La travesía de esquí de fondo por Hossa se había reservado el toque mágico para la última etapa: bosques recién nevados para despedir una semana de inmersión directa en nuestro pasado más natural.

ETAPA 5 – Circular en la Reserva Natural de Martinselkonen

• Distancia: 17 kilómetros
• Inicio y Fin: Martinselkonen Wilderness Centre
• Sitios de Interés: Frontera con Rusia, Teerilampi, Martinselkonen Wilderness Centre, Lintulampi Autiotupa

La suerte siguió acompañándome en el último día de travesía en Martinselkonen. Tras tres días de intenso cielo azul y un cuarto nublado a medias, nos tocaba despedirnos por todo lo alto con un precioso día de nieve fresca.

¡Menudo subidón!

Estaba tan ansioso por empezar la ruta que el desayuno se me hizo eterno. Lo único que quería era ponerme los esquís y salir disparado para empaparme al máximo del último día de experiencia nórdica.

A las 9 en punto estábamos ya todos listos para salir. Y estábamos todos igual de emocionados. El paisaje se antojaba como más mágico aún que los días anteriores, y lo íbamos a aprovechar.

La primera parte del recorrido fue la misma que habíamos hecho el día anterior, pero en sentido contrario.: esquiamos por los bosques cercanos en dirección a Teerilampi.

Era claramente el mismo camino, pero por la luz y la nieve parecía totalmente distinto. Todos los árboles tenían una fina capa de nieve encima, dando un contraste de colores magnífico.

Además, la temperatura era casi de «verano»: osciló durante toda la jornada entre los -7ºC y los -3ºC (lejos habían quedado ya los 32 bajo cero del primer día).

Tras algo menos de una hora, pasé por la base de Teerilampi, la cabaña en la que habíamos hecho la parada técnica el día anterior.

Solo que, en esta ocasión, la ruta pasaba de largo para seguir completando un circuito circular que acabaría dejándonos de nuevo en el Martinselkonen Wilderness Centre.

Puedo afirmar, casi con toda seguridad, que los pocos kilómetros que unen Teerilampi con Lintulampi Autiotupa fueron los que más disfruté de toda la semana.

El camino que atravesaba el bosque se hacía cada vez más y más estrecho, obligándome a agacharme en ciertos momentos para no comerme las ramas (en ocasiones decidí no agacharme y «tropezar» con las que eran muy finas).

Un bosque mágico para mí solo, con un sinfín de árboles marcando el camino.

Normalmente me alegro mucho cuando llego a las cabañas en las que hacemos las paradas, porque un pequeño descanso nunca viene mal y, además, son sinónimo de comida…

Pero reconozco que esta vez estuve tentado a dar la vuelta y volver a esquiar los kilómetros que acabada de dejar atrás. No no lo hice porque venían ya cerca Ulrike y Ludz y prefería tener unos minutos para mí en esta última cabaña de la travesía, pero tuve que luchar contra la tentación.

Aunque por fuera la cabaña era muy bonita, el interior tenía un estilo más «moderno» que las de los días anteriores.

Era muy luminosa, con una buena estufa-caldera y un par de camas para quien necesitase pasar la noche. Sin duda, la más cómoda de todas.

Aquí tuvimos nuestra última experiencia de «La puerta del Mal», como la llamábamos Ulrike y yo. Aunque la temperatura exterior no fuese excesivamente baja, una vez que dejas de esquiar y te refugias en la cabaña el cuerpo tiende a quedarse frío, por lo que el calorcito del interior sienta muy bien.

Sin embargo, Urpo tenía siempre la manía de dejar la puerta abierta, con lo que de vez en cuando nos visitaba una corriente gélida totalmente innecesaria.

La cosa es que no nos dejaba cerrar la puerta porque, según él, con la puerta cerrada nos íbamos a poner a 25ºC y podía ser peligroso con la estufa.

Bueno… me parece un poco exagerado. En la media hora que pasábamos en cada cabaña, conseguir llegar a 10ºC o 15ºC ya me parecería todo un logro, pero bueno, él era el guía y no nos quedaba otra que obedecer (aunque nos pareciese algo tirano con lo de la puerta, jejeje).

