Nuestro cambio radical de sector (del lejano norte del Perú al muy transitado sur) no pudo tener mejor comienzo: una ciudad con un precioso Centro Histórico que es Patrimonio de la Humanidad y la majestuosidad del Cañón del Colca y sus Cóndores.
Del Pueblo (Chachapoyas) a la Ciudad (Arequipa)
Cuando empezamos a planear de alguna forma el viaje a Perú allá por abril, vimos muy claro que teníamos que salir de Chachapoyas en avión si no queríamos perder más de 40 horas en autobús para llegar a Arequipa…
Así que estimamos más o menos cuánto tiempo íbamos a dedicar al norte e hicimos cuadrar todo con uno de los dos vuelos semanales que hay desde la capital de la región de Amazona a Lima. Fue el vuelo interno más caro de todo el viaje (80€), pero valió la pena.
Llegamos al diminuto aeropuerto de Chachapoyas para coger el vuelo de las 11:30. Es enano, como a mí me gusta… ¡Entras y lo ves todo de un único vistazo!
La tarjeta de embarque fue aún más genial porque estaba escrita a mano, como si fuese un vuelo de los años 50, ¡jajaja!
A pesar de ser uno de los dos vuelos que había ese día (el nuestro a Lima y una avioneta a Tarapoto), salimos con algo de retraso, pero nos daba igual porque teníamos tiempo de sobra para coger nuestra conexión a Arequipa que salía a las 19:00 (y que nos costó 35€ con SkyPerú).
En el tiempo de espera en el aeropuerto de la capital llegó milagrosamente Rosalía tras varios momentos de incertidumbre por los habituales trasiegos de Iberia (¡es que siempre la lían!), y los tres juntos embarcamos con rumbo al sur para hacer el circuito más famoso del Perú.
Arequipa: La Ciudad de los Marios
Breve Historia de Arequipa
La región de Arequipa ha estado ocupada desde hace más de 10.000 años. Con el desarrollo de la agricultura y la cerámica, los pobladores de la región se vieron influenciados por las cultura Paracas y la Wuari.
Poco a poco se desarrollaron dos grandes grupos que fueron creciendo hasta la llegada de los Incas. De hecho, la leyenda cuenta que el curioso nombre de Arequipa viene de la frase Quechua “ari quepay”, que quiere decir “paremos aquí”.
Parece ser que fue eso lo que dijo el mismísimo emperador Myata Capac cuando se adentró en la región.
Finalmente, los Incas tampoco estuvieron demasiado tiempo solos porque los hombres de Pizarro aparecieron en 1540, fundando la ciudad que se llamaría “Villa Hermosa”. Su clima de constante primavera y la piedra blanca de sus construcciones no hicieron más que incrementar su fama durante los siguientes siglos.
Ya en el siglo XIX, se convirtió en un importante punto de exportación de lana de oveja y alpaca, impulsando aún más la economía de la ciudad que acabaría convirtiéndose en el centro del poder político de la derecha (siendo así, de alguna forma, antagónica a Trujillo).
Su crecimiento se consolidó definitivamente en la segunda mitad del siglo XX, llegando a sobrepasar el millón de habitantes debido a la migración de familias procedentes del medio rural.
En la actualidad, esta ciudad situada por encima de los 2300 metros de altitud puede parecer una preciosidad (que lo es) y dar una idea equivocada de riqueza y bienestar social, pero realmente al salir del circuito turístico se hace patente la pobreza y desigualdad social que tan presente está en todo Perú.
Recorriendo las Calles de Arequipa
Si hay dos cosas que no nos podíamos perdernos en la llamada “Ciudad Blanca” eran su Plaza de Armas (una de las más grandes de Sudamérica) y el Monasterio de Santa Catalina.
