Lo último que nos quedaba por experimentar en Camboya era la (poca) naturaleza salvaje que aún le queda. Nos decantamos por ir hasta Mondulkiri, una de las zonas montañosas más remotas y después a una de las islas menos explotadas y… una de las dos paradas fue un acierto, mientras que la otra…
Mondulkiri: Muy Remoto pero se lo montan muy bien
La experiencia del «lejano este salvaje» de Camboya fue algo agridulce. Fuimos con muchas ganas e ilusión para acabar bastante chafados con respecto a lo que teníamos pensado.
Llegada a Sen Monorom: Empieza el Sablazo
Nuestro plan en la provincia de Mondulkiri era disfrutar de una de las zonas con aún algo de naturaleza salvaje en Camboya (ya que es uno de los países más deforestados del mundo), ver elefantes en libertad y hacer alguna ruta.

Cultivo de pimienta en Sen Monorom
Para llegar hasta allí compramos un billete de la única minivan que salía diariamente de Siem Reap a Sen Monorom, la pequeña capital de Mondulkiri (9$ cada uno). El viaje fue largo (salimos a las 08:00 y tardamos en llegar casi 10 horas) pero la verdad es que fue bastante cómodo y hasta se nos pasó rápido.
Cuando llegamos fuimos a hablar directamente con el coordinador de uno de los «Proyectos de Elefantes del Valle» que hay allí con el que había contactado antes pero, curiosamente, estaba en Phnom Penh y no me había avisado. Intenté hablar con otros de los que organizan ese tipo de actividades de ver manadas de elefantes libres en su hábitat natural, pero pasaron totalmente de nosotros.

Dependiente adormilado en una tienda de Sen Monorom
Así que cuando llegamos finalmente a la guesthouse en la que nos quedábamos esa noche (Manel Guesthouse, 24$ habitación doble con baño y desayuno) nos dejamos llevar por lo que nos ofertó el propio dueño: dos días en un poblado tradicional de la etnia indígnea Bunong (también llamados Phnong) con trekking y visita a los elefantes.
El precio se las traía: 75$ cada uno por el día de trekking, noche en el pueblo y visita a lo de los elefantes el día siguiente, pero realmente los precios de los otros sitios eran incluso algo más caros, así que supuse que era correcto.
Le pagamos directamente al que iba a ser nuestro guía (Mr. Hong, creo recordar), y quedamos con él temprano por la mañana del día siguiente para ir al pueblo y hacer el trekking.
Trekking cerca de Putang
Mr. Hong nos recogió temprano en el hostal y fuimos directamente al pueblo, Putang, en su flamante 4×4. Cuando llegamos vimos que el pueblo muy tradicional ya no era… Probablemente lo fue hasta hace pocos años, pero ahora ya tiene muchas casas modernas, motos y varios 4×4.
Nada más llegar intentó colárnosla por primera vez. Habíamos quedado en que íbamos a hacer con él el trekking, pero de repente él «tenía otro compromiso» y nos quería poner al novio de su hija.
No nos pareció correcto y se lo dijimos, así que no le quedó otra que apañarse el día y venir con nosotros como habíamos quedado en un principio.
Lo que no se puede negar es que Mr. Hong es muy majo y el paseo fue bonito. Vimos parte de esa pequeña jungla del este de Camboya (a la que seguramente y por desgracia tampoco le quede demasiado tiempo) y disfrutamos mucho del paisaje.
La primera parada la hicimos en una cascada muy chula, en la que por supuesto no había ningún tipo de presencia humana. Justo cuando nos íbamos de la cascada llegaba otro pequeño grupo con otro guía, pero vamos, que éramos cuatro gatos en la caminata.
La siguiente parada fue para comer, y realmente eso sí que fue genial, porque la preparación de la comida en trozos de bambú que él mismo había ido recogiendo por el camino estuvo muy bien.
Y el resultado riquísimo.
Después de casi 18 km de caminata circular, volvimos de nuevo al pueblo para descubrir dónde íbamos a dormir: literalmente, un galpón (que se diría en Galicia) tradicional estilo palloza.
Que sí, que estaba muy bien, pero para nosotros que «tenemos pueblo» no supuso ninguna experiencia nueva dormir ahí encima de una madera rodeados de los perros, gatos, cerdos y gallinas mientras ellos dormían en la casita nueva que tenían justo al lado.
Y entiendo perfectamente que a mucha gente le parezca una experiencia chulísima, pero teniendo en cuenta que el poblado ya no está formado solo por pallozas de ese estilo, dormir en una de ellas para mí carecía de encanto. Vamos, que por lo que pagamos ya podíamos haber dormido perfectamente en la casita y no en el granero…
Además, por si eso no era suficiente, por la tarde-noche montaron una fiesta tremenda en nuestra palloza a la que vino toda la familia y medio pueblo, así que cuando finalmente pudimos acostarnos el interior de la chocilla apestaba a la hoguera de la cocina, y ahí tuvimos que pasar la noche.
En fin…
El Horror de la Visita al Elefante
Al día siguiente fuimos con la hija de Mr. Hong (muy maja también) a ver los supuestos elefantes en libertad.
Qué horror, en serio, cuando llegamos al supuesto sitio donde íbamos a ver los elefantes nos quedamos de piedra.
Esos supuestos elefantes en libertad deben estar en otro sitio, porque lo que allí ocurrió fue que nos trajeron un elefante que tienen en su propiedad y que además estaba cuidado por un hombre no demasiado amable.
No sabíamos donde meternos. Nos dio una pena terrible.
La chica y el cuidador no entendían por qué no queríamos ni interactuar con el elefante, ni bañarlo ni nada. Así que llegado un momento dejaron de insistir y se llevaron de nuevo al elefante al sitio en el que lo tendrán guardado y que no tengo ningún interés en ver.
Chafadísimos, le dijimos a la hija de Mr. Hong que nos llevase de vuelta al pueblo para ya recoger nuestras cosas y volver a Sen Monorom.
La conclusión de estos dos días es que los Bunong ya tienen muy bien montado todo el tinglado: han visto el filón del turismo que busca «algo distinto», le han puesto un precio desorbitado que al final pagamos igualmente y ofrecen una experiencia global que triunfará para muchos turistas, pero desde luego no para nosotros.
Cascada Bou Sra
Para cerrar nuestro paso por Mondulkiri decidimos pasar el tercer día de forma independiente. Nos buscamos un conductor de tuk-tuk que nos llevase hasta la famosa cascada Bou Sra a nuestro ritmo.

