El tercer día de esquí de esquí supuso el verdadero acercamiento a la frontera rusa, sin dejar atrás la suculenta combinación de bosques con amplios lagos y vastas llanuras. Finlandia es sinónimo de esquí de calidad y contacto real con la naturaleza salvaje.
ETAPA 3 – Kovavaara – Arola
- Distancia: 19 kilómetros
- Inicio: Kovavaara
- Final: Arola
- Sitios de Interés: Kovavaara, Hameahon Autiotupa, Arola, Arolan Pirtti
Después de una noche que debió ser bastante fría, me despertaron los tímidos rayos de sol que se empezaban a colar por mi ventana después de las 7 de la mañana.
Había dormido estupendamente (completamente enrollado en uno de los sacos de dormir profesionales que nos habían dejado y un par de mantas) y no podía creerme que, por tercer día consecutivo, el sol fuese a acompañar nuestro periplo nórdico.
Me vestí y salí a las escaleras que llevaban a la planta superior de la casa, donde estaba mi habitación. Las vistas de la pequeña colina de Kovavaara eran estupendas, y la sensación de paz y tranquilidad era aún más intensa que en los días anteriores.
Antes de desayunar, fui a hacer una visita al «baño-seco» que se encontraba a pocos metros de la cabaña principal. Era exactamente igual que el que recordaba de unos años antes, cuando hice el tour largo en la zona de Ylläs-Pallas-Ounastunturi.
Simplemente una cabañita con dos «asientos» gemelos (por si a alguien le apetece compartir la experiencia, supongo), un rollo de papel higiénico y un montón de serrín. Y es que realmente… ¿se necesita más para ir al baño?
Tras el habitual copioso desayuno, nos pusimos toda la equipación necesaria para enfrentarnos al tercer día de ruta de esquí por la frontera entre Finlandia y Rusia.
Empezamos a -21ºC, así que se mantenía presente el frío polar.
Si por algo se caracterizó este tercer día, fue por lo cerca que estuvimos en casi todo momento de la línea divisoria. En ciertos puntos, se podía ver perfectamente «el otro lado», mientras que en otras partes del recorrido queda en el medio una especie de «tierra de nadie» por la que patrullan únicamente los policías de los dos países.
Así que era mejor no salirse del camino establecido y respetar las indicaciones para no causar ningún tipo de malentendido…
La luz de la primera hora de camino, mientras subía el sol, fue intensa y especial. Sobre todo cuando salíamos de los bosques para atravesar zonas más abiertas o algún pequeño lado congelado, pudiendo así tener una mejor percepción del cielo y el cambio de azules.
A medio camino entre Kovavaara y nuestra parada para el almuerzo-comida, esquiamos por una recta casi interminable con un montón de sube-y-bajas que nos hicieron disfrutar mucho a los que nos gusta salirnos un poco de la planicie habitual.
Por supuesto, todo decorado siempre por un sinfín de señales recordándonos que la tierra Rusa se encontraba a tan solo un tiro de piedra. En una de estas señales, ¡hasta parecía que Putin nos estaba haciendo un corte de manga!
Cuando llegué a Hameahon Autiotupa me alegré bastante al comprobar que había una cabaña de madera en condiciones: con puerta, buena estufa y perfectamente cerrada.
Y eso que no hacía tanto frío ni como por la mañana ni como los dos días anteriores (estaríamos rondando los -10 grados), pero la sensación térmica en el exterior era mucho más agradable al no haber casi viento.
Entré a hacerle compañía a Antti, que estaba ya preparando la comida. ¡Menudo crack! Además de conducir la moto, hacer la huella y colocar los banderines, se encarga de ir preparando la comida, el té y el café mientras no llega Urpo con el grupo.
Esta vez nos tocaba comer dentro, pero tomar el té (o café, dependiendo del gusto personal de cada uno) en el exterior.
¡Qué gozada! La temperatura exterior se aguantaba perfectamente y, a medida que iba llegando el resto del grupo, fuimos formando un círculo rodeando el fuego en el que se estaba de perlas.