Para las 2 noches que pasamos en Arequipa (iban a ser 3, pero una vez allí vimos que con 2 días era suficiente) reservamos un hostal de mejor categoría que los anteriores para recuperar fuerzas y estar muy cerca del centro (Los Andes Bed & Breakfast, 150 soles por noche la habitación triple con desayuno).
Como estábamos tan cerca de todo lo importante, nos levantamos temprano con la idea de empezar por el Monasterio de Santa Catalina e intentar evitar las hordas de turistas a las que no estábamos acostumbrados después de tantos días en el norte.
El boleto de entrada fue la primera señal de que, efectivamente, habíamos aterrizado en el inicio del bucle turístico: ¡40 soles por persona!
Transformándolo a euros tampoco es que fuese el fin del mundo, pero para ser Perú le llegaba… Aún así, es una visita imprescindible.
Nada más entrar accedimos a un precioso patio del característico color rojo del monasterio.
Allí una guía oficial se ofreció a hacernos una visita guiada de una hora por 20 soles.
Nos pareció buena idea porque, comparado con el precio de los guías de otros sitios en los que habíamos estado antes, no estaba nada mal, así que iniciamos el recorrido con ella.
Tanto la historia pasada como la presente del complejo es muy, pero muy interesante.
Es decir, ya solo el pasear por todas las callejuelas y claustros blancos, rojos y azules de esta ciudad (porque es enorme) dentro de la ciudad vale la pena, pero acompañarlo de las historias personales de algunas de las monjas que han vivido aquí desde el siglo XVII lo hace aún más atractivo.
La verdad es que la vida en el monasterio no estaba nada mal en ciertos aspectos…
Incluso en épocas duras, las monjas tenían siempre buena comida y estaban más que protegidas dentro de semejante complejo. ¡Su esperanza de vida estaba casi 20 años por encima de la del resto del país!
Aún así, la dureza de vivir encerradas en un monasterio se presentaba ante nosotros en cada esquina: los cuartos de las novicias que ingresaban siendo niñas, los locutorios (cuartos en los que hablaban con sus familiares los domingos a través de unas estructuras de madera que impedían que se viesen o se tocasen)…
Duro, muy duro.
Lo que más me gustó de la visita fue el entramado de calles (con nombres españoles: Málaga, Toledo, Burgos, Córdoba, Granada y Sevilla).
Algunas son rojas, otras azules y otras blancas, y en todas ellas se puede entrar a ver varias de las viviendas que las monjas ocupaban antes de que se construyese el nuevo monasterio, que está igualmente dentro del complejo, pero que no se pueden visitar.
Que conste que no estaban nada mal, ¿eh? Casi todas tienen mucha luz, una cocina, una estancia agradable…
Ya le habría gustado a muchos de sus coetáneos tener un hueco para cobijarse la mitad de cómodo pero como siempre, ya sabemos donde estaba la mayor parte del dinero de la época (pista: con la gente corriente no).
Al acabar la visita guiada dimos otra vuelta con calma a nuestro aire para entrar en algunas casas más y deambular por las calles coloridas.
Cuando volvimos al punto de inicio habían entrado ya decenas de turistas que estaban esperando a que sus guías los llevasen de paseo por el laberinto de Santa Catalina.
¡Que bien que fuimos a primera hora de la mañana!
Al salir nos dedicamos a recorrer las calles de la zona comercial hasta la hora de comer e… íbamos a darnos un capricho.
En Arequipa está uno de los restaurantes del famoso (bueno, por supuesto yo no lo conocía, pero es famoso) Gastón Acurio, y decidimos ir a comer allí porque no siempre se puede ir a un restaurante de un chef tan famoso por poco más de 20 € por persona.
El local donde tiene el restaurante, que está muy cerca de Santa Catalina, es realmente bonito, con una decoración muy acogedora y ubicado dentro de una casona de estilo colonial.
Pedimos un surtido de entrantes típicos arequipeños, ceviche de corvina y lechón. La verdad es que estaba todo muy bueno, pero el ceviche no venció al que habíamos tomado una semana antes en Huanchaco (¡es que era delicioso!).
