Beirut no es una ciudad bonita según los cánones habituales de belleza urbana, pero tiene algo de lo que no muchas ciudades pueden presumir: personalidad, alma e historia. Esta ciudad que se ha reconstruido a sí misma después de la destrucción de dos guerras civiles abre su corazón a los visitantes que estén dispuestos a saborear toda su riqueza alternativa.
Un Poco de Historia
Sus inicios se remontan a hace más de 5000 años, evidenciando el paso de las culturas fenicia, helenística, romana, árabe y otomana.
La primera referencia histórica que se tiene data del siglo XV a.C. y su eterna serie de catastróficas desdichas comenzó en el siglo II a.C., cuando sufrió su primera devastación al ser tomada y destruida en el enfrentamiento por el trono seléucida entre Diodoto Trifón y Antíoco VII.
Fue reconstruida al estilo helenístico, pasando de llamarse Bérito a Laodicea de Fenicia. Posteriormente, ya bajo el dominio romano, fue declarada colonia y ganando fama y nombre (destacó su Escuela de Derecho, conocida en todo el imperio).
Ya en el siglo VII de nuestra era, Beirut pasó a manos de los árabes, quedando eclipsada por Akka como centro comercial del Mediterráneo oriental.
En los siguientes siglos pasaron por ella los cruzados, los drusos y, finalmente los otomanos (siglo XVII). Su modernización empezó a finales del siglo XIX, cuando sus vínculos con Europa y Estados Unidos la convirtieron en una ciudad muy cosmopolita. En 1894 se instaló un puerto moderno y la conexión por tren con Damasco y Alepo.
Las relaciones comerciales por barco que mantenía con Marsella fue uno de los motivos de que la influencia francesa en la ciudad se fortaleciese más que la de cualquier otro país europeo.
La diversidad religiosa del país quedaba patente en la propia ciudad a principios del siglo XX, cuando habitaban en ella 36.000 musulmanes, 77.000 cristianos, 2.500 judíos, 400 drusos y 4.000 extranjeros.
Tras el mandato francés sobre el país (consecuencia de la Primera Guerra Mundial), Beirut se convirtió en la capital oficial del Líbano tras la proclamación de independencia de 1943, afianzándose aún más como capital intelectual del mundo árabe y como importante núcleo turístico y comercial (la Suiza de Oriente Medio, se decía).
La devastación volvió a la ciudad con la guerra civil de 1975. La división entre musulmanes y cristianos se hizo patente social y geográficamente en Beirut (con la Línea Verde). Los años 80 empezaron con terribles consecuencias para la capital: en 1981 Israel la bombardeó, en 1982 la ocupó y, ese mismo año, las milicias cristiano-falangistas libanesas entraron por el oeste de Beirut ejecutando a cientos de refugiados palestinos bajo la mirada de Ariel Sharon (Matanzas de Sabra y Chatila).
El último tramo del siglo XX no fue más amable con la ciudad, objeto de numerosos bombardeos durante la guerra. La calma llegó en 2005 gracias el impulso de Rafic Hariri y la, muy controvertida por cierto, constructora Solidere.
En el 2006, durante la llamada Guerra del Líbano de 2016 o Guerra Israel-Hezbollah, la ciudad fue bombardeada con toda clase de proyectiles, llegando a bloquearse el aeropuerto internacional y todos los puertos del país durante 8 semanas.
Hoy en día, aunque Líbano esté viviendo un período de inestabilidad política, el espíritu que se respira en gran parte de Beirut es el de una ciudad que apuesta por la convivencia y que quiere prosperar y dejar atrás las heridas de un pasado tan reciente como sangriento.
Con una población de unos 400.000 habitantes, es una ciudad ideal para descubrir a pie callejeando por sus distintos barrios y experimentando las diferentes realidades de la ciudad y del país.
Aunque en un primer contacto pueda parecer algo áspera, el deambule con o sin rumo por sus calles abre un amplio abanico de curiosidad y sensaciones que invita a invertir tiempo en perderse por sus rincones, saborear su gastronomía y sorprenderse con sus incongruencias. Si es posible, yo dedicaría dos días enteros para visitar la ciudad (excluyendo posibles visitas a museos, exposiciones, etc…).
Nuestra Llegada a Beirut
Parece mentira que, teniendo en cuenta que hay que atravesar todo el Mediterráneo, consiguiésemos un vuelo directo a Beirut desde Barcelona por solo 90€ (con Vueling). En el avión nos dimos cuenta rápidamente de que no iba a ser precisamente una ciudad muy invadida por españoles… ¡Éramos prácticamente los únicos en el avión!
