En Dir Al Qamar tuvimos la suerte de observar el glamour de un precioso palacio relativamente moderno y de compartir la humilde vida de una familia local que nos abrió la puerta de su casa como si nos conociesen de toda la vida. Un cierre único para un país, indudablemente, único.
Viajando con Gente Local
Para llegar a Deir Al Qamar teníamos que hacer un pequeño periplo que sabíamos que iba a requerir su tiempo (tanto en esperas como en recorrido, a pesar de ser poco más de 40 kilómetros).
Nos levantamos temprano y cogimos un Uber para ir hasta la «estación de autobuses» (es decir, explanada caótica a ambos lados de la autovía) Cola, uno de los núcleos de transporte más importantes de Beirut.
Una vez allí, preguntamos por el autobús para ir a Kfar Him. No hay autobús directo a Deir Al Qamar, por lo que teníamos que coger primero un minibus hasta Kfar Him (3000 LBP, 50 minutos) y después buscarnos la vida.
Creo que tuvimos bastante suerte, la verdad. Encontramos rápido el minibus y, una vez localizado, tuvimos que esperar solamente 15 minutos para que se pusiese en marcha. Los asientos eran cómodos y la sensación de estar viajando con libaneses reales era maravillosa.
El minibus hizo el trayecto que sube 800 metros de desnivel bastante rápido. Nos bajamos en el centro de Kfar Him y rápidamente notamos el cambio de altitud en el clima: estaba nublado y hacía algo de fresco (o «mucho frío», según mis queridas compañeras).
Antes de ver cómo seguir hasta Deir Al Qamar entramos en una pastelería local para desayunar algo. Era imposible comunicarse en ningún idioma que no fuese árabe, así que tuvimos que recurrir al almighty dedo y señalar los pasteles más apetitosos con una sonrisa.
Toda la gente que nos atendió era extremadamente amable y agradable. Aprovechamos esa coyuntura para intentar preguntar por un taxi para cubrir los 5 km que nos quedaban hasta nuestro destino, pero no lo conseguimos.
Finalmente, una chica de una tienda que sí sabía un poco de inglés nos dijo que teníamos que ponernos en la glorieta de la carretera principal… y esperar.
Y esperamos, pero no pasaba ni un solo taxi. Después de un rato paró un coche y el que conducía nos dijo que era taxista. Podemos afirmar con casi total seguridad que no, no lo era, pero nos daba igual, lo importante era que nos llevase a Deir Al Qamar o, mejor aún, directamente al palacio de Beiteddine (otros 4 km más desde el pueblo).
Nos salió bastante barato y, una vez allí, llegaba el momento de explorar.
El Palacio de Beiteddine (Beit Ed Dine)
Entramos con la idea de pasar un rato y acabamos analizando piedra por piedra. ¡Qué preciosidad! El palacio fue toda una sorpresa. Además, hay que sumarle la sensación de visitarlo con muy poca gente, algo que hoy en día ante la continua masificación del turismo en todo el mundo, magnifica las buenas sensaciones.
La Historia del Palacio
Situado en un enclave privilegiado en las Montañas Chouf y rodeado de naturaleza y jardines, Beiteddine es una de las joyas por descubrir del Líbano.
Su construcción duró más de 30 años y se inició a principios del siglo XIX por el Emir Bashir Chehab II, gobernador de la región bajo mandato Otomano.
Su nombre significa «Casa de la Fe» (nada que ver con ungüentos para curar heridas) y se debe a una especie de culto a la antigua ermita drusa que ocupaba el lugar en el que está ahora el palacio.
Durante la época francesa, el palacio dio cobijo a varias oficinas administrativas y en 1930 fue declarado monumento histórico. Una década más tarde, el primer presidente libanés tras la proclamación de independencia «se lo quedó» como su residencia privada de verano. No se puede decir ni que fuese tonto ni que tuviese mal gusto… Teniendo en cuenta las temperaturas habituales de Beirut durante los meses de verano, yo también me instalaría en el palacio, sinceramente.
La invasión israelí hizo que el palacio quedase severamente dañado pero cuando terminó la lucha en 1984 pasó a manos de las milicias Drusas, que fueron los que iniciaron su restauración. Finalmente, en 1999 se lo devolvieron al gobierno.
Aunque fue diseñado por arquitectos italianos, incorpora muchos diseños tradicionales del mundo árabe, dando en conjunto un toque de elegancia de categoría superior.
Entrada y Patio Principal
Después de pagar la entrada (10.000 LBP cada uno) pasamos directamente al Patio Exterior (Dar Al Baraniyyeh). Es de unas dimensiones bastante épicas (60 metros de ancho), por lo que se aprovecha durante el verano para acoger un famoso festival de arte).
Está amurallado por tres de sus cuatro lados, dejando este último para disfrutar de las vistas del valle y las montañas.
