En los cuatro días que pasamos en la región de la Amazonia (entre los 2000 y los 3000 msnsm) descubrimos una antigua civilización que se originó en la zona alta del Perú y cuyas maravillosas ruinas y curiosa cultura han perdurado hasta nuestros días para demostrarnos la riqueza e importancia de la zona.
¿Quiénes eran los Chachapoyas?
Cualquiera que lea este nombre por primera vez seguro que se para a releerlo con calma… Pero sí, los Chachapoyas existieron y fueron una cultura bastante fuerte que duró desde el siglo IX d.C. hasta la conquista española (aunque ya en 1470 habían quedado algo tocados por el avance de los Incas).
La expansión de este pueblo, cuyo nombre significa Hombres de las Nubes se forjó sobretodo a partir del siglo XI cuando apareció un patrón común de construcciones de piedra adornadas con ciertos símbolos y motivos geométricos.
La organización social de este pueblo se basaba en la agricultura. Los intercambios de alimentos y servicios en la región mantenían a las distintas poblaciones muy unidas, viviendo casi sin ningún tipo de conflicto.
Sin embargo, los Incas trastocaron todo. Los Chachapoyas, a diferencia de otras culturas como la Chimú, mostraron gran resistencia, e incluso después de ser sometidos llegaron a aliarse con los españoles antes de la derrota del imperio Inca.
El Viaje hasta Chachapoyas
El centro vital más importante de la región es la ciudad que heredó el nombre de esta cultura y que con sus poco más de 30.000 habitantes y a una altitud que ronda los 2300 msnm, sigue siendo un destino muy poco visitado y con unos accesos un tanto… complicados.
Para llegar en avión se puede volar al propio aeropuerto de Chachapoyas, pero hay pocos vuelos (2 a la semana conectando con Lima y solo algunos meses y alguna avioneta a Tarapoto), aunque también se puede volar a Jaén o Tarapoto (pero están a 4h y 8h en autobús respectivamente).
Nosotros fuimos en autobús desde Trujillo (15h vía Pedro Ruiz), pero también se puede ir desde Cajamarca por una carretera estrecha y desafiante que debe ser preciosa por sus contrastes paisajísticos.
La compañía que cubre ese trayecto se llama MóvilBus, y los autobuses son del estilo a los que tiene Cruz del Sur. Como el trayecto fue en su mayor parte nocturno, ¡dormirmos prácticamente todo el rato!
De todas formas, a pesar de su ubicación, es un destino perfecto para quien busque contactar con la naturaleza y la cultura y, muy importante, casi sin turistas.
¡Para nosotros incluso superó las expectativas!
La Ciudad: Un Pueblo Grande
Chachapoyas es la capital del departamento de Amazonas y fue fundada por el capitán español Alonso de Alvarado en 1538 en el margen derecho del Valle de Utcubamba.
En la actualidad, conserva sus casonas de estilo virreinal y republicano, dándole un aire bastante distinto a las dos ciudades que habíamos visitado antes de llegar (Cajamarca y Trujio).
La mayoría de las fachadas son blancas, con techos de tejas, grandes patios y formidables balcones de madera. La Plaza de Armas es sencilla y a la vez muy bonita, congregando una vez más el fulgor y energía de este pequeño enclave andino.
A pesar de su reducido tamaño tiene de todo: locales modernos, restaurantes tradicionales, el típico mercado de ciudad con carnes y frutas, calles peatonales, comercios, etc.
Hay mucho movimiento en la calle y muchos niños y gente joven (todo lo contrario a lo que habría ocurrido en España si trasladamos esta ciudad a lo que podría ser su homóloga ibérica).
Para los 4 días que pasamos en la región decidimos alojarnos en un hospedaje familiar: Hostal Mama Nichi (65 soles la noche por habitación doble con desayuno), que es sencillo pero a la vez muy cómodo y la mujer que lo lleva, Rita, es un absoluto encanto que nos ayudó y aconsejó en todo momento para organizar las salidas y actividades que queríamos hacer.
¡Para repetir! Con anfitriones así da gusto viajar a la aventura.
Tomando siempre la ciudad como epicentro, dividimos el tiempo a partes iguales entre cultura y naturaleza, visitando así Los Sarcófagos de Karajía, El Pueblo de los Muertos, La Ciudad-Fortaleza de Kuélap y las Cataratas de Yumbilla y Gocta.
Pero hay muchas más cosas en la región, así que bien merece una visita más larga… ¡o volver! (me quedo con ganas de la ruta de Gran Vilaya).
Los Sarcófagos de Karajía
Después de un primer día de ruta por la naturaleza, organizamos de forma independiente la visita a Karajía y al Pueblo de los Muertos. No conseguí ninguna agencia que combinase las dos cosas (todas, absolutamente todas, combinan Karajía con la Caverna de Quiocta que no nos interesaba demasiado); así que lo intentamos por libre… ¡y salió bien!