El vuelo iba lleno, sí, pero de familias libanesas residentes en España que volvían a casa para celebrar la Navidad… Justo al revés de lo que estábamos haciendo nosotros.
Tras cuatro horas de vuelo, llegamos al Aeropuerto Internacional Rafic Hariri, donde pasamos sin ningún contratiempo el control de pasaporte para llegar a la algarabía absoluta de los taxis nocturnos (eran ya casi las 11 de la noche) que rondan la salida de la terminal.
Tras varios acercamientos, regateos, estrategias, amagos de marcharnos y cansancio (en el fondo teníamos ya ganas de llegar a nuestro hostal), conseguimos un buen precio en un so-called-taxi (porque de taxi oficial tenía poco) que compartimos con una pareja belga. Ellos pagaron 20$ entre los dos y nosotros 25$ entre los tres, así que bastante bien (sobre todo teniendo en cuenta que al principio nos pedían eso por cabeza).
El conductor era graciosillo: un ex-policía que claramente se había dado cuenta de que había formas más fáciles para ganar pasta. Nos asustamos un poco con la forma de conducir, aunque comparándola con las de otros países de Asia en los que habíamos estado no era para tanto.
Finalmente, llegamos a nuestro hostal (Hamra Urban Gardens) más rápido de lo que creíamos, y subimos directamente al bar-terraza a tomar una cerveza/vino libanés…
y a planificar el que sería nuestro primer día en esta desconocida capital.
Día 1: El Gran Paseo
El primer día en Beirut fue un espectáculo de contrastes, aventuras y emoción.
Nos levantamos relativamente temprano para aprovechar el día. La previsión era de sol y 20ºC: ¡fantástico para un 23 de diciembre!
El desayuno estaba incluido en el precio del hostal (17€ por día y persona en dormitorio de 6, con camas muy cómodas y grandes y cortinita para tener algo de privacidad) así que empezamos recargando energías con el primer contacto con la comida libanesa. Y qué decir… ¡la cosa pintaba muy bien!
Desde Hamra hasta las Pigeon Rocks
Salimos a la calle con ganas de empaparnos de la ciudad. El barrio de nuestro hostal, Hamra, es de los más conocidos y supuso un buen punto de partida para empezar a entender los contrastes que ofrece Beirut a sus visitantes.
La mezcla entre modernidad y decadencia nos resultó bastante magnética. El hostal estaba situado a pocos metros de Hamra Street, una de las arterias principales del barrio, así que decidimos empezar a caminar hacia el oeste por esta calle y dejarnos llevar por las sensaciones y la intuición.
Edificios modernos, edificios algo destartalados, letreros en árabe, grandes carteles de publicidad, madejas de cables al estilo asiático… ¡de todo en muy pocos pasos!
Tras un par de kilómetros de pateo llegamos a las Pigeon Rocks, uno de los atractivos más famosos de la ciudad (aunque nosotros no tuviésemos ni idea de nada de lo que se cocía en Beirut).
Se trata de un par de enormes rocas que se levantan desde la profundidad del mar y que ofrecen una de las mejores vistas de la ciudad.

Disfrutando del sol de diciembre
A nosotros nos tocó admirarlas en condiciones óptimas, mezclando el sol de invierno con el azul claro del horizonte y el profundo azul del mar Mediterráneo.
Una de ellas tiene un arco al que se puede acceder en pequeñas embarcaciones (por supuesto nada más acercarte ya aparece el típico séquito que te ofrece el viaje) pero optamos por bajar por un pequeño terraplén a nuestro aire y disfrutar del calorcillo de la mañana con tan bonita vista.
Paseando Por la Corniche
Desde las Pigeon Rocks sale un largo paseo rodeando la pseudo-península en la que se asienta la ciudad: La Corniche.
Siguiendo hacia el norte, llegamos en primer lugar a un pequeño y antiguo parque de atracciones que es algo así como un emblema de la ciudad. Estaba cerrado en ese momento (una pena, porque yo estaba algo emocionado con subir a la noria para tener buenas vistas), así que disfrutamos de su colorido y seguimos caminando siguiendo el perfil del mar.
En todo momento nos encontramos con diferentes collages de edificios modernos con restos de edificios más clásicos, marcando las huellas de los distintos puntos de arranque que ha sufrido la ciudad debido a las guerras del pasado.
Pronto empezamos a percibir la presencia militar en ciertas zonas, que parecían cerradas al público por motivos que nunca llegamos a saber. La primera de ellas era un recinto junto a un faro blanco y rojo muy llamativo, en el que no podíamos acercarnos.