Llegamos a este patio solamente acompañados por un pequeño grupo de mexicanos (de alta clase social, ya que viajaban con una nanny especial para sus niños pequeños). Esto de las «visitas casi privadas» de Líbano es una pasada.
No dábamos crédito y, aunque nos gustó, tampoco nos pareció que fuese algo realmente espectacular como para hacer el viaje desde Beirut hasta Deir Al Qamar.
Sin embargo, esa percepción iba a cambiar radicalmente al cruzar al siguiente patio…
El Patio Central (Dar Al Wousta)
Bueno, aquí nuestra percepción cambió radicalmente.
De repente, cruzando una estancia algo oscura, nos topamos con un patio grande pero no tan inmenso con el anterior, repleto de construcciones preciosas, geometrías perfectas, detalles interminables, mucho color y mucho mundo árabe.
Vamos, ¡que estábamos en nuestra salsa!
Empezamos a revolotear sin ton ni son de una esquina a otra, emocionándonos a cada paso y maravillándonos con cada esquina hasta que decidimos seguir un orden para que no se nos quedase nada atrás.
Total, estaba claro que problema de gente y de colas no íbamos a tener (¡gracias Líbano!).
Una de las piezas clave del conjunto del patio es la fuente. El agua es un elemento muy presente en el mundo árabe (algo que aprendí en Irán, país que no destaca precisamente por tener agua en abundancia en sus zonas interiores) y, como no, no podía faltar en Beiteddine.
Decidimos recorrer bien la zona exterior del patio antes de meternos en el interior de los edificios. No hay que perderse…
– La esquina con la balconada de madera. Es, sencillamente, perfecta. La combinación de la madera con la piedra y las formas geométricas es bastante rompedora.
– Las escaleras que suben hasta el piso de los arcos. No puede haber un edificio de influencia árabe sin este tipo de arcos.
Están presentes, en mayor o menor tamaño, por todo el palacio y, en concreto, los de este patio forman un pequeño paseo elevado con muy buenas vistas.
– La fachada principal. Está formada por varios arcos que combinan distintos tipos de piedra con azulejos. Sencilla y elegante. Nos fascinó a los tres.
– Las puertas. No todo lo importante van a ser fachadas y arcos… Las puertas secundarias del patio son también dignas de ser admiradas…
-… así como los pomos, auténticas obras maestras del detalle.
Pero Beiteddine no destaca únicamente por el exterior de sus edificios. Todas y cada una de las estancias que visitamos tenían algo especial.
¡El recorrido del patio continúa por los interiores!
Los Interiores del Patio Central
Alguna vez he comentado que, cuando viajo, me suelo quedar más fascinado con el interior de los edificios o templos que con el exterior.
Pero aquí en Beiteddine es vital dedicar tiempo también a apreciar el interior de las estancias, ya que nosotros encontramos algo especial en cada una de ellas y, sobre todo, mucha variedad.
– La primera estancia a la que pasamos era una especie de gran salón para recibir visitas. Nada más entrar, hay una fuente de mármol muy bien mimetizada con el resto de la habitación.
Tiene para todos los gustos: una zona con sofás sencillos de estilo poco presuntuoso, y otra con sillas y decoración más rimbombante.
– Después pasamos al interior de la balconada de madera. Nos encontramos con una habitación totalmente diferente a lo que esperábamos.
Desde fuera no se apreciaba el color de las cristaleras, pero desde dentro (y gracias a la luz del sol) se proyectaban un montón de luces de colores sobre todos los elementos de la habitación. Realmente muy bonita.
– La tercera estancia que más nos gustó combinaba elementos de las dos anteriores. Se trataba también de un salón bastante amplio, mezclando una sección de estilo sobrio con sofás y vidrieras…
… y otra con una pequeña fuente y un montón de motivos geométricos decorativos.
El suelo de mármol era también muy bonito, así que aprovecharnos para sentarnos un rato y descansar a la vez que recorríamos con la vista todas las esquinas de la habitación.
Los Establos
Continuamos nuestra visita al palacio por los establos, que están situados bajo el patio que tanto nos había gustado.
Los establos por sí solos no destacan especialmente dentro del conjunto del palacio, pero lo que no sabíamos era que nos íbamos a encontrar con una colección de Mosaicos Bizantinos de los siglos V y VI d.C.
Fueron descubiertos en Jiyyeh, 30 km al sur de Beirut, y las últimas excavaciones han revelado que fue en su momento una ciudad bastante próspera. Tuvo su máximo esplendor entre los siglos IV y VII d.C. gracias al desarrollo de una importante actividad comercial y agrícola basada en el aceite de oliva.
Los mosaicos fueron trasladados a Beiteddine en 1982 por Walid Jumblatt para asegurar su correcta conservación y tenerlos, de alguna manera, expuestos como si fuera un museo.