Para llegar a Karajía cogimos una combi en la Terminal Terrestre de Chachapoyas a las 7.30 de la mañana para llegar a Luya (5 soles, 1h) y de ahí cogimos un colectivo para continuar hasta Cruzpata (7 soles, 45 minutos).
El viaje en colectivo fue auténtico, porque iba recogiendo por el camino encargos de alimentos y bebidas de varias personas, así que parecía que íbamos montados en un supermercado ambulante.
Cuando llegamos a Cruzpata (un pueblucho sin demasiados alicientes) nos registramos en la improvisada oficina de turismo (5 soles cada uno) y, sorprendentemente, nos dieron “la llave” para abrir la puerta del acceso a Karajía.
¡Increíble! Se ve que no mucha gente visita el sitio… Ese día en concreto fuimos los primeros y en las 2 horas que pasamos allí no apareció nadie más.
En el último colectivo que tomamos antes de llegar a Karajía, entramos en contacto directo con la cultura de la tecno-cumbia peruana… ¡Sin palabras!
La importancia de estos sarcófagos reside en que están ubicados a 2600 msnm en una especie de cortado de la montaña frente a un precioso valle verde y también por tratarse de los sarcófagos más elaborados y de mayor tamaño de todos los que hay en la zona.
Aunque originalmente había 8 sarcófagos, en la actualidad solo quedan 6 ya que dos fueron destruidos.
La ruta para llegar desde Cruzpata no tiene pérdida y es relativamente sencilla, aunque para quien no esté muy acostumbrado a salvar desniveles la vuelta puede hacerse algo dura: es todo cuesta arriba y en una altitud en la que ya se empieza a notar la diferencia de la concentración de oxígeno.
Sea como sea, la bajada se puede hacer tranquilamente en 20 minutos (es poco más de 1 km) y la subida en 1 hora aproximadamente a paso tranquilo.
Aunque la ruta al principio es algo monótona, los últimos metros que son los que llevan hasta el mirador de los sarcófagos (que se encuentran a más de 20 metros por encima de nuestras cabezas) nos regala ya un precioso desfiladero con unas vistas muy bonitas.
Es imposible no localizar los sarcófagos porque tanto el camino como la mirada te llevan directamente a ellos…
¡Son geniales! Se calcula que datan de 1460 y en su interior están las momias de los personajes más importantes (guerreros, hechiceros…) junto a sus pertenencias más valiosas.
La verdad es que la forma que tienen es muy curiosa… por un lado parecen una versión algo barata de los moáis de la Isla de Pascua, pero por otra parte… bueno, no hay que exprimir demasiado la imaginación para reconocer a qué parte del cuerpo humano tratan de emular…
Sentimos que éramos unos privilegiados al poder disfrutar de ese entorno natural y cultural sin tener a nadie a nuestro alrededor, solamente a los ancestros chachapoyas vigilantes desde su preciso mirador.
Siguiendo el camino hasta el final, se llega a divisar otros sarcófagos en la montaña pero en mucho peor estado. Aún así, son igualmente fascinantes porque están parcialmente fusionados y tienen un aspecto mucho más aterrador.
¡Me encantó esta visita!
El camino de vuelta lo hicimos poco a poco para no forzar la maquinaria y justo nos coincidió que salía un colectivo de Cruzpata para regresar a Luya. ¡Genial!
El Pueblo de los Muertos
Rita, la dueña del hospedaje de Chachapoyas, nos había dicho que saliendo temprano nos iba a dar tiempo a combinar Karajía con el Pueblo de los Muertos, y tenía razón.
Al final llegamos a Luya a las 12.30 tras visitar Karajía, por lo que quedaba mucho día por delante. Como esta segunda ruta es mucho más empinada y vertiginosa y al día siguiente teníamos ya planeada la caminata de la Catarata de Gocta, mi madre se volvió a Chachapoyas a dar una vuelta y yo me fui en mototaxi hasta Lámud (2 soles, 4 km) para investigar la logística del camino.
Allí me dijeron en la oficina de turismo (bastante decente por cierto) que la única forma de llegar era en taxi privado porque hoy en día no va prácticamente nadie. Me dijo que yo iba a ser el primero en ir en casi una semana…
¡¿Cómo?! Me parecía imposible. Vale que la (poca) gente que llega hasta aquí opte por otros tours o visitas, pero que en una semana nadie se hubiese animado a ir…
Pero el hombre no mentía, y después de pagar la entrada (5 soles) me dio un manojo de llaves para ir abriendo las puertas a mi paso.