Evidentemente intentamos hacerlo disimuladamente, pero nos cortaron el paso. Eso sí, de manera muy correcta y educada… Así que seguimos nuestro paseo sin meternos en problemas.
Entramos en el tramo principal de la Corniche con una bonita estampa de gente local pescando, arropados por las vistas del norte del país.
A cada lado que mirábamos había algo que nos llamaba la atención: una familia tradicional, un hipster en pantalón corto y patinete, gente de estilo más moderno y europeo… Todo el mundo paseando tranquilamente en un ir y venir continuo de mezcla y contrastes, y es que eso es la esencia de Beirut: ¡la ciudad cóctel!
Por todo el paseo nos fuimos topando con un conjunto de bancos muy artísticos, todos dedicados a diferentes personalidades o asociaciones locales, y siempre con un pequeño tablero de ajedrez acoplado al diseño propio del banco.
A lo lejos empezaban a emerger algunos de los enormes edificios del Downtown, la zona más moderna y cara de la ciudad, un barrio más impersonal y menos vivo cuya atmósfera quedó marcada por las nubes grises que iban cubriendo el cielo.
De New York a París
¡Menudo cambio!
En un abrir y cerrar de ojos habíamos pasado de mirar hacia todos los lados para mirar hacia arriba, a las enormes torres de edificios que empezaron a dominar el entorno.
No puede evitar acordarme de algunos barrios de Manhattan, donde había más edificios que personas y no se notaba por ninguna parte restos de humanidad, sino más bien deshumanización.
Nos llamó la atención un antiguo hotel con una enorme pancarta a modo de protesta que ponía «Stop Solidere». Investigando y preguntando, nos enteramos de que era un movimiento para hacer ver al mundo en qué se había convertido esa zona de la ciudad: un mar de enormes edificios modernos y tiendas europeas muy caras (Gucci, Prada…), pero con casi ninguna presencia humana.
De hecho, parece ser que muchos de los propietarios de esos pisos son ricos de países como Qatar o Arabia Saudí, que rara vez se dejan ver por Beirut, e incluso las tiendas carecen de clientela.
Es hasta descorazonador ver fotos de los años 20 o 30 de esa misma zona, rebosante de edificios clásicos y un estilo de vida mucho menos artificial.
Lo más curioso es que fue el mismísimo Rafic Hariri (el supuestamente tan adorado Primer Ministro asesinado en el año 2005) quien lideró este proyecto de reconstrucción. ¿Ángel o Demonio? Me temo que habría que hablar con mucha gente para llegar a tener una idea más clara de cuáles fueron las verdaderas circunstancias e intenciones del proyecto.
Pese a todo, resulta muy curioso caminar por esas calles llenas de lujo, ostentación y cochazos pero totalmente vacías de personas, para desembocar en un nuevo cambio radical: el barrio de Gemmayze.
Nous sommes arrivés à Paris!
Verdaderamente ésta es una ciudad imposible… En poco más de una hora habíamos pasado de pasear por una Corniche diversa y cultural, a atravesar un desértico centro financiero a lo New York Style, para acabar tomando un café en una calle de París.
Realmente, es de locos… ¡y por eso nos encanta!
El núcleo neurálgico de este barrio es la Place d’Étoile, de la que brotan varias calles de estilo afrancesado con edificios que forman una perfecta sinfonía arquitectónica.
Fue aquí donde notamos por primera vez que estábamos en Navidad, ya que en el resto de la ciudad no había prácticamente ningún adorno ni cartel de índole festiva o cristiana.
Pasamos un buen rato caminando y cotilleando los distintos cafés y tiendas que no eran parisinos solo en apariencia: en precio también. Finalmente nos sentamos en una cafetería de una de las calles más cercanas a la plaza a descansar un rato y a decidir hacia dónde iban a apuntar nuestros pies.
Al coger la guía nos dimos cuenta de que estábamos en una de las zonas más interesantes de la ciudad, con mezquitas, iglesias de todos los credos, ruinas romanas…
¡Claramente aún quedaba mucha jornada por delante!
Romanos, Cristianos y Musulmanes a Tiro de Piedra
Caminando por una de las calles principales de la zona nos encontramos con un curioso y colorido monumento a la paz, que entraría en contraste absoluto con la escena que nos tocó vivir unos minutos después.
Nos dirigíamos a la Place des Martyrs, uno de los epicentros de la ciudad en muchos sentidos, entre ellos, el de las protestas y manifestaciones.
Líbano lleva una temporada sumida en inestabilidad política Las protestas son algo muy común, pero lo que no pensamos es que nos íbamos a dar de bruces con una de ellas, ¡con antidisturbios y todo!
