielos estrellados más intensos que recuerdo (equiparable a los había disfrutado en Namibia dos años atrás).
Ya en nuestras respectivas tiendas fuimos conscientes del frío que íbamos a pasar. La temperatura exterior (e interior, porque esas telitas sobre una estructura de tres hierrajos mucho no aíslan) era próxima a los 0 grados y eso el cuerpo lo nota.
Al final acabé durmiendo con toda la ropa de abrigo puesta y, a media noche, decidí auto-momificarme en la manta: la cama era muy larga y la manta enorme, así que la puse extendida en la cama pero doblada por la mitad y fui enrollándome cual phoskitos desde una esquina a otra para acabar mantificado con el mayor número de capas posible.
Gracias a eso pude dormir bien unas cuantas horas y no sufrir en exceso cuando me sonó el despertador a las 6 de la mañana para ver el amanecer.
Día Completo en el Desierto
Un Amanecer de Película
Reconozco que cuando oí que mi móvil sonaba a las 6 de la mañana para recordarme que no debía perderme el amanecer dudé unos segundo si levantarme o no, pero encontré la fuerza para hacerlo.
Ya había bastante luz, aunque el sol aún no había asomado. El campamento estaba tranquilo, casi incluso inerte diría yo, y las nubes que cubrían en su totalidad el cielo el día anterior habían desaparecido.
Cogí la cámara, me calcé, y subí a la roca de la que nos había hablado Nadjah. Estaba a pocos metros de mi tienda y no tardé ni 3 minutos en llegar a lo más alto trepando un poco al estilo cabra.
La vista hacia el horizonte era estremecedoramente preciosa: la combinación de azules, naranjas y sombras parecía artificial de lo intensa que era.
Me asenté en una zona más o menos llana para poder plantar el trípode y hacer algunas fotos a la vez que disfrutaba y saboreaba cada segundo de ese ansiado amanecer.
El sol empezó a asomar por detrás de las lejanas montañas a eso de las 6:30 y no pude apartar la mirada durante los siguientes 15 minutos.
Poco a poco, las tonalidades anaranjadas y rojizas iban comiéndole terreno a los azules y las sombras que dominaban tanto el cielo como la arena.
La naturaleza estaba demostrando todo su poder y yo parecía el único asistente a una función de obra maestra.
A las 7 decidí que ya era momento de volver al campamento. Aún no se había levantado ningún huésped pero Nadjah y su séquito ya estaban activos. Como no había posibilidad de ducha caliente (funciona con energía solar) me fui directamente a hacer la fotosíntesis junto a la jaima grande mientras esperaba a que se levantasen Cristina y Natalia.
Ese ratito expuesto al cálido pero suave sol de la mañana fue una recarga de energía total. Cuando llegaron mis amigas, me sentía como si hubiese dormido 7 horas profundamente.
El desayuno fue fantástico: muy completo y variado, aunque conviene ir de primeros porque cuando algo se termina ya no lo reponen.
Empieza el Tour
El gran atractivo del día era el circuito en 4×4 que teníamos apalabrado para visitar algunos de los sitios más emblemáticos del Wadi Rum, intentando en todo momento huir de las grandes aglomeraciones.
Nos juntamos con la familia italiana y la pareja belga y nos dividimos en dos coches (los dos a un nivel siguiente de démodé, pero nos da exactamente igual… ¡más auténtico!).
Tras superar algún que otro problema de motor que nos trasladó a la aventura vivida en Jerash con la batería de nuestro coche de alquiler, empezamos el recorrido a las 9.30 de la mañana.
Nos acompañaron tres guías que, por diversos motivos, acabaron llamándose ForeverYoung (el del laúd), Sulimán y Freddy (por Mercury). En algún momento supimos cómo se llamaban, pero nos volvimos locos con los nombres de todos los primos y ayudantes de Nadjah, así que optamos por quedarnos con los que las diversas situaciones o parecidos nos sugirieron.
Hacía aún fresco, pero el sol combatía esa sensación con sus rayos intensos que no encontraban ninguna barrera ya que el cielo era puro azul.