Para llegar hasta el inicio de la ruta hay dos opciones: caminar 11 kilómetros ida y después otra vez de vuelta por una pista de tierra, o ir en un taxi que cobra 50 soles por ir, volver y esperar.
Como no había nadie más interesado en ir tendría que pagar yo el taxi… pero me decidí a hacerlo porque estaba convencido de que iba a valer la pena.
Y efectivamente… ¡Fue una pasada!
Mi conductor, Humberto, me llevó hasta el punto de inicio de la ruta. Son solo 11 km pero a lo tonto tardamos casi 40 minutos porque la pista está en muy mal estado.
Por el camino empezamos a tener unas vistas alucinantes del valle e incluso llegamos a divisar a lo lejos la Catarata de Gocta, aunque no conseguí que saliese en ninguna foto porque había algo de neblina.
Empecé el descenso muy emocionado por un sendero muy bien marcado entre matorrales multicolor…
… pero que pronto se transformó en un camino estrecho y empinado que bajaba siguiendo el margen de un auténtico precipicio. Vamos, que estaba disfrutando como un niño. Las vistas eran sobrecogedoras y no pude evitar parar cada dos minutos a hacer un par de fotos.
Que quede claro que llegar al Pueblo de los Muertos no es una idea apta para quien no esté acostumbrado a caminar o a hacer algo de montaña o para quien tenga vértigo, porque hay ciertos tramos que son bastante impresionables.
Yo fui descendiendo a buen ritmo a la vez que disfrutaba del paisaje del Valle formado por el Río Uctubamba y abría los portalones que me iba encontrando.
Tras algo más de 2 km de descenso, llegué casi a la entrada del pueblo que está custodiado en la altura por un montón de momias estilo las de Karajía pero más sencillas y redondeadas.
Desde ese mirador, no tardé ni un par de minutos en llegar a la entrada de tan fascinante lugar: El Pueblo de los Muertos.
Poco se sabe de este enigmático sitio construido en una vertiginosa caída de la montaña, pero está claro que posee una fuerza especial que pude saborear de primera mano al ser el único humano que estaba allí en ese momento.
En el fondo me sentía como una versión (cutre, claro está) de Lara Croft descubriendo un antiguo asentamiento desconocido en medio de una jungla.
Pasé más de media hora caminando por la estrecha plataforma que comunica las diferentes casas del pueblo y sacando fotos del horizonte y de las estructuras que están medio comidas por la vegetación salvaje.
Un lugar para recordar. No me arrepiento de ninguno de lo soles que invertí en llegar hasta allí.
Volviendo a donde me había dejado el taxista me dejé los riñones porque parecía que iba a empezar a llover y no quería que me cogiese una tromba de agua subiendo por el despeñadero… aunque al final fue una falsa alarma.
Al final, coincidió que Humberto tenía que ir hasta Chachapoyas, y como le debí caer bien me propuso que fuese ya con él a precio de combi. ¡Pero qué majo!
Antes de salir paramos un rato en Lámud para recoger a su mujer que trajo unos bollos de pan rellenos de zapallo que estaban buenísimos. Pasamos todo el camino hablando de la situación política y social del Perú y comparándola con otros países.
Un día muy, pero que muy interesante en todos los sentidos y que concluyó en la Plaza de Armas de Chachapoyas tomando una hamburguesa de lentejas y un merecidísimo batido de mango, piña y quinoa en el Café Fusiones.
Kuélap: La Gran Joya de la Amazonia
La mayoría de los turistas que vienen a esta parte del país lo hacen con dos ideas en mente: Gocta y Kuélap, y hay que darles la razón porque tanto una cosa como la otra nos han parecido auténticos tesoros completamente desconocidos para quien no investigue un poco sobre el país… ¡Si es que Perú no es solo el Machu Picchu y Cusco!
A pesar de tener muchos más visitantes que cualquiera de los sitios anteriores y contar con una infraestructura turística mucho más desarrollada (teleférico incluido), el poder y la inmensidad de Kuélap puede con todo y transforma la visita en un auténtico retorno a una gran ciudad de los Chachapoyas (sobre todo para los que madrugamos y evitamos el gentío).
Para llegar desde Chachapoyas hay que coger una combi a Nuevo Tingo (7 soles, 1 hora) y desde ahí se compra el pasaje del teleférico (20 soles ida y vuelta) que tarda unos 20 minutos en subir desde los 2100 metros de la base hasta los casi 3000 metros de altitud.
También se puede subir a pie (con mucho tiempo, esfuerzo y valor) o en alguna de las combis que supuestamente aún toman la ruta por la tortuosa pista que lleva hasta donde desemboca el funicular.
Teniendo en cuenta que el funicular en cuestión no es muy caro, es cómodo y las vistas son buenas, compensa tomar esta modernidad a pesar de que, de alguna manera, haya roto el encanto que tenía llegar hasta lo alto del cerro en el que se encuentra Kuélap por la ruta de tierra.