Había un ruido, griterío y movimiento brutal, así que no nos dejaron acceder. Yo creo que también fue gracias a que ya estamos un poco experimentados en esto de los viajes que no nos entró mucho canguelo, pero la situación podría haber espantado a cualquiera que no esté acostumbrado a estas sorpresas.
Cuando parecía que la gente se venía arriba, nos desviamos unos metros para entrar en la Mezquita Mohammed Al Amin, y así aislarnos un poco de la revuelta.
¡Todo un acierto! Es uno de los puntos de interés más importantes de la ciudad tanto por su tamaño y su cúpula, como por su situación. Fue uno de los grandes proyectos de Rafic Hariri (no tenemos claro si Solidere estuvo involucrado aquí también o no) e incluso está enterrado en su interior.
Se abrió en el año 2008 y sus minaretes llegan a los 65 meros de altura. Por fuera es todo un espectáculo, pero por dentro el show continúa.
Las mujeres tienen que cubrirse con una especie de capa o sari con capucha que transformó a mis amigas Natalia y Cristina en reencarnaciones hispanolibanesas de las misiones en Iraq de Carrie Mathison en Homeland.
El contraste entre el tumulto del exterior y la paz del interior era espectacular, a lo que hay que añadir la belleza de la cúpula, las lámparas…
… y las alfombras!
Podría haberme quedado una hora en su interior simplemente haciendo fotos desde distintos ángulos de cualquiera de sus rincones. Una visita totalmente imprescindible.
Cuando se calmó el ambiente, salimos y nos encontramos ya solamente con algún que otro resto de la manifestación… ¡y un Santa Claus!
Gracias Beirut por estos momentos inesperados que te hacen tan memorable.
Pegada a la mezquita está la Catedral Maronita de San Jorge del siglo XIX, en la que destaca su fachada de corte neoclásico. Está inspirada en la Basilica di Santa Maria Maggiore de Roma y es donde reside la archidiócesis de los Maronitas.
Nos conformamos con verla por fuera y con apreciar las ruinas romanas que están justo a continuación (interesante, pero nada en comparación a lo que veríamos después o al espectáculo absoluto de Baalbek).
Una buena forma de apreciar estos dos edificios en su totalidad es acercarse a la Catedral Griega Ortodoxa de San Jorge, a pocos minutos.
Su interior no es nada del otro mundo, pero se accede fácilmente a un patio dominado por gatos en el que hay un muro con unas vistas muy convenientes de la Place des Martyrs, la Mezquita y la Catedral Maronita.
Después de tal pateada nos daba la impresión de conocer casi la ciudad entera e incluso el país (pero por supuesto, nada más lejos de la realidad).
Llegamos a la conclusión de que para el primer día habíamos aprovechado bastante, así que trazamos nuestro itinerario de vuelta al barrio de Hamra para buscar un sitio donde sentarnos a catar las delicatessen del país.
Por el camino nos topamos con unas impresiones ruinas de baños romanos, perfectamente conservadas y expuestas en la calle. En ese momento empezamos a perder la cuenta de por cuántos credos habíamos pasado ya en las últimas horas… ¡Non-stop!
El paseo de vuelta fue interesante. Pasamos por calles por las que aún no habíamos transitando, descubriendo nuevas realidades de la ciudad: zonas cerradas a los peatones por los militares (siempre amables), pequeñas tiendas de barrio para comprar fruta, lujosos hoteles y restaurantes muy posh… Hay para todos los gustos en Beirut.
Ya en Hamra, cerramos con un festín en el restaurante Mezyan un intenso pero irrepetible día: Humus, Mtabbal Betenjan, Tabouleh, Fatte de Berenjena y un granizado de limón con menta fresca.
¿Se puede pedir más?
Días 2 y 3: Beirut Nocturna y… Navidad
Los dos siguientes días nos fuimos de excursión todo el día con nuestro flamante taxista Reda, del que hablaré en la siguiente entrada (por ahora solo adelantaré que coincidir con él fue todo un hit del viaje).
Nuestra segunda jornada en Líbano la pasamos en las ruinas de BaaLíbano 2018 – Baalbek: La Grandeza Romana en Orientelbek, alucinando por todas partes. Cuando regresamos a la ciudad era ya de noche y estábamos bastante cansados, pero Reda nos hizo una pequeña parada para ver el muy representativo Holiday Inn.
Este antiguo hotel que ya habíamos visto el día anterior desde la Corniche sin ser muy conscientes de ello, es todo un símbolo de lo que vivió Beirut y el país entero en las últimas décadas. Cerca de él pasaba la terrible Línea Verde que dividía la ciudad en dos, y en sus plantas se ocultaban continuamente francotiradores de los dos bandos sin demasiados reparos de disparar a quien osase perturbar la estabilidad de la zona.
