Si Petra es a la vez Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO y una de las Nuevas Siete Maravillas del mundo es por algo. Sin duda, una experiencia única, perfecta, intensa, maravillosa y necesaria no solo para cualquier viajero, sino que también para cualquier persona. Petra es historia, es monumento y es magia.
Breve Historia de Petra
Los Nabateos, una tribu nómada del oeste de Arabia que llegó a la zona en el siglo VI a.C., fueron los que construyeron la mayoría de los monumentos de Petra que han llegado hasta nuestros días.
Eran un pueblo de comerciantes muy organizado que, durante los siguientes 500 años, usaron sus riquezas para construir la ciudad. En su apogeo (bajo el reinado del Rey Aretas IV a principios del siglo I d.C.) la ciudad llegó a albergar a más de 30.000 personas, incluyendo escribas e ingenieros expertos en hidráulica que construyeron cisternas y canales de agua para proteger el sitio y sus edificios.
A principios del siglo II d.C. las rutas de comercio cambiaron de Petra a Palmira (en la actual Siria), y las nuevas rutas marítimas que aparecieron a través del Mar Rojo hasta Roma eclipsaron la importancia de Petra como puesto intermedio, debilitando al Imperio Nabateo y cayendo finalmente en manos de los romanos.
Ellos no despreciaron la ciudad y la repoblaron con características romanas típicas, como grandes calles, columnas y baños.
Dos terremotos (años 363 y 551) destruyeron gran parte de la ciudad, pasando a ser rápidamente una «ciudad olvidada» conocida solo para la población local de Beduinos que prefirieron mantener su localización en secreto.
Y así permaneció durante siglos, dando hogar a muchas familias de beduinos, hasta que el explorador suizo Jean Louis Burckhardt (disfrazado como árabe y con la ayuda de un local) dio con ella en el año 1812.
A pesar de todos los descubrimientos y hallazgos que han hecho los arqueólogos en los últimos dos siglos, Petra aún alberga secretos, muchos de los cuales puede que nunca sean descubiertos.
Nuestro Primer contacto con los Beduinos
Llegamos a Uum Sayhoun desde el castillo de Karak conduciendo durante unas dos horas por pueblos bastante feos, con muchas casas a medio construir, suciedad y decadencia. Es un poblado situado a 5 km de Wadi Musa, que con sus 7000 habitantes es realmente la ciudad más importante cerca de Petra.
Era ya noche cerrada. Nos habíamos desviado para ver el castillo de Shobak y acabamos conduciendo por una carreterucha estrecha que nos hizo llegar aún más tarde de lo que habíamos calculado.
Nos saltamos completamente Wadi Musa y seguimos directamente hasta la dirección que teníamos de La Bella Beduina (nuestro supuesto alojamiento para las dos noches siguientes) con la esperanza de que nuestro casero estuviese allí.
Y así fue (menos mal). Ahmad, un beduino joven y guapo, con un llamativo pañuelo rojo y ojos pintados de Khol al estilo Jack Sparrow, nos recibió y nos enseño la estancia: una habitación enorme con zona de salón y baño privado, muy bien montado en la casa contigua a la de sus padres y que nos gustó mucho.
Incluso ya antes de la cena pudimos ver el tipo de vida que se gasta este hombre… Nos explicó que no había contestado la llamada porque estaba durmiendo. Había salido de marcha el día anterior y se había levantado esa sobre la 1 de la tarde. Nos dijo que ese es su plan habitual de vida: fiesta y vodka por la noche y después dormir toda la mañana. Pues ala.
Después de dejar las mochilas, nos sentamos en en suelo encima de unos cojines que había comprado en Abu Dhabi para tomar un té de bienvenida. Todo parecía amabilidad, pero en el fondo era una estratagema para vendernos la moto del lío que había tenido con la reserva: había hecho overbooking con nuestra segunda noche, así que tendíamos que irnos a la casa de su tía Fátima que, según él, era igual que La Bella Beduina (una pista: no lo era).