Lo primero que nos llamó la atención fue el color rojo de la arena y también el color rojizo de las rocas y montañas (al estilo de Petra, pero algo diferente).
En todo esto influye mucho la luz. Si el día estuviese nublado como cuando llegamos al campamento el día anterior el paisaje habría sido completamente diferente. No necesariamente peor o más feo, pero diferente.
Desde luego el contraste de piedra y arena rojiza con el azulón del cielo del desierto era lo que nosotros habíamos venido a ver… ¡y lo conseguimos!
Hicimos la primera parada en el punto de unión de dos montañas. Aquí se acumula el agua de la lluvia (porque de vez en cuando llueve) formándose una especie de algas o vegetación acuática muy curiosa… y que a la vez da algo de yuyu.
En cada una de las paradas de la ruta nuestro guía principal (Sulimán) nos explicó algo histórico o geológico. No habla inglés como Nadjah pero se le entendía muy bien.
La Roca Champiñón y la Explosión de Color
Seguimos el circuito por el desierto, sin ningún camino marcado y simplemente con la compañía de nuestros guías, los belgas y los italianos.
La segunda parada la hicimos en una inmensa explanada roja en la que destacan dos rocas: la primera por su forma, pues parece un champiñón perfecto esculpido a mano…
… y la segunda una enorme roca-montaña desde la que se tienen unas vistas muy buenas de todo el entorno.
Como no tenemos prisa porque somos nosotros mismos los que marcamos el ritmo, aprovechamos para disfrutar de este pedazo de mundo tan bonito y sin gente para pasear un poco, hacernos alguna foto y asimilar la belleza del desierto.
No deja de ser curioso esto de los desiertos… Desde pequeños nos los presentan como lugares ásperos, inhóspitos, terribles, con condiciones extremadamente adversas y no aptos para la vida.
Es cierto que vivir en un desierto no es mi ideal de vida (y probablemente el de casi nadie), pero desde que visité el desierto de los Kaluts en Kerman (Irán) y, unos meses después, el desierto de Sesriem en Namibia, me di cuenta de lo exótico e impactante que puede llegar a ser la ausencia de agua.
Y ahora estábamos en Jordania, en un nuevo desierto igualmente digno de ser admirado y recordado, y no podíamos sentirnos más afortunados.
Arco de Piedra Umm Fruth
No todo es arena en el Wadi Rum, las rocas o montañas también tienen una importancia incuestionable.
Hay dos arcos muy famosos en la zona: el grande y el pequeño. Para acceder al de mayor tamaño hay que invertir casi una jornada en desplazarse y hacer un trekking (pues está en lo alto de una montaña), pero al segundo se puede acceder fácilmente en 4×4 y subir no representa ninguna dificultad.
En la visita a Umm Fruth fue cuando dejamos de estar completamente solos y empezamos a compartir escenario con otros turistas (muchos españoles).
Aún así, había poca gente por lo que no perdimos la atmósfera zen que llevábamos acumulada y sintonizada desde que nos habíamos levantado.
El arco es muy bonito tanto desde su base como desde arriba. Para subir, hay que seguir un pequeño sendero esculpido en la roca y trepar en algún momento, pero las paredes son tan estrechas que no hay casi ningún riesgo y es muy difícil tropezar o caer.
Una vez arriba, la plataforma resulta ser mucho más ancha de lo que parece al verla desde la base. Incluso alguien con vértigo puede decidirse a vivir la aventura.
Por mi parte, con lo que me gustan las alturas, trepar y hacer el cabra, disfruté como el que más.
Burrah Siq: Un Nuevo Desfiladero
La ruta no se limitaba a «Paseando a Miss Daisy«, ahora nos tocaba caminar un poco. Nuestros guías nos llevaron en coche hasta el inicio del cañón Burrah y nos dijeron que teníamos que atravesarlo en línea recta hasta que nos los encontrásemos al otro lado.
Mientras tanto, ellos darían un rodeo con el coche y empezarían a preparar la comida. La verdad es que el plan me parecía perfecto.
El cañón lucía precioso a esa hora del día. El sol iluminaba tanto la arena como las rocas laterales y todo era una invitación para meternos en su interior.