Disfrutando al aire libre
¡Lujo nórdico!
Un rato después, entramos para degustar la sopa de remolacha al estilo ruso (muy apropiado, por cierto), que nos habían preparado Antti y Urpo.
Estaba deliciosa, y se agradecía el hecho de poder comerla tranquilamente sin sensación de congelación ni miedo a que se quedase fría.
A pesar de lo cómodos que estábamos, no había demasiado tiempo que perder. La predicción del tiempo decía que se iba a ir nublando a medida que entrase la tarde, y sería una pena desaprovechar la oportunidad de recorrer la parte final de los bosques con el bonito día de cielo azul que nos había tocado.
Así que, cuando Antti recogió todo y estaba listo para seguir marcándonos el camino, pusimos rumbo a Arola para esquiar los 10 km que nos quedaban para completar los 19 km del tercer día.
Fue una segunda mitad de camino bastante entretenida, con diversos cambios de paisaje y alguna que otra subida para entrar en calor.
Como estaba siendo habitual, no nos cruzamos con nadie. Era como si nos hubiésemos trasladado a una dimensión alternativa donde nosotros, y únicamente nosotros, fuésemos los únicos merodeadores de la región.
Llevaba 3 días de ruta y mi cabeza había desconectado a tal nivel que me daba la impresión de llevar dos semanas sin trabajar. ¡Esto sí que cunde!
Tras varios tramos de bosques y lagos, llegué a la primera señal de Arola, clavada en un árbol. Tenía mucha curiosidad por llegar y probar la cena de nuestra anfitriona para esa noche, pues tiene la reputación de ser la comida más exquisita de la región.
Quince minutos después me encontraba delante de Arolan Pirtti, la casa de Helena. Fui el primero en llegar (bueno, después de Antti y su moto, por supuesto), así que tuve tiempo suficiente para ponerme cómodo y estirar los músculos antes de la llegada de Ulrike y Ludz, que venían a 20 minutos de mí, aproximadamente.
Helena nos había preparado una deliciosa merienda con queso de la región y bizcochos de arándanos, té, café, chocolate… No daba crédito… ¡Y después aún quedaba la cena!
Mientras los demás iban llegando, subí a mi habitación. Me tocaba otra vez habitación privada (es decir, comodidad pero soledad). Tampoco era un gran problema, así podía dedicarme un rato a escribir antes de dormir si el sueño y cansancio me lo permitían.
Tras una intensa sauna (yo esto lo aguanto y disfruto cinco días, pero la gente que lo hace a diario tiene mucho mérito) llegó el momento de la cena, con la que Helena nos dejó a todos a cuadros.
¡Menudo banquete! Había de todo: guiso de reno, pastel de pescado, purés de verduras, revuelto de zanahoria, ensaladas, patatas, arándanos, varios tipos de pan, etc.
Y lo prepara todo ella. Menos mal que cenamos temprano, porque estaba claro que yo al menos iba a necesitar varias horas para digerir todos esos manjares.
Por si la cena no había sido ya lo suficientemente perfecta, Helena (que tiene sesenta y pico años) nos contó cómo había sido la historia de la región en los últimos 150 años: desde las andanzas suecas hasta los conflictos con Rusia y la Guerra del Invierno, y también nos habló de su historia personal.
Fue la primera mujer de la región en irse (a principios de los años 70) a estudiar inglés a Inglaterra durante un par de años. Allí entró en contacto con la cultura del Bed & Breakfast y pensó que era algo que podía funcionar perfectamente en su pueblo natal.
Así que, al volver, decidió probar suerte y montó su primera «pensión». Desde entonces su negocio ha ido creciendo hasta lo que es hoy en día: alojamiento, comida y excursiones incluso para ver osos.
Es un sitio estupendo para ir tanto en invierno como en verano. Ya solo el hecho de conocer a Helena vale la pena. Para mí, al menos, hablar con ella y escuchar sus historias del pueblo y de la región fue de los momentazos del viaje entero.
¡Cuánto me alegro de haber venido!