Cascada Bou Sra
Y qué decir… disfrutamos muchísimo más el día así que con nuestro colega el Bunong. En primer lugar fuimos a un mirador conocido como Sea Forest («El Mar Bosque»).

Mirador «Sea Forest»
No es tampoco nada del otro mundo, pero al menos respondió a nuestras expectativas y no fue un come-dinero premeditado.
Después de pasear por este mirador, fuimos ya hasta la cascada Bou Sra, la más importante de todo el país.
Una vez allí, descubrimos que el lugar es un sitio realmente popular al que la gente local va a pasar el día con su familia y amigos.
Y no es para menos. La cascada tiene dos caídas bastante potentes tanto en caudal como altura, y se puede acceder a diversos miradores e incluso caminar por el agua hasta la base de la primera caída.
A pesar de toda la gente que había, algunos incluso con ropas tradicionales haciéndose fotos, nos gustó mucho la cascada y la posibilidad de ver un poco de «romería» local no preparada para el turismo.
¡Así sí!
Koh Ta Kiev: Preciosa Isla con Poquísimo Turismo
Antes de volver a Phnom Penh para cerrar el ciclo del viaje Camboyano, teníamos pensado pasar unos días en una de las islas de la costa.
Leyendo por internet y teniendo en cuenta lo que nos comentaban algunas personas que ya habían ido a alguna isla, parecía que Koh Rong o Koh Rong Samloem eran las mejores opciones.