Caminamos tranquilamente con los belgas y los italianos. No teníamos prisa y caminar por la arena requiere más esfuerzo que por una superficie dura.
Fue un paseo realmente bonito. Pudimos tocar y sentir todos los elementos del desierto sin ningún tipo de presión ni de horario, que es lo que más nos gusta de viajar sin tener la agenda demasiado apretada.
Tras descender por unas piedras, la fisura se abrió casi de golpe y empezamos a ver a lo lejos los coches y a nuestros guías beduinos preparando la comida: alubias con verduras, hummus con pepino y una salsa de berenjena con pan pita.
Muy sencilla y a la vez muy sabrosa. Después de comer, nos tumbamos un rato para relajarnos y absorber una vez más la tranquilidad de la naturaleza.
La Casa de Lawrence (Al-Qsair)
La paz vivida hasta ese momento tenía los minutos contados. Esta parada, aunque realmente grandiosa, perdió parte de su magia por estar en la ruta habitual de los jeeps que traen a los turistas en circuitos organizados a ver cuatro cosas del desierto en 2 horas.
Pero aún así, no hay que saltársela porque las vistas que ofrece sobre el valle son de lo mejor que vimos en todo el día.
Supuestamente, se trata del sitio en el que se estableció durante algún tiempo Lawrence de Arabia, pero más que cualquier resto de casa o construcción lo que realmente impresiona son las piedras y las vistas.
Cuando llegamos había un montón de coches y bastante bullicio, así que optamos por subir directamente a lo más alto ya que no todo el mundo está dispuesto a hacer el esfuerzo.
Al llegar arriba nos alegramos de haber tomado la decisión: ¡estábamos en un punto privilegiado sobre el valle!
Las vistas eran estupendas, dando una tremenda sensación de inmensidad y tamaño. Después de hacer un par de fotos a los elementos naturales, le preguntamos a un chico con una cámara parecida a la mía si nos podía hacer una a los tres…
… y resultó ser de As Corbaceiras en Pontevedra. Casi me muero de la risa. El mundo es un pañuelo y nosotros una plaga de mocos asquerosos que están por todas partes.
Cuando se acababa el tiempo, deshicimos nuestros pasos y volvimos a los 4×4 para reanudar la marcha. Estaba claro que a partir de ese momento iba a ser difícil evitar el mogollón. Teníamos que asumirlo y cambiar el chip.
Petroglifos de Anfashieh y La Chaqueta de Paula
Llegó la hora del mercadillo (bueno, no, pero casi). Paramos en una zona con unas formaciones rocosas muy curiosas decoradas con petroglifos de hace 4000 años representando humanos, animales y grupos de camellos.
El lugar estaba infestado de turistas ruidosos, niños gritando y haciendo el loco y beduinos intentando vender hasta la arena del suelo.
Y es algo que no llego a comprender, porque para ver bien los petroglifos hay que subir a lo alto de una enorme roca no apta para quien no esté mínimanete en forma o dispuesto a dar algún que otro brinco.
Los petroglifos son bastante chulos cuando los ves de cerca, pero no hay nada más destacado en esa parada.
Cuando bajé de la roca, volvimos al coche y nos alejamos del bullicio… para acabar cayendo en un bullicio mayor: El Corte Inglés en rebajas.
Nos detuvimos en un mirador (en teoría) muy bonito para ver el valle desde lo alto y poder subir a una enorme duna de arena y tirarnos por la arena.
A mí todo eso me parece genial (lo de subir por las dunas me pirra y, a priori, era una ida formidable) pero cuando llegamos y vimos el percal, los tres nos miramos con cara de «¡sacadnos de aquí!».
Había turistas como para regalar, y entre ellos varios grupos de españoles ruidosos que parecían estar de despedida de soltero o algo por el estilo. Nos limitamos a escuchar y pasar desapercibidos como si fuésemos totalmente ajenos a la situación.
Uno de ellos (el que había asumido el papel de graciosillo y fotógrafo del grupo) no paraba de gritar: «¡Paula, tu chaqueta!» o «¡Ya tengo el meme del viaje!«.
Fueron frases y situaciones que en el momento nos hicieron bajar la cabeza de vergüenza ajena pero que, posteriormente, nos harían reír hasta llorar recordando la estampa patria.