Una vez arriba, hay que comprar el boleto de entrada que está ya a 30 soles (la mitad con carnet de estudiante) y hacer una pequeña caminata de 20 minutos cuesta arriba pero relativamente suave para acceder al sitio.
La historia del lugar se remonta al siglo VI d.C. y estuvo ocupada hasta 1532, siendo uno de los sitios pre-Incas más impactantes e importantes del Perú.
Se calcula que, en sus fases más avanzadas, dio cobijo a 3000 habitantes y fue la ciudad (y no fortaleza como aún se lee en algún sitio) con mejor defensa gracias a su ubicación estratégica.
Una de las cosas más chocantes de Kuélap es la cantidad de piedra utilizada en su construcción: más de 700.000 toneladas de piedra tallada de un tipo que, además, no se encuentra en la región, lo que quiere decir que tuvieron que trabajarla y transportarla hasta lo alto del cerro.
Estos enormes muros que llegan a los 20 metros de alto y 2 de ancho rodean los 700 metros de longitud que mide la ciudad.
¡Increíble!
Para nosotros fue un auténtico privilegio visitar un lugar tan importante de la cultura Chachapoya sin las hordas de gente que se podrían esperar para algo tan importante.
Una vez a los pies de los muros de Kuélap, seguimos un cómodo sendero que la bordea parcialmente hasta llegar a la puerta conocida como Acceso 3…
… que hace el efecto de colador (una estrategia defensiva para que hubiese que entrar forzosamente de uno en uno).
Su interior es imponente. Tiene una cierta similitud (allá, muy en el fondo) a algunos de los castros que tenemos en Galicia, pero podríamos decir que los castros son la maqueta y Kuélap es la construcción real.
Hay casi 500 construcciones circulares esparcidas por todo el recinto, de diferentes tamaños y de diferentes castas sociales.
Las que están más decoradas (con diamantes o zigzags) son las que pertenecían a la nobleza y lo más interesante de ellas es que sus habitantes llegaban a convivir con los muertos de la familia ya que los enterraban en su interior.
El recorrido está muy bien dirigido, con plataformas de madera que se adaptan perfectamente al entorno sin dañarlo, empezando por el Torreón Norte de 7 metros que tenía no solo funciones de vigilancia…
… pues los huesos encontrados en su interior sugieren que los habitantes los lanzaban hacia el aire para, de alguna manera, impactar en las nubes y ocasionar la lluvia (ríete tú de la “Danza de la Lluvia”… ¡Mucho mejor lanzar huesos!).
La ruta continúa por el Pueblo Alto, zona de granes edificios, y sigue hasta donde estaban la mayoría de las viviendas (algunas decoradas y otras no).
Finalmente, se accede a la Plataforma Sur donde el edificio más emblemático es el Templo Mayor (también conocido como El Tintero) que, con su forma de cono truncado invertido (¡toma mates!), servía probablemente como escenario para rituales y ceremonias complejas.
Antes de abandonar la ciudad, pasamos por una sección final con muchas más viviendas y unas vistas estupendas del curioso Tintero.
La salida la hicimos por el Acceso 2 que nos descubrió una nueva sección del muro que nos llevó de lleno al estilo de vida de los Chachapoyas más avanzados.
Antes de coger el funicular de regreso, nos detuvimos en el restaurante de la zona turística para tomar un exquisito jugo de papaya con un plato de pollo a la brasa (a buen precio, teniendo en cuenta dónde estábamos y lo turístico del lugar).
Ya bajando, nos despedimos de Kuélap, que se levantaba sobre el cerro dominando el valle y recordándonos lo importantes que llegaron a ser estos curiosos Hombres de las Nubes que desaparecieron definitivamente debido a la intervención del Imperio Inca y, como no, del Imperio Español.
Pero el día nos deparaba aún una última sorpresa… Al salir del teleférico caminamos un poco buscando la combi que saliese para volver a Chachapoyas. La encontramos en poco tiempo y realmente no tuvimos que esperar demasiado, ya que salió a los 10 minutos a pesar de no estar llena.
Lo que hizo fue conducir durante un rato por las calles de Nuevo Tingo buscando a gente que quisiese ir a Chachapoyas, pero con lo que nos encontramos fue con un enorme helicóptero miiltar del que salió… ¡Vizcarra, el presidente del país!
Bueno, bueno, bueno… Momentazo salseo total.
Allí había un montón de gente con carteles (supongo que no todos buenos) mientras el hombre iba saludando a lo largo de los 50 metros que caminó desde el helicóptero hasta el coche en el que se metió.
Menuda despedida de la región de Amazonas… ¡A lo grande!