En la costa de Camboya es posible encontrar tranquilidad
Pero después de la sensación con la que nos fuimos de Mondulkiri, queríamos encontrar algo realmente único y que aún no estuviese ni invadido por el turismo ni transformado en un gran negocio, así que optamos por buscar una isla casi sin visitantes en la que estar tranquilos.
Y así llegamos a Koh Ta Kiev.
Sihanoukville: La Pesadilla Hecha Ciudad
Gran parte del transporte a las islas pasa por Sihanoukville, la gran ciudad del sur de Camboya. Además, es también casi inevitable pasar por ella si se viaja a esta zona del país por carretera o avión, ya que centraliza bastante la infraestructura de transportes.
La ciudad en sí es un auténtico horror. Yo creo que nunca había visto nada más horripilante: un Benidorm asiático a medio construir con edificios horribles, basura y pistas polvorientas en todas partes y una clara invasión de capital chino.
No sé si alguien se plantea en la actualidad pasar allí algún día o incluso alojarse, pero desde luego a nosotros nos pareció una ciudad vertedero en toda regla. El único motivo para ir a Sihanoukville que se me puede ocurrir es para coger un autobús, avión o barco y salir corriendo de ese agujero infernal.
Para llegar, cogimos un autobús nocturno de Sen Monorom (bastante cómodo, con cama estilo a los que ya había utilizado en Laos, aunque tuve que tapar con cinta aislante el aire porque estaba a tope) a Phnom Penh (12$ cada uno, aproximadamente 5 horas). Llegamos a la capital a las 6 de la mañana y a las 8 cogimos un autobús normal a Sihanoukville (8$ cada uno).
Una vez en la ciudad del mal, cogimos un Tuk-Tuk para ir hasta Otres Beach, que es desde donde sale el barco que lleva al resort de bungalows rústicos que habíamos alquilado para las siguientes tres noches.
Incluso esta playa, que en algún momento debió ser muy bonita, está ahora totalmente estropeada debido a la basura y los edificios y la civilización en general que se la están comiendo.
The Last Point
El billete del barco nos costó 15$ a cada uno e incluía la ida y la vuelta. No me pude creer la compañía que tuvimos: ¡los chicos de Israel del autobús nocturno de Laos que tan idiotas nos habían parecido!
Qué curiosas las vueltas que puede dar el mundo, porque en ese momento mi amiga Isa y yo nos bajamos en un pueblo del norte de Laos y ellos continuaron hasta Vietnam, país por el que yo no iba a pasar, y ahora casi un mes después volvemos a coincidir en el sur de Camboya en una de las islas menos transitadas.
¡Increíble!
El viaje en barco fue muy bonito y relajado. Desembarcamos directamente en la playita que está justo delante de The Last Point y fuimos directamente a hacer el check-in y descargar las cosas en el bungalow (22$ cada noche).

Llegando a «The Last Point»
El resort tenía un aire hippy de los años 70′ muy curioso. Todo estaba hecho de madera, algo que agradecimos mucho después de las pocas horas que pasamos en Sihanoukville, y la atmósfera era muy relajada, de «libertad y paz».
Junto a la playa está el edificio central, que es donde preparan los desayunos, comidas y cenas, y a su alrededor tienen los baños y los bungalows.
Teniendo en cuenta la poca oferta que hay en la isla y lo caro que es en general Camboya, nos pareció que la relación calidad-precio era buena.
Aunque dese luego no es un sitio apto para quien busque grandes comodidades o limpieza, ya que los bungalows son también muy rústicos y, evidentemente, puede entrar la arena o cualquier tipo de pequeño visitante.
Esa primera tarde nos quedamos directamente en el resort, descansando y disfrutando de la playa y las vistas al océano. Ya por la mañana, nos levantamos temprano para ver el amanecer y abrir el apetito para el primer día completo en la isla.

Amanecer en «The Last Point»
La playa estaba totalmente desierta. Hubo gente que se quedó hasta tarde por la noche de celebración, pero nosotros optamos por dormir y descansar, y así poder aprovechar al máximo los dos días que íbamos a pasar en esa isla casi desierta.
El Kactus Resort
Aunque me gustó bastante nuestro «The Last Point», el Kactus Resort era mi primera opción para alojarnos en la isla, pero cuando quise reservar ya no había sitio.
Está muy cerca de The Last Point (5 minutos atravesando un pequeño bosquecillo) y me parece que tanto los bungalows, como el edificio central están mucho mejor.
De hecho, acabamos utilizando nuestro alojamiento para dormir y poco más y pasamos la mayor parte del tiempo en este bonito resort que tiene una terraza con unas vistas a la playa maravillosas.