Desde Lintulampi hasta el Martinselkonen Wilderness Centre el camino fue bastante parecido al de la mañana; es decir, nivel de disfrute al 100%.

Estos últimos kilómetros sí que ya los hice muy despacio. Me daba pena que la semana hubiese llegado tan rápido a su fin, y quería permanecer el mayor tiempo posible abrazado por la salvaje y dura naturaleza del norte.

Me hizo mucha gracia cuando nos cruzamos con una bici con ruedas de nieve que iba por el mismo camino que nosotros.

Si hubiese tenido un día extra, me habría quedado a probar cómo es eso de pedalear por encima de un manto blanco tan, a priori, deslizante. Una cosa más para añadir a la lista de futuros planes.

Y así, tras unos sublimes 17 kilómetros de esquí nórdico puro, estábamos de vuelta en nuestra casa de estas dos últimas noches.

¡Se habían terminado los 100 kilómetros de esquí!

Tenía una extraña sensación de pena y alegría, pero pronto me di cuenta de que era algo bueno: a pesar de ser ya la tercera vez que hacía un plan parecido, estaba claro que me tiraba tanto que pronto tendría que volver a repetir.

Además Jude, una de las chicas inglesas, me habló de varias rutas de Suecia y Noruega que yo había visto por Internet y que ella había hecho años atrás, y me las recomendaba totalmente.

¡Me encanta irme con nuevas ideas para futuros planes!

Tras la última y merecida sauna, compartimos cena de grupo con sorpresa final: crèpes en la casita estilo Hansel y Gretel que había justo delante de nuestra puerta.

Allí pasamos las dos últimas horas todos juntos antes de irnos a dormir. Al día siguiente nos esperaban casi dos horas de autobús hasta el aeropuerto de Kuusamo, donde pondríamos punto y final a una semana de buena nieve, bonitos paisajes, mucho esquí y excelente compañía.

¡Está claro que pronto volveré a por más!

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Al día siguiente estaba todo precioso para despedirnos y desearnos buen viaje.

Había seguido nevando suavemente toda la noche, y una fina capa de nieve polvo se había depositado sobre las ramas y tejados, sin llegar a cubrirlos por completo, dejando una estampa de postal.

La temperatura era ideal: -2ºC, así que antes de irnos salimos a dar un pequeño paseo de despedida por los alrededores.

Al ir caminando despacio, se observa todo de otra manera. Por ejemplo, los dos días anteriores no me había dado cuenta de que, junto a las señales de madera, había un buzón en forma de oso…

… ni de que había un recinto con unos perros adorables (pero malolientos a lo grande) que son los que tiran de los trineos.

‘Me detuve solamente un par de minutos a jugar un poco con ellos y después tuve que lavarme las manos cuatro veces para que se fuera el olor… ¡Pero es que eran irresistibles!

El viaje en autobús hasta Kuusamo fue muy bonito también. La carretera era como una continua pista de esquí, y el paisaje muy relajante.

En el aeropuerto daba la sensación de estar viviendo la típica noticia del telediario de «ola polar en algún país del norte». Casi no se podía distinguir la pista de despegue, y el avión estaba detenido esperándonos sobre una capa blanca que podría haber sido perfectamente la de cualquiera de los lagos congelados sobre los que habíamos estado esquiando durante toda la semana.

Compartí el vuelo de Kuusamo a Helsinki con Lise y Ulrike, pero al llegar allí ya nos separamos. Lise volaba a Dinamarca, Ulrike a Alemania y yo a España.

En el vuelo de Helsinki a Madrid empecé a volver a la realidad. Con la ola de calor inusual que había en el norte de España para ser principios de marzo, probablemente esta semana supusiese el punto y final a la temporada de nieve (o, por lo menos, de buena nieve) 2018-2019.

Está claro que el cambio climático está haciendo estragos en los inviernos de Europa y, en especial, en los de España.

Menos mal que aún quedará Escandinavia para largo (¡esperemos!).

¡Nos volveremos a ver pronto, Finlandia!