Yo creo que tango los italianos como los belgas tenían la misma sensación que nosotros: agobio con la gente y cero intención de subir a una duna plagada de niños con TDHHH con sobredosis de azucar. Los guías debieron notarlo y rápidamente volvimos a los 4×4 directos a la última parada antes del anochecer.
Puesta de Sol en el Wadi Rum
El día había comenzado con un inolvidable amanecer y, por lo tanto, tenía que terminar con una bonita puesta de sol para cerrar el ciclo.
Cuando llegamos había ya un montón de gente establecida en diferentes sitios para ver el sol ocultarse bajo las montañas rocosas del desierto. Está claro que ese sitio es el punto-oficial-marca-registrada jordano para ver puestas de sol.
Y estuvo bien, pero tampoco fue memorable. Lo disfrutamos sobre todo por la buena compañía y el té calentito que nos prepararon para entrar en calor (la temperatura iba bajando a velocidad de vértigo).
Fue mucho más bonito el paisaje tras la puesta de sol. Empezaron a aparecer unas nubes a lo lejos que parecían nubes de algodón rosas por los colores que se iban dibujando en el aire.
Mientras babeábamos con la vista, apareció Nadjah en su coche para recoger a los belgas que se iban a pasar la Nochevieja a Aqaba. De paso, nos contó que en esa llanura se habían rodado varias escenas de «Marte«, la película de Ridley Scott protagonizada por Matt Damon.
Y esa es solo una de todas las películas famosas que se han rodado en el Wadi Rum: Lawrence de Arabia, Planeta Rojo, Transformers, Prometheus, Rogue One (Star Wars), Aladdin, Dune, etc.
Fin de Año con los Beduinos
Me resulta casi imposible describir con palabras lo bien que lo pasamos en el Fin de Año que vivimos en el Wadi Rum.
Después del circuito por el desierto, volvimos al campamento para descansar un poco antes de la cena. Nadjah nos comentó que entre nuevos huéspedes, primos y otra fauna íbamos a ser unas 30 personas, así que estaba algo nervioso porque no está acostumbrado a semejante jauría.
La cena fue exquisita como la del día anterior y la fiesta de después con el beduinetón a tope fue épica. Aparecieron un montón de nuevos personajes extravagantes en acción (a tal nivel que «Los V» quedaron relegados al papel de anécdota): los yonkis alemanes, la Man Eater, La Chica de la Curva, La Gusiluz…
Nosotros tres puede que seamos algo excéntricos, pero al lado de toda la gente que vino a celebrar la Nochevieja al Wadi Rum Green Desert éramos hasta demasiado «simples» (pero no por ello poco animados… Dejamos claro el papel español como los más enérgicos de la noche).
El paso al 2019 lo dimos con unos pequeños fuegos artificiales bajo un manto estrellado semejante al de la noche anterior y, a partir de ahí, la gente fue poco a poco retirándose hasta que nos acostamos nosotros también pasada la 1 de la madrugada.
¡Olíamos fatal! Además de los sudores, teníamos una intensa peste a hoguera en la ropa y el cuerpo que iba a necesitar algo más que una buena ducha para desaparecer.
Por supuesto, nos metimos en cama sin posibilidad de lavarnos (el agua seguía gélida) y por la mañana nos íbamos a marchar con el mismo olor o incluso peor…
Bye Bye Jordania
Desayunamos temprano para que Nadjah nos llevase de vuelta al Centro de Visitantes.
No nos podíamos creer que ya estuviésemos en 2019 y siguiésemos viajando: ¡Unas navidades completamente diferentes a lo que estábamos acostumbrados!.
Ya en nuestro coche, pusimos rumbo a Aqaba con la esperanza de llegar, devolver el coche sin problemas y cruzar rápido la frontera Israelí para darnos un buen chapuzón y hacer esnórquel en Eilat.
Esa era la idea… La realidad fue muy distinta: ni chapuzón, ni esnórquel, ni cruzar rápido, ni ducha, ni nada.
Pero eso ya forma parte de otro capítulo: el capítulo Israelí.