La hermana mayor del conjunto de más de 700 islas que forman las Exumas es una isla muy poco poblada y con bastante resort al que se escapa gente adinerada buscando desconexión, pero también supone una curiosa visita para el viajero independiente.
A pesar de contar con una longitud de 60 km, Great Exuma tiene una superficie inferior a los 160 kilómetros cuadrados debido a lo estrecha que es. George Town es la ciudad más grande y donde se concentra la mayor parte de la población (1500 personas en total en la isla).
Atravesada por el Trópico de Cáncer, viajar a esta isla es un retroceso en el tiempo, a una época tranquila y sin complicaciones donde los vecinos se fiaban unos de otros.
Y podemos atestiguar que esto es así desde el primer momento que pusimos un pie en la isla. Bueno, desde el segundo, ya que realmente llegamos a Great Exuma muy temprano por la mañana para hacer el recorrido de las Exuma Cays, y fue a la vuelta de este precioso circuito por las pequeñas islas hermanas (sobre las 5 de la tarde) cuando empezamos a vivir la aventura Greatexumera de verdad.
Justo al lado del embarcadero, nos dijeron que había un sitio de alquiler de coches. Nuestra idea era alquilar uno para recorrer la isla durante dos días y aprovechar para dormir en él ya que los alojamientos son todos prohibitivos (precios que prefiero ni mencionar ni recordar).
Nos costó encontrar la «empresa de alquiler» ya que realmente se trataba de una casa particular. Entramos dentro y apareció una niña de unos 5 años que nos miraba alucinada como si fuésemos los primeros blancos que había visto en su vida, y posteriormente pudimos ver a su madre, sentada en un sofá, con una especie de barreño masajeador de pies. Nos dijo que sí, que era ella la que alquilaba el coche (el cual nos costó solamente 70 USD para los dos días) y que simplemente teníamos que esperar un momento que le iban a echar gasolina.
Para devolverlo lo único que teníamos que hacer era dejarlo en el aeropuerto, abierto, con las llaves en la guantera… ¡Increíble! Al rato trajeron el coche, un Nissan automático bastante cómodo.
Estábamos al norte de todo de la isla, y nuestra intención era recorrerla en dirección sur para acabar al día siguiente en el aeropuerto (nuestro vuelo de vuelta a Nassau salía al día siguiente a las 17.40). Fuimos sin ningún plan establecido. Simplemente con la idea de dejarnos llevar por la carretera y las señales, con la única intención fija de ver el amanecer en la Tropic of Cancer Beach.
Lo primero que nos encontramos fue una señal de «Heritage Site: Steventon Jail House«, así que paramos a ver qué se cocía ahí. Lo único que había eran unas ruinas con una estatua de un señor dorado que claramente había invertido gran parte de su tiempo en ir al gimnasio. Se trata de Pompey, un héroe local que había sido esclavo e inició en 1829 una revolución que llevó a la abolición de la esclavitud 9 años más tarde. Después, caminamos un poco más hasta llegar a un pequeño cobertizo con unas bonitas vistas del mar.
Siguiendo nuestra ruta, acabamos sin querer metidos en territorio del Sandals de Emerald Bay (hotel pijo de bastante lujo). Como parecía que no había nadie que nos lo impidiese, dimos un pequeño paseo por las instalaciones y nos tumbamos a descansar en el césped.
Con la noche encima, llegamos al Fish Fry, lugar habitual en las poblaciones de Bahamas. Se trata de una especie de mercadillo fijo con puestos donde se puede cenar pescado y platos locales. No había tanto ambiente como en el de Nassau, pero pasamos un buen rato igualmente.
Antes de retirarnos a nuestra suite de lujo (el coche alquilado), nos colamos en otro resort que estaba cerrado y, parecía, vacío. Contaba con una playa privada y una potente luz que ejercía de atractora de mosquitos de forma que a nosotros nos dejaban en paz.