El cansancio que teníamos sumado a las armas de embaucador profesional que tenía el tío hicieron que aceptásemos todo sin pensarlo demasiado. Lo único que realmente queríamos era cenar, planear los dos días de visita a Petra y dormir.
Al cabo de un rato nos trajo la cena que había hecho su madre (deliciosa) y, rápidamente, nos abalanzamos sobre la fuente a comer mientras él nos iba explicando cómo nos recomendaba organizar los dos días siguientes.
Al final, le hicimos caso también en eso (lo que sí que fue un acierto) y configuramos nuestra visita de la forma siguiente:
- Día 1: su padre nos llevará en 4×4 hasta la entrada trasera de Petra. De esta forma podremos acceder, después de una pequeña ruta de trekking, al Monasterio, que es el punto más alejado de la entrada principal o la entrada intermedia. Llegaremos allí casi sin gente y podremos recorrer el recinto desde el final hasta la mitad evitando las hordas de turistas que se acumulan en las partes principales.
- Día 2: nos pegaremos un madrugón de infarto para cruzar el Siq, el famoso desfiladero que lleva hasta «El Tesoro» (la fachada más famosa) y, desde ahí, seguiremos visitando los edificios hasta el punto en el que habremos terminado el día anterior.
Con la cabeza llena de ganas e ilusión (y el estómago lleno de rica comida) nos metimos en cama para descansar y así estar al 100% para lo que sabíamos que sería un momento cumbre en nuestra vida viajera.
Lo que no suponíamos era que el burro de la familia iba a darnos la noche. No paró de rebuznar a la vez que sus compañeros del pueblo le respondían en la lejanía…
¡Arghhh!
El Camino hasta el Monasterio (Ab Deir)
Habíamos fijado la hora del desayuno a las 7.30 en la casa de los padres de Ahmad (la que estaba justo pegada a la nuestra, vamos), y así salir a las 8 con su padre a la dichosa entrada trasera.
Por si alguien tenía alguna duda, allí a las 7.30 no había ni desayuno ni intención de prepararlo. Yo empecé a ponerme un poco nervioso, y cuando ya recordaron que tenían que prepararlo no quedaba tiempo si queríamos llegar a Petra a una hora decente.
Así que comimos un trozo de pan, tomamos un té rápido y le dijimos al padre que nos llevase ya (eran casi las 8:15). No le debió parecer muy bien que tuviésemos «tanta prisa», pero si habíamos madrugado era para llegar pronto a Petra, y no para perder el tiempo con desorganizaciones beduinas.
Por supuesto, durante todo este lío, Ahmad estaba durmiendo la resaca del día anterior.
Finalmente, nos montamos en el 4×4 y pusimos rumbo a la antigua ciudad de los Nabateos.
Yo decidí (a pesar de que la temperatura era cercana a os 0 grados) ir en la parte trasera del remolque. Por un lado iba a disfrutar más del paisaje y, por otro, me libraría de morir asfixiado por el fumeteo incesante del padre de Ahmad.
A los cinco minutos de salir dejamos la carretera principal y nos metimos por un camino de tierra que fue poco a poco adentrándose más en el desierto.
Los paisajes eran espectaculares, con una luz muy bonita del sol mañanero que tenía pinta de acabar calentando bien a las horas centrales del día.
El precio de la entrada de Petra es de 50 JOD, 55 JOD o 60 JOD (en función de si se compra la entrada de 1, 2 o 3 días) y es fundamental llevar el pasaporte. Aunque nosotros la teníamos incluida en el Jordan Pass, nadie nos pidió en ningún momento el pase al acceder por la entrada trasera, y la única caseta que pasamos parecida a un «punto de control» estaba totalmente vacía.
Finalmente, llegamos al punto en el que tocaba empezar a andar. Lo agradecimos, porque ya teníamos ganas de sentir que éramos nosotros los que dominábamos la ruta y la situación, y no el devenir loco de los Beduinos.
Empezamos subiendo unas escaleras esculpidas en la montaña que nos iba descubriendo poco a poco la impresionante gama de colores de las piedras de la zona.