Con el estómago bien lleno y la cartera algo más vacía, fuimos a pasear por la Plaza de Armas. Una vez más, era el foco de la vida social de la ciudad. Me resultó muy curioso el contraste de las palmeras con la vista de los volcanes El Misti o Chachani al fondo, con sus cumbres aún con algo de nieve.
De sus cuatro lados, dos están repletos de soportales con arcos y elegantes balcones de estilo colonial, y otro de ellos por la majestuosa Catedral.
Fue una pena que nos quedásemos sin entrar al museo de la catedral (los horarios eran algo extraños), pero al menos sí entramos a su interior bajo la estricta vigilancia de un montón de seguratas.
Aunque el interior es una pasada, sigo quedándome con la fachada a pesar de todas las desgracias (fuegos, terremotos y qué sé yo) a las que ha tenido que sobrevivir.
Con tanto movimiento, empezamos a notar el cansancio, así que nos fuimos a una tienda a comprar algo de fruta y yogures para cenar. Al salir, esperamos en la plaza hasta que se hizo de noche antes de retirarnos al hostal para recargar fuerzas para el segundo día.
El sol volvió a acompañarnos en la segunda jornada arequipeña (¡menudo calor!).
Después de desayunar, nos subimos directamente a un taxi para ir al Mirador de Carmen Alto, en el barrio de Cayma.
Tuvimos que pagar 5 soles cada uno, pero las vistas de los volcanes El Misti (5821 m) y Chachani (6053 m) y las del valle son insuperables.
No lo son tanto las de la ciudad, ya que realmente lo que se ve es la Arequipa real, es decir, las enormes barriadas de ladrillazo puro y pobreza que rodean a la idílica zona central.
Para volver al centro cogimos otro taxi. Habíamos pensado en bajar a pie, pero eran unos cuantos kilómetros y el camino no parecía demasiado interesante.
Nos quedaban unas horas antes de seguir nuestro recorrido, así que le pedimos al taxista que nos dejase cerca del mercado. Una ciudad tan grande e importante tenía que tener un mercado acorde a su caché y no queríamos perdérnoslo.
Aunque es muy bonito, muy grande y bien cuidado (e incluso con más luz que los que ya habíamos visto), los mercados de Cajamarca, Trujillo o Chachapoyas tenían algo que, a nuestro juicio, los hacía más especiales.
Pero que no quepa duda… ¡Vale la pena visitar cualquier mercado en Perú!
de un último paseo por el centro para despedirnos, fuimos al Museo Santuario Andino. No es quizá el más completo, pero es de los pocos (o el único) que abre los domingos y además estaba justo enfrente de nuestro hostal.
La entrada cuesta 20 soles y la visita empieza con un vídeo de 15 minutos que explica con imágenes reales cómo recuperaron a la famosa Juanita (la momia de una niña inca de 12 años sacrificada a los dioses) de lo alto de un volcán por encima de los 6000 metros.
Es innegable que la historia es increíble. ¡Lo que tuvieron que pasar los incas para llegar hasta allí arriba con un equipo inexistente!
Además de la momia congelada de Juanita, el museo tiene varios objetos recuperados de varias tumbas semejantes y es una buen plan para pasar una hora cultural.
Al salir subimos al hostal a coger las mochilas y nos fuimos en taxi a la Terminal Terrestre para coger el bus al Cañón del Colca
Dejamos la civilización y nos vamos a la naturaleza más abrupta.
Llegamos al Cañón del Colca
Existen un sinfín de planes para poder disfrutar de este regalo de la naturaleza. Yo ya tuve la oportunidad de hacer un trekking en otro imponente cañón en Namibia pero, no sé el porqué, no es un plan que me motive demasiado…
Me da la impresión de que se me iba a hacer demasiado monótono.