Pese a que las nubes empezaban a hacer acto de presencia, una intensa luna iluminaba la playa, así que decidimos quedarnos allí. No mucho después fuimos conscientes de que se gestaba una bonita tormenta, por lo que era momento de recoger e irnos al coche.
Buscamos un lugar tranquilo (cerca de algunas casas) y discreto donde aparcar el coche e intentar dormir algo. Yo estaba en el sitio del conductor, Rafa en el copiloto y Cris en el asiento de atrás. En algún momento me dormí pero cuando me desperté fui consciente de una escena muy cómica que estoy seguro no se nos olvidará en la vida.
Fuera, una tormenta tropical con mayúsculas. Lluvia muy potente y un calor húmedo asfixiante. Los tres intentando matar mosquitos a palmas, Cris diciendo desde atrás «abre la ventana que hace calor«, y Rafa contestando «no, que entran más mosquitos«. Y era cierto, no sólo los mosquitos querían entrar, ¡también las ranas! Sería el cansancio, pero nos pareció oír tantas ranas que nos daba la impresión de estar rodeados de batracios por todas partes.
Unas horas después ya no podíamos dormir más y la tormenta había amainado, así que pusimos rumbo a la Tropic Cancer Beach, al sur de todo, en la que se conoce como Little Exuma. Llegamos sin ningún problema puesto que no había nadie más aparte de nosotros en la carretera.
Y qué decir de esta playa… ¡magnífica!
Toda para nosotros con un formidable amanecer al fondo. Esperamos tranquilamente a que el sol estuviese relativamente alto y el día iluminado para buscar un sitio para desayunar. Aún así, nos dio pena dejar esta bonita y aislada playa, en la que no llegamos a encontrar ninguna presencia humana.
Encontrar dónde desayunar fue una odisea. Yo me adapto bastante bien a las dietas locales de los países, pero un mega-plato de pescado a las 7 de la mañana se nos estaba haciendo algo intenso. Lo único diferente que conseguimos fue una especie de huevos revueltos con un zumo, pero nos supo a gloria.
Para acabar el día, volvimos al resort en el que habíamos estado la noche anterior. Nadie nos impidió la entrada… ¡y es que no había nadie! Nos acomodamos en una terracita y nos entró el sueño que no habíamos podido disfrutar durante la noche.
Tras la siesta mañanera, dimos un paseo por la playa y mientras nos bañábamos nos topamos con un animal que nunca habíamos visto antes. Al principio nos asustó pensando que podría ser algún tipo de medusa, pero rápidamente entendimos que era otra cosa: una especie de «alga» pero con forma de babosa-caracol, que se movía lentamente siguiendo la suave corriente.
Investigando por Internet, descubrimos que se trataba de una especie de liebre de mar: Aplysia Dactylomela, un molusco con pinta de leopardo que puede llegar a medir hasta 30 centímetros. Viven en mares tropicales y subtropicales, fundamentalmente en agua de poca profundidad y preferiblemente rodeados de vegetación densa que les sirva de camuflaje. Un bonito descubrimiento.
Con la hora de salida de nuestro vuelo ya próxima, volvimos al aeropuerto. Dejamos el coche en el parking con las llaves en la guantera, como nos había indicado la señora. No hemos vuelto a tener noticias, así que suponemos que lo recuperó sin problemas.
Cansados pero contentos de nuestras aventuras exumeras, nos fuimos con una sonrisa por todo lo vivido, y por el último punto surrealista del día. Uno va tranquilamente al baño a desalojar las tripas y se encuentra esta clase de panfletos encima de la cisterna… ¡menudo país!
Como anécdota final… pocos días después de volver de Great Exuma descubrimos que el coche que habíamos alquilado debía alojar una gran comunidad de chinches, ya que a los tres nos aparecieron del orden de 40 picaduras por todo el cuerpo… ¡qué horror!
Sin duda, esa noche pasará a la historia como la peor de nuestras vidas. La próxima vez que volvamos a Great Exuma será con presupuesto para conseguir reservar al menos una hamaca.