Éramos los únicos que habían tomado esta ruta. No es un camino complicado, pero requiere subir un poco de desnivel y caminar unos tres cuartos de hora a ritmo tranquilo.
Por el camino nos entretuvimos con las vistas del valle (que eran, como mínimo, espectaculares) y con parte de la fauna local: primero con un rebaño de ovejas que ocupaban un trozo del desfiladero por el que teníamos que pasar…
… y después con algún que otro burro (utilizados casi seguro como medio de transporte por locales que vienen hasta aquí para abrir pequeños puestos de venta de recuerdos y bebidas).
Al final del paseo, llegamos de golpe a la explanada donde el imponente Monasterio (Ab Deir) se erigía frente a nosotros.
El impacto fue mayúsculo (sobre todo para Natalia y para mí, que era la primera vez que poníamos un pie en Petra). Y pensar que hasta pocos meses antes yo creía que Petra se limitaba al desfiladero y a la fachada del Tesoro…
¡El sitio es inmenso! Y el Monasterio era solamente la primera de las muchas maravillas que íbamos a visitar en ese primer día de teletransporte al Imperio de los Nabateos.
La historia de este edificio de 47 metros de ancho y 48 metros de altura se remonta al siglo II d.C., época del reinado de Rabel II. Su diseño es similar al del Tesoro, pero áun más grande, y se construyó como cámara mortuoria para los nabateos.
Posteriormente, el vestíbulo se reutilizó como capilla cristiana en la época bizantina, grabándose cruces en la parte posterior y que dio pie al nombre actual: El Monasterio («Deir» en Árabe).
Eran las 10 de la mañana y había poquísima gente. Teníamos el sitio prácticamente para nosotros (por esto sí que te tenemos que dar las gracias, Ahmad), así que nos quedamos a disfrutar el lugar con calma durante una hora.
Nos hicimos fotos, nos acercamos a tocarlo, nos alejamos, nos tumbamos cómodamente en una zona elevada para verlo desde diferentes ángulos… Estábamos pletóricos con nuestro Monasterio privado.
Decidimos seguir la visita cuando llegó el primer grupo de chinos con sus palos selfies y política de dispersión y colonización.
El Desfiladero Central y el Triclinio del León
Desde el Monasterio, y siguiendo el camino inverso al de cualquier visita habitual que comience por cualquiera de las otras dos entradas, nos adentramos en el desfiladero que conduce hasta la enorme Calle Columnata.
Son más de 800 escalones que nosotros estábamos bajando mientras que casi todo el mundo estaba subiendo, jejeje. Por el camino nos detuvimos en primer lugar en una zona con un montón de puestos de telas y pañuelos.
Los tres caímos en la tentación de las compras (algunos más que otros), y yo aproveché para comprar algo que me iba a venir muy bien teniendo en cuenta la amenaza del sol: un verdadero pañuelo jordano que el vendedor me colocó muy amablemente y que ya quedó puesto para lo que quedaba de día.
Poco a poco seguimos bajando, sin apartar la vista de las paredes del desfiladero y sus maravillosas tonalidades rojas y rosáceas…
… ni de las múltiples cuevas que eran las viviendas de los beduinos cuando aún vivían en Petra. Parece ser que el poblado en el que nos alojamos (Uum Nayhoun) se construyó hace varias décadas para trasladar a los beduinos que aún estaban viviendo en Petra pero, a pesar de ya no vivir en el recinto de forma habitual, muchos de ellos aún tienen alguna cueva en propiedad que pueden usar de forma privada como se les antoje.
Como no, nuestro loco Ahmad también tiene una cueva en Petra, e incluso dos camellos. ¡Si es que este hombre tiene montado un emporio que ni Jesús Gil!
A medio camino del descenso hay un pequeño desvío para entrar a un sub-desfiladero (a mano derecha si se está bajando o a mano izquierda si se está subiendo) que conduce al Triclinio del León.