Vistas desde la terraza del Kactus
Los dos días completos que pasamos en la isla acabamos la jornada en esa terraza. No tienen gran oferta de comida, pero lo preparan todo muy rico y los zumos son realmente exquisitos.
Además, las vistas de la playa y las puestas de sol forman un acompañamiento perfecto. Vamos, un auténtico placer.
No nos podíamos creer además la tranquilidad del lugar (y de la isla general). Haciendo cálculos, no creo que estuviésemos más de 60 personas en toda la isla, y eso que hay varios alojamientos más.
Todo el mogollón de gente se va a Koh Rong o Koh Rong Samloem, dejando a Koh Ta Kiev virtualmente vacía y salvaje. Las chicas de The Last Point nos contaron que, por ahora, la isla está libre de las inversiones y proyectos chinos, y que de alguna manera está incluso protegida como espacio natural, por lo que solo se puede construir con madera o materiales parecidos.
¡Menuda alegría! Después de las barbaridades medioambientales que habíamos visto en Camboya las dos semanas anteriores, daba gusto oír algo así.
Otra cosa es lo que dure… Pero bueno, esperemos que este pequeño paraíso en el país de la deforestación consiga aguantar hasta que se ponga freno al avance de la especulación y el maltrato a la naturaleza.

¡Paraíso!
Kactus Beach
La playa que está justo al lado del Kactus Resort es, sencillamente, estupenda: bastante grande, con arena clarita y muy poca suciedad, abundante vegetación y agua turquesa.

Playa del Kactus Resort
Teniendo en cuenta que estábamos en enero y en el norte de España las temperaturas estaban siendo bajas, estar ahí era de privilegiados.
Pasamos bastantes ratos en la playa Kactus y, en total, no estuvimos nunca más de 4 o 5 personas en la playa. ¡Todo ese paraíso para nosotros!
Rápidamente la desilusión de Mondulkiri quedó atrás y Koh Ta Kiev consiguió devolvernos la energía y nivel de disfrute que teníamos en Angkor, pero esta vez por elementos únicamente de la naturaleza.
Long Beach y el Interior de la Isla
Koh Ta Kiev es una isla bastante pequeña (aproximadamente 4 km de largo y 2 km de ancho), así que se puede recorrer perfectamente a pie siguiendo las indicaciones y los senderos que atraviesan el corazón de la isla.
Aunque reconozco que pasamos la mayor parte del tiempo relajados en la playa Kactus, sí que hicimos también alguna ruta por el bosque del interior de la isla, algo muy recomendable.
En esos paseos pudimos disfrutar de la naturaleza prácticamente virgen de esta esquina del mundo, con sensación de auténticos exploradores, ya que no nos encontrábamos con nadie, y de la curiosidad de ir descubriendo los otros alojamientos y playas.
Lo más lejos que llegamos fue hasta Long Beach, la playa más grande de la isla. Es también bonita, pero realmente nos gustó mucho más la del Kactus.
En Long Beach hay unos bungalows bastante más modernos que los del Kactus Resort o The Last Point, pero bueno, tampoco es que para estar en esa isla parezca necesario tener grandes comodidades.
También pasamos por el resort Ten 103, que tiene una calita pequeña, pero fue el que menos nos gustó de todos los que vimos en la isla.
Vuelta a Phnom Penh y Fin del Viaje
Tras tres días en Koh Ta Kiev, dejamos la isla con las pilas totalmente recargadas. Cogimos el barco por la mañana (otra vez con los chicos de Israel, está claro que nuestros destinos están unidos por alguna onda cósmica) para volver a Sihanoukville y, de ahí, coger un autobús para ir a Phnom Pehn.

Se acaba el retiro en la islita…
En la capital pasaríamos un día más (el último del viaje), con la ida de visitar el Museo del Genocidio Toul Sleng y los campos de exterminio Choeung Ek. No queríamos irnos de Camboya sin ahondar un poco más en esa horrible parte de su pasado.
Y ya, desde la capital, mi madre cogería el avión para volver a España y yo un autobús nocturno para volver a Tailandia y, allí, finalizar mi viaje de 84 días por el Sudeste Asiático en una isla del Golfo de Tailandia antes de regresar también a España.

Puesta de sol en el Kactus Resort
Como conclusión, el viaje a Camboya estuvo bien, con grandes momentos y lugares maravillosos pero, globalmente y salvo los templos de Angkor, se puede encontrar lo mismo pero mejor cuidado en cualquier otro país del Sudeste Asiático.