Completamente destrozado y derruido, se ha dejado sin restaurar rodeado de la Beirut reconstruida para no olvidar lo que fue el pasado, construir el presente y no destruir el futuro.
Ya en Hamra, decidimos no complicarnos la vida y repetir cena en el sitio del día anterior con posterior vinito libanés en el rooftop del Hamra Urban Garden.
¡Qué mala vida llevamos!
La siguiente jornada la volvimos a pasar con Reda visitando la Jeita Grotto, Harissa y Byblos; y llegamos a Beirut justo a tiempo para hacer el Free Walking Tour de Saskia (se reserva directamente en su web) que empieza en la entrada principal del zoco.
La verdad es que nos encantó a los tres. Pasamos un par de horas caminando por las zonas que ya habíamos visitado el día anterior, pero esta vez empapándonos de la historia de las calles, de la del país y de las anécdotas personales de nuestra guía (la propia Saskia) y su familia.
Empezamos en el zoco, pasamos por el edificio de Zaha Hadid (que está junto a un edificio en ruinas tipo el Holiday Inn, junto al que también pasamos) y seguimos por las ruinas romanas hasta terminar en la Place des Martyrs, junto a la estatua conmemorativa.
No nos habíamos fijado antes, pero en la estatua aún hay varios agujeros de balas que el restaurador decidió dejar, una vez más, como recuerdo de lo que ahí había sucedido.
Disfrutamos muchísimo del paseo y de la información. Al final, como es habitual en estos tours, se deja la voluntad, lo cual hicimos gustosamente ya que realmente la chica se lo curra.
Esa noche había muchísimo movimiento en la plaza, pero muy diferente al de las revueltas de dos días atrás. Era 25 de diciembre y, aunque la mayoría de la gente en Líbano es musulmana, aquí todo el mundo se une a las celebraciones.
Menuda locura. Nos dejamos llevar por la gente y el bullicio y acabamos metidos en una especie de espectáculo trilingüe (árabe, inglés y francés) para niños liderado por un sucedáneo de Jenna Coleman (la ex-companion de Dr. Who) y sus esbirros, cantando y haciendo bailes y el payaso a la vez que iban saliendo animales gigantes…
Totalmente surrealista, no nos lo podíamos creer.
Bueno, y los niños tampoco, que estaban todos ensimismados y alucinando como si se tratase del momento cumbre de sus vidas.
Había luces por todas partes, árboles de navidad enormes y mucha, mucha alegría y energía positiva de todo el mundo.
Pero Beirut es muy peligrosa, ¿eh?… Jajaja! Cuánto nos alegramos de haber venido.
Volviendo a Hamra pasamos por algunos de los sitios que ya habíamos visitado para revivirlos con las luces de la ciudad, para ver otra cara de esta urbe que ya nos había ganado por completo.
Días 4 y 5: Últimas Experiencias
El cuarto día en Líbano nos fuimos a Deir Al Qamar. Fue una jornada que superó todas nuestras expectativas, tanto sociales, como aventureras y monumentales, en parte gracias a haber optado por el transporte público.
Volvimos a Beirut ya de noche, en el último autobús que salía del pueblo. Estábamos muy cansados como para irnos a dar otro paseo y al día siguiente nos tocaba madrugón para coger el vuelo a Jordania, así que optamos por regalarnos una buena cena y dormir.
El sitio seleccionado para la ocasión fue el Restaurante T Marbouta, también en Hamra. Tomamos Musaqa, Mousakhan de Pollo y sopa casera de tomate. Qué podemos decir… ¡delicioso!
La fama de la comida libanesa se queda corta: todo es un manjar.
Otros Momentos y Curiosidades de Beirut
Cuando se opta por conocer una ciudad sin más rumbo que el marcado por la intuición y la curiosidad, siempre surgen imprevistos (en general positivos o, cuanto menos, curiosos) que acaban siendo parte muy importante del viaje. En concreto, en Beirut…
- Nos fascinaron las matrículas bilingües que, en parte, a mí me llevaron también de vuelta a Irán:
- El equipo de limpieza del Hamra Urban Garden estaba formado íntegramente por hombres, creemos, paquistaníes:
- También se ofertan clases particulares de matemáticas por la calle:
Creo que no se puede decir más claro: Beirut es una experiencia única y sensacional, una joya de Oriente pero también de Occidente, lo suficientemente tranquila y a la vez intensa como para disfrutar de un viaje atípico, emocionante y divertido.