Así que para disfrutar del cañón decidimos seguir el mismo planning que hice con mi amiga Isa en Namibia: disfrutar del entorno y contemplar el cañón desde distintos miradores haciendo pequeñas caminatas.
Lo impresionante de este cañón es que es uno de los más profundos del mundo, con una profundidad que supera el kilómetro en varias zonas.
Para llegar, mucha gente opta por hacer una jornada salomónica desde Arequipa embarcándose en un viaje nocturno para llegar después del amanecer al mirador principal, y regresar a Arequipa después.
Creo que es un error. La zona es suficientemente atractiva como para dedicarle al menos un par de días. Así que, siguiendo esta filosofía, cogimos un autobús algo cutrongo que salía de Arequipa a las 15:00 con destino Cabanaconde por 18 soles cada uno.
El viaje me recordó a muchos trayectos de Nepal, cuando mucha gente se quedaba de pie pero te ponían la compra o incluso el hijo encima.
En el fondo fue un viaje muy divertido con bonitas vistas de los volcanes hasta que ya se hizo de noche (llegamos a Cabanaconde a las 20.30).
¿Chivay o Cabanaconde?
Chivay es el pueblo más grande de la zona del cañón, pero también el menos atractivo porque está antes de que el cañón se abra hacia las profundidades.
Nosotros optamos por Cabanaconde (a unos 60 km de Chivay, casi 2h en autobús) que es el último pueblo del margen sur del cañón y que, a pesar de ser mucho más enano, está situado en un enclave perfecto: cerca del famoso Mirador Cruz del Condor (20 min en Combi) y con un par de miradores estupendos y sin tanta gente a los que se puede ir caminando desde el centro del pueblo.
Nos alojamos dos noches en Cabanaconde (a 3300 metros de altitud) y pasamos un día entero disfrutando del cañón y de la vida tranquila de la región.
Mirador Cruz del Cóndor
Entre Chivay y Cabanaconde hay un montón de miradores, pero este se lleva la palma porque las vistas del Colca son muy buenas y, además, las posibilidades de ver cóndores son más altas que en cualquier otro punto.
Como es una de las atracciones más visitadas de Perú, nos levantamos a las 5:30 para intentar coger la primera combi que saliese hacia Chivay… ¡Y tuvimos suerte! Porque a las 6 salió una que por 10 soles cada uno nos dejó en el mismísimo Mirador Cruz del Cóndor.
Eso sí, fuimos unos idiotas al comprar el Boleto Turístico del Cañón (40 soles por persona), porque nadie nos lo pidió en ningún momento… Si se va temprano, no compensa comprarlo de antemano porque si hay alguien revisando parece ser que se puede comprar allí mismo.
Cóndores planeando
Total, que pringamos 10€ cada uno sin ser realmente necesario, pero igualmente conseguimos nuestro propósito y a las 6:30 estábamos ya disfrutando de las vistas del cañón…
… ¡y de los primeros cóndores que decidieron salir a saludarnos a nosotros, los únicos humanos en el mirador!
¡Qué bonito todo! Valió la pena haber madrugado para tener durante casi una hora esa zona del cañón solo para nosotros.
Después de observar un rato el vuelo del cóndor, dimos un paseo por el eje del cañón hasta llegar al Mirador del Cura.
Por el camino las vistas de la profundidad del cañón eran igualmente estupendas. Compensa hacer la caminata para disfrutar de distintos puntos de vista.
Cuando volvimos al verdadero Mirador Cruz del Cóndor la situación había cambiado…
Habían llegado un montón de furgonetas y algún que otro autobús descargando a un buen rebaño de turistas que ocupaban el lugar (algo ruidosos desgraciadamente).
Menos mal que los cóndores deben estar habituados porque durante una hora más nos regalaron unas imágenes preciosas, tanto en movimiento como en reposo.