Sea como sea, la visita a la parte de los mosaicos es de obligado cumplimiento. Para nosotros fue una sorpresa dentro de la ya por sí sorpresa que representó Beiteddine (es decir, la metasorpresa).
Deir Al Qamar y Nuestra Familia Libanesa
Salimos del templo pensando que el día ya no tenía nada más que ofrecernos. Estábamos equivocadísimos.
Queríamos ir a Deir Al Qamar para comer algo y dar una vuelta, pero no había forma de conseguir que nadie nos llevase y los precios que nos pedían los taxistas eran de risa (por caros). Decidimos probar suerte en la carretera principal, así que caminamos un par de minutos hasta salir del recinto del palacio.
Estuvimos esperando un rato pero no pasaba ningún taxi y la opción de caminar los 4 km hasta el pueblo no nos apetecía nada. Poco a poco empezamos a asumir que no había escapatoria, hasta que decidimos quemar el cartucho del auto-stop.
¡Y funcionó! Nos recogió un chico joven (militar) muy majo que nos dio conversación y nos llevó directamente a un restaurante para comer a buen precio: Amaré (a las afueras de Deir Al Qamar).
Esta vez, además de lo habitual, pedimos unas brochetas típicas de Lahmeh, Taouk, Kafta (diferentes tipos de carne). Estaban muy buenas y pagamos 38.000 LBP (unos 25$) entre los tres por quedarnos llenos de buena comida libanesa.
Desde el restaurante teníamos poco más de 1 km hasta el centro del pueblo, pero ahora con las pilas recargadas era un paseo que nos apetecía hacer para captar un poco del estilo de vida local del pueblo.
Lo primero que vimos fue uno de los múltiples carteles que anuncian las fiestas de fin de año. Habíamos vistos ya varios pero siempre desde la carretera, nunca nos habíamos podido detener a observar uno con calma y ver así a las recauchutadas con postura pilingui y los recauchutados con semblante macho alfa. Cosas culturales, eso parece.
La siguiente estampa nos la encontramos en la gasolinera del pueblo. Se había abierto una buena brecha en el asfalto, quedando atrapado un camión en un curioso ángulo. Desde luego, ¡este kilómetro de caminata estaba dando para mucho!
Ya en el pueblo, nos topamos con una tienducha de frutas y verduras que vendía de todo pero en tamaño épico. Si hay que hacerlo, se hace y a lo grande, ¿no?.
Deir Al Qamar resultó ser bastante cuco, pero estaba muy apagado. Tiene la característica de tener una mezquita, una iglesia y una sinagoga a muy pocos metros una de la otra.
Buscando la iglesia nos encontramos con una señora que, directamente, vivía dentro de una iglesia: La señora Antoinette.
Bueno, bueno, bueno… ¡Qué situación y qué revelación! Nos metió directamente en su casa, nos presentó a su marido Abdó y nos empezaron a contar la historia de su vida. Hablaban árabe y también muy bien inglés.
La iglesia llevaba 100 años perteneciendo a su familia y la habían convertido en su propia residencia. Hablamos del país, de la guerra, de la situación actual, de la situación del pasado y del futuro, de sus trabajos, de sus hijos… ¡de todo!
Fue todo un puntazo. Nos invitó a beber agua de rosas elaborada por ella misma, nos sacó un pastel enorme para merendar…
… nos asó castañas en la mini-cocina económica que tenía en medio del salón…
… y hasta nos enseñó palabras nuevas en árabe.
Si ya Beiteddine había sido todo un momento cumbre del día, la tarde que pasamos con Antoinette y Abdó casi superaba la visita entera.
Y nos fuimos porque teníamos que coger el último autobús desde Kfar Him a Beirut y no nos podíamos permitir el lujo de perderlo (por la mañana temprano nos esperaba un vuelo a Jordania…).
Una pena. Nos habríamos quedado de buena gana aún más tiempo con esta peculiar pareja.
Abdo nos llevó en coche hasta la misma glorieta donde el minibus nos había dejado por la mañana e, increíblemente, el último servicio del día pasó a la hora que nos habían dicho (menos mal). Hicimos el viaje de vuelta a Beirut ya de noche, haciendo una amalgama mental de todas las experiencias que habíamos vivido y todos los lugares que habíamos visitado en 4 días.
Sin duda, por todos y ahora en especial por ellos dos, nos llevamos de Líbano un sabor de boca muy especial: vinimos buscando ni sabíamos lo qué, y nos marchamos con mucho «de todo».
¡Hay que viajar al Líbano! Es necesario olvidarse ya del estigma de las guerras y la inseguridad y aventurarse en este destino estrella con aún mucho por descubrir.
Qué gracia, castañas asadas «na cociña de ferro» en Líbano ja, ja, ja……..
María
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