Se trata de una construcción conocida por los dos leones tallados a ambos lados de la entrada. La fachada está decorada con una franja de surcos (triglifos) y espacios (metopas) con una cabeza de medusa en cada extremo.
Para acceder hasta ella hay que hacer un poquito el cabra (poca cosa, nada complicado) y realmente vale la pena porque aunque el desfiladero esté lleno de gente, no muchos visitantes se desvían para llegar hasta la entrada del Triclinio.
En su interior hay dos bancadas y un nicho excavado al lado izquierdo y también, por supuesto, suciedad (Jordanian Style).
Volviendo al desfiladero principal nos encontramos con varias piedras que resumen bastante bien la gama de colorido que se puede encontrar en Pedra. Todas ellas son muy arenosas, por lo que resulta muy fácil hacer pintadas sobre otra superficie:
Petra estaba siendo mucho más impactante de lo que me esperaba.
Las Maravillas de la Calle Columnata
El desfiladero termina (o empieza) abruptamente en la Calle Columnata, una creación original de los nabateos como calle principal para el comercio y que fue posteriormente restaurada durante la ocupación romana en el siglo II d.C.
Originalmente dio cobijo a puestos que comerciaban con mercancías tales como incienso y mirra del sur de Arabia y del África oriental; pero también piedras preciosas, productos textiles y especias de la India.
Los romanos estrecharon y pavimentaron la calle original, decorándola con una doble fila de columnas y nuevas construcciones a ambos lados. Al final, el uso que se le dio fue el mismo que ya tenía en la época de los nabateos, pero con un aire «más romano».
Las evidencias arqueológicas sugieren que la calle fue de las zonas más dañadas durante los terremotos que asolaron Petra y las nueve columnas que aún quedan en pie han sido reconstruidas utilizando los trozos originales que se encontraron en el suelo.
Qasr al-Bint
Qasr Bint Far’un (Palacio de la Hija del Faraón) es el templo más importante y antiguo de Petra. Su nombre proviene de una leyenda local que dice que el mismo faraón que escondió sus riquezas en la Urna del Tesoro prometió a su hija en matrimonio al ingeniero que consiguiese desarrollar un sistema para llevar agua al palacio.
El monumento es cuadrado, está erigido sobre una especie de podio y fue el templo más importante de Petra. Hoy en día mide aún 23 metros en su punto más elevado.
Se cree que fue dedicado a Dushara, el dios más importante para los Nabateos y data del siglo I d.C.
El Gran Templo
El Gran Templo (también del siglo I d.C.) es un lugar estupendo para disfrutar subiendo y bajando por todas sus escaleras y explorando todas sus esquinas y partes.
Ocupa un área de más de 7000 metros cuadrados, haciendo de él la edificación más grande de Petra (¡y por goleada!).
Tras subir unas escaleras bastante monumentales, se llega a la primera de dos grandes zonas abiertas en diferentes alturas, siendo esta un patio flanqueado por decenas de columnas (algunas de las cuales han sido reconstruidas a partir de las piezas originales).
Las excavaciones han revelado que en la segunda estancia había un pequeño anfiteatro, probablemente destinado a asambleas o reuniones importantes.
Por todas estas características se cree que el edificio servía como complejo cívico bajo el patrocinio de la Casa Real Nabatea (lo que viene a ser un Civivox en Pamplona: Nabavox).
El edificio también contaba con un interesante sistema de drenaje y baños. Nosotros lo pasamos bomba columna arriba, columna abajo, callejón a la derecha, callejón a la izquierda… Es difícil imaginar cómo era el templo en su estado original pero, de alguna manera, la estructura que ha sobrevivido sigue guardando una buena parte de fuerza y de magia.
Además, tiene columnas, y a mí… ¡me chiflan las columnas!
Jabal Al-Habis
Para terminar nuestra primera incursión en Petra, Ahmad nos había recomendado que subiésemos hasta lo alto de Jabal Al-Habis, un antiguo y enorme (156m por 74m) fuerte construido por los Cruzados en el siglo XII d.C. sobre una estructura original de los Nabateos.