Aún así (a pesar de todos esos grupos de turistas) nos quedamos igualmente más de media hora disfrutando de la suerte que habíamos tenido.
Mirásemos hacia donde mirásemos, siempre encontrábamos algún cóndor ya fuese en reposo, planeando, o a punto de remontar el vuelo.
Una experiencia sencillamente genial.
Los Miradores de Cabanaconde
La suerte volvió a sonreírnos a las 9 y pico cuando decidimos volver a nuestro alojamiento de la Plaza de Armas de Cabanaconde (Villa Pastor, 100 soles por noche la habitación triple).
Justo cuando pisamos la carretera apareció el autobús que cubre la línea Chivay-Cabanaconde. Fue estupendo porque llegamos a tiempo para desayunar, descansar un rato y salir a dar el paseo del Mirador de Achachiwa.
Es muy sencillo llegar ya que el camino sale de la propia Plaza de Armas (aunque nosotros nos retrasamos porque nos quedamos un rato a ver una especie de acto-ceremonia de “mejora de la calidad del ganado de ovejas”… ¡Parecía aquello una película de Berlanga!).
Para coger la ruta hay que salir por la esquina noroeste de la plaza hasta llegar a una pista de tierra y seguir las indicaciones puestas en algunas piedras.
Nos sorprendió mucho pasar junto a una Plaza de Toros…¡Hasta Cabanaconde hemos traído estas cosas! En fin…
Un perro muy majo nos acompañó todo el camino e incluso nos indicó en algún momento por dónde teníamos que ir. Le llamamos Sherpa.
El mirador está situado justo en una caseta de madera bastante rústica que se eleva un poco por encima del precipicio.
Las vistas son de infarto y, además, es una parte del cañón (la oeste) que no se ve desde el Mirador Cruz del Cóndor.
Pasamos allí un cuarto de hora simplemente mirando hacia todas las direcciones y haciendo fotografías.
Volviendo hacia el centro de Cabanaconde hay un pequeño desvío que lleva a otro supuesto Mirador de Achachiwa. Hay que subir por una ladera durante un par de minutos pero no cuesta casi nada.
No es que haya mucho cambio con respecto a la anterior vista, pero la fuerza del cañón es tan grande que cualquier momento es bueno para volver a mirar en sus profundidades.
Taxi a Chivay y Baños de La Calera
Después del paseo hasta el Mirador de Achachiwa paramos a comer un guiso de alpaca en un restaurante local por 5 soles. ¡Son increíbles estos precios en Perú! En función del sitio elegido puedes pagar 5 soles o 25 por el mismo plato.
Por la tarde descansamos, dimos un paseo por el pueblo y reservamos a través del alojamiento los billetes de autobús para ir de Chivay a Puno el día siguiente (99 soles cada uno… ¡la verdad es que le llega!).
Tras una noche tranquila y fresca que pasamos envueltos en varias mantas, desayunamos temprano y nos pusimos en caza y captura de una combi para ir a Chivay.
Eran las 7:30 de la mañana y no aparecía ninguna combi… ni a las 8… ni a las 8.30…
Parecía casi seguro que íbamos a tener que esperar al autobús de las 9:30, con lo que llegaríamos a Chivay a las 11.30 sin tiempo para hacer nada allí…
¡Qué rabia! Antes de rendirnos preguntamos en la plaza si había algún taxi y conseguimos negociar que nos llevasen directamente desde Cabanaconde a los Baños de La Calera (a 4 km de Chivay) por 100 soles.
Evidentemente nos salió mucho más caro que el autobús, pero gracias a eso pudimos disfrutar en tranquilidad de estos baños termales sulfurosos ubicados junto al río Colca y con unas fantásticas vistas de las montañas.
La entrada nos costó 15 soles a cada uno y pasamos algo más de una hora cambiando de piscina en piscina, prácticamente solos y relajándonos para el próximo viaje en autobús que teníamos por delante…
¡Rumbo a Titicaca!