Aunque solo queden las ruinas, no es difícil hacerse una idea de lo imponente que debió ser este fuerte ubicado en un sitio tan estratégico sobre la ruta comercial procedente de Egipto.
Para llegar a lo alto del Al-Habis hay que coger un sendero que sale de la parte trasera del Gran Templo y se dirige hacia el oeste.
Al principio no hay más que un camino de tierra, pero antes de iniciar el verdadero ascenso hay una señal indicando cuál es el camino correcto.
Realmente hay que recorrer poca distancia para llegar al destino, aunque bajo el potente sol de las horas centrales del día conviene tomárselo con calma (y con mucha hidratación).
Ya desde los primeros minutos se tiene una vista muy buena del Gran Templo y las Tumbas Reales (que visitaríamos con calma al día siguiente).
Continuando sin pérdida, llegamos rápidamente a la «base de la montaña» que tenemos que subir para alcanzar las mejores vistas.
La ruta es sencilla y, más allá del cansancio que pueda generar el tener que subir escaleras, el único momento de impresión que hay es al cruzar una especie de pasarela de madera no excesivamente estable.
Aún así, son solo cinco segundos de adrenalina que conviene superar para llegar a la recompensa final, la magnífica vista sobre todo el valle donde está la zona central de Petra.
Se pueden distinguir perfectamente los templos que acabábamos de visitar (Qasr Al-Bint y El Gran Templo) y también la Calle Columnata y, a lo lejos, la Avenida de Las Fachadas.
Un sitio realmente único, potente y totalmente alejado de cualquier circuito turístico habitual.
Cuando llegamos arriba de todo estábamos en hora punta de afluencia de turistas al complejo, y en todo el tiempo que invertimos en subir, bajar, disfrutar de las vistas, maravillarnos con el color de las piedras y rocas, etc., solamente nos encontramos con una pareja que había subido simplemente para hacerse la foto y bajar.
Desde la cima de Al-Habis nos sentíamos como los Reyes Nabateos del Siglo XXI dominando todo su imperio.
Realmente impresionante, hay que reservar al menos una hora y media para subir, disfrutar del momento, y volver a descender.
Regreso a Uum Sayhoun y Traslado a la Fea Beduina
Otra de las cosas que se distinguían a la perfección desde lo alto del mirador era el poblado de Uum Sayhoun, hogar de nuestro loco anfitrión Ahmad… y nuestra próxima parada.
Desde ahí arriba teníamos una tirada de unos 4 kilómetros con un calor totalmente inesperado (en especial si tenemos en cuenta el frío de los dos días anteriores), así que nos lo tomamos con dignidad y nos pusimos en movimiento.
La primera parte fue sencilla: bajamos de Al-Habis y nos dirigimos a la «entrada o salida intermedia» de Petra (más o menos situada en la mitad de la Calle Columnata).
A partir de ahí, teníamos una subida nada despreciable siguiendo la carretera y sin ningún atisbo de sombra por el camino.
¡Horror! Intentamos trapichear con algún conductor que había allí para que nos llevase, pero nos dijeron que no podían, por lo que no nos quedó más remedio que caminar.
Se nos hizo algo pesado, pero cuando llegamos a la Bella Beduina y nos sentamos en el banco del porche con un sol mucho más benévolo dándonos en la cara, saboreamos un gran momento de felicidad.
Cuando apareció Ahmad recogimos todo nuestro equipaje y nos fuimos con nuestro propio coche hasta el nuevo apartamento. En ese momento le llamábamos «El Piso de la Tía Fátima», pero nada más entrar fue rebautizado como «La Fea Beduina».
Y no es que fuese especialmente incómodo ni sucio, pero carecía del encanto que tenía nuestro alojamiento original. Al final, negociamos con Ahmad y nos hizo un descuento por las molestias, aunque consideramos que debería haber sido aún mayor ya que fue desde el principio un lío de él y no nuestro.
En fin… Beduinos…
Cena y Puesta de Sol en Little Petra
Habíamos acordado con Ahmad ir a Little Petra (una zona cercana a la Petra real con un paisaje realmente precioso y cuevas de Beduinos pero sin la grandeza monumental de la real) a cenar junto a su cueva y así disfrutar de la puesta de sol.
Es innegable que el plan era maravilloso, y al final salió bien, pero por el medio tuvimos bastante parafernalia y desastrismo beduino.
En primer lugar, Ahamd necesita alcohol. Mucho alcohol. Según él mismo se alimenta de alcohol y cigarrillos (y no miente). Así que le encargó a un amigo policía que trabaja en Aqaba que le trajese unas botellas de vodka, ya que allí es mucho más barato.
Primero tuvimos que ir a reunirnos con este amigo y, después, ir a la tienda a comprar el avituallamiento para la cena.
El momento de la compra fue realmente genial, porque resultó que el dueño estaba casado con una española que se había venido a abrir su chiringuito en Petra, por lo que hablaba castellano… ¡y gallego!
Imposible pero cierto. El hombre era realmente amable y agradecido y nos estuvo contando un poco sobre lo que había visitado de España.
Cuando ya teníamos toda la compra hecha (o al menos eso creíamos), pusimos rumbo a Little Petra. No estaba lejos, realmente era por donde nos había llevado el padre de Ahmad esa misma mañana.
Como había que conducir por pistas de tierra con mucha arena, fue Ahmad quien condujo para evitar que se nos quedase el coche atascado pues él se sabe el camino de memoria y tiene mucha más práctica en esos terrenos.
El sitio elegido no podía ser mejor: tranquilidad, un paisaje precioso, una puesta de sol magnífica… pero la cena corría peligro: Ahmad se había olvidado el papel de aluminio y lo necesitaba para hacer el guiso.
¡Qué desastre! Se fue de vuelta al pueblo con el coche mientras nosotros nos quedamos como homeless debajo de un puente (en este caso debajo de una roca), con un frío creciente y amenazante y sin fuego para calentarnos.
Tras la puesta de sol y todas estas vicisitudes, la cena por fin estuvo hecha y pudimos comer y entrar en calor gracias al fuego, la comida y el vino.
El momento de la cena estuvo realmente bien. Ahmad nos habló de su vida loca, de su ex-mujer italiana que es piloto en Abu Dhabi, de su nueva novia australiana, que se quiere dedicar a vivir el momento y beber, etc.
Un personaje en toda regla. Al igual que sus dos amigos o primos que llegaron después ya bastante achispados por el alcohol y que, como mínimo, igualaban a Ahmad en locura.
Fue todo un sinfín de situaciones surrealistas pero que, puestas todas juntan, hicieron que nos riésemos mucho durante toda la cena e incluso después.
Aprovechando que los italianos que nos habían usurpado nuestra genial Bella Beduina llamaron por teléfono a Ahmad requiriendo su presencia, nos volvimos al poblado para ir a la Fea Beduina y poder descansar (teníamos programado levantarnos a las 5 de la mañana).
Ahmad les dijo que pasaría a recogerles en 20 minutos, pero está claro que su percepción del tiempo es diferente a la del resto de los mortales pues primero teníamos que recoger lo de la cena, salir con cuidado de Little Petra e ir hasta la Fea Beduina… Pero bueno, eso ya no era asunto nuestro.
Ya en nuestra habitación, preparamos todo para salir temprano por la mañana. Antes de acostarnos, Fátima nos invitó a tomar un té en la salita junto a una estufilla de juguete pero que daba mucho calor.
¡Menudo compendio de experiencias y anécdotas que tuvimos este día!
No sabíamos si la segunda incursión en Petra iba a ser igual de intensa, pero desde luego iba a ser difícil igualar todo lo que habíamos vivido en el primer día en Bedouinland.
Lo que está claro es que como todos los beduinos sean como Ahmad y su tropa, hay que tener ojo, porque resultó ser muy amable, listo y buen anfitrión… pero también embaucador y algo jetillas.