El broche final a Isfahan ha sido como la ciudad se merece: ¡de cine! Preciosas mezquitas y palacios y excelente compañía local y extranjera. Todas estas sensaciones han convertido a este rincón de Irán en uno de mis sitios favoritos del mundo.
Y Por Fin se Acabó el Rezar…
… y pudimos entrar a la mezquita Masjed-e Jameh. Yo fui un privilegiado y me pude colar con la ayuda de uno de los vigilantes el día anterior para presenciar un poderoso cúmulo de espiritualidad, pero no me quería perder tampoco la posibilidad de visitarla libremente y poder hacer unas buenas fotos de semejante monumento.
Salimos de casa de Marjan a las 9:50 para coger un taxi que nos llevase directamente a la entrada de la mezquita que es donde habíamos quedado con Íñigo. Y como no podía ser de otra forma, el viaje en taxi fue una de las revelaciones del día.
Un taxista muy risueño paró delante del apartamento y nos ofreció llevarnos por 150.000 IRR, lo que nos pareció más que genial. Entramos y descubrimos el coche más limpio de Irán y con la mejor música. Cuando le dije al señor taxista que la música era muy buena la puso a tope, bajó las ventanillas y fuimos hasta la Masjed-e Jameh a ritmo de Boney M, Michael Jackson y Laura Branigan asustando a la sección de la sociedad más conservadora.
Lo pasamos tan bien que decidimos darle 200.000 IRR que es en el fondo lo que habíamos pagado los días anteriores por un trayecto parecido, y tuvimos que insistir porque se negaba a aceptar más dinero del que habíamos apalabrado. ¡Estas cosas nunca ocurrirían en Europa!
Parecía haber poca gente en la mezquita así que no dilatamos la espera y entramos directamente tras pagar los 200.000 IRR (está claro que todas las visitas del país están regladas por el mismo patrón ya que los precios son siempre los mismos y los tickets son siempre iguales con la invariante foto de Persépolis).
¡Menuda pasada de patio! Se me hizo raro no encontrarme con los centenares de fieles del día anterior, pero así pude fijar la mirada realmente en lo artístico.
Y es que hay partes de la mezquita que tienen más de 800 años de antigüedad y su enorme tamaño la convierte además en la más grande de todo el país. ¡Arte a lo grande y con grandeza!
Lo primero que hicimos fue deambular sin demasiado rumbo por la plaza contemplando las preciosas fachadas y observando a los señores que estaban recogiendo las alfombras de los rezos de los días anteriores. En el centro, la Fuente de las Abluciones se sitúa estratégicamente en el punto desde el que mejor se contempla todo el conjunto donde destacan los mosaicos del siglo XV del Iwán Sur con la cúpula Nezam al-Molk.
Me encanta este tipo de arquitectura. Me parece mucho más evocador (sin querer desprestigiar por supuesto) que el arte cristiano. Quizás sea porque soy matemático y los motivos geométricos, tengan las manifestación que tengan, me atrapan y seducen instantáneamente; pero ésto me parece más atemporal y espectacular.
Justo cuando nos dirigíamos al interior llegó Íñigo y pudimos ver como nada más entrar se quedó fascinado, igual que nosotros quince minutos antes. Volvimos a recorrer la plaza presenciando alguna que otra curiosa escena y acto seguido decidimos pasar al Salón Principal o de los Rezos.
Aquí dentro la luz natural que se filtra estratégicamente llena la estancia con una luminosidad uniforme muy lograda que atraviesa las decenas de arcos y columnas que dan forma a esta enorme sala donde cabe más gente de la que uno se puede imaginar.
El tiempo pasaba sin darnos cuenta, mientras paseábamos y caminábamos comentando todos los detalles que íbamos descubriendo y lo contentos que estábamos de haber podido entrar aunque fuese al límite el último día de nuestro paso por Isfahan.
Antes de irnos cruzamos nuevamente el patio hasta el portal del Iwán Norte, que es casi igual de maravilloso que el que tiene enfrente. La pequeña sala que aquí se encuentra es una auténtica cucada. Así como la otra es enorme y muy austera, ésta está mucho más elaborada con motivos decorativos sobrios pero refinados y un gusto geométrico llevado casi a la perfección.
La mañana había volado. Salimos extasiados de la mezquita y casi sin darnos cuenta habíamos atravesado ya el laberíntico bazar que nos llevó hasta la plaza Naqsh-e Jahan. Aquí teníamos ya todo visto salvo la mezquita Masjed-e Imam, que también había estado cerrada los días anteriores por los rezos.
El Palacio Kakh-e Chehel Sotun
Como no teníamos claro que fuese a estar abierta optamos por ir primero al palacio Kakh-e Chehel Sotun, situado fuera de la plaza más o menos detrás del palacio Kakh-e Ali Qapu. La zona de entrada (creo que no hace falta que diga el precio…) no tiene gran cosa pero el palacio en sí es muy bonito.
Al cruzar el portal se llega al precioso y enorme patio que conduce hasta el verdadero palacio que data de mediados del siglo XVII (la época del Shah Abbas II) aunque al parecer sufrió una reforma casi completa años después a causa de un devastador incendio.
La parte más impresionante es el porche que da directamente al estanque, soportado por 18 esbeltas columnas de madera que sujetan un techo minuciosamente decorado con mosaicos de los que tanto me hacen disfrutar.
Desde aquí la vista es estupenda en todas las direcciones (arriba, abajo, frente, atrás, derecha e izquierda) ya que los detalles están en todas partes y no se pueden dejar escapar, incluyendo los jardines Bagh-e Chehel Sotun.
En el interior, el Gran Hall (Hall del Trono) contiene una rica colección de frescos y miniaturas que decoran la sala al nivel de casi no dejar ningún rincón libre.
Algunos me parecieron tan impresionantes e impactantes que quise hacer alguna foto buena con el trípode, pero un amable guardia vino a advertirme de que no podía usarlo (no tengo muy claro el motivo porque los instagramers compulsivos bien que podían usar su palo selfie, pero bueno…).
Es importante no olvidar rodear el palacio. Mucha gente se queda con los jardines principales, la terraza y el interior, pero el edificio es bonito por sus cuatro costados (cuando lo rodeamos nosotros no había absolutamente nadie ya que todo el mundo se queda solo con la fachada principal).
Bonitas ventanas, balcones y más pinturas decoran también las fachadas laterales de este bonito palacio de la era Safavid.
Comida Tradicional en Posición Tradicional
Cuando salimos del palacio ya eran las dos de la tarde. No sabíamos si la Masjed-e Imam estaba finalmente abierta o no, pero de estarlo hasta las 3 de la tarde no íbamos a poder entrar, por lo que optamos por comer que falta nos hacía.
Pasamos a preguntarle a nuestro querido Hossein (el vendedor de alfombras afincado en Vigo) por un buen sitio con comida tradicional, y nos recomendó uno con el mismo nombre que la plaza principal situado más o menos en un callejón que sale a la izquierda de Masjed-e Sheikh Loftollah.
Nos dijeron allí que teníamos que esperar media hora… No teníamos nada mejor que hacer así que nos sentamos en las escaleras mientras nuestras tripas rugían ferozmente (¡pero qué hambre por favor!). En ese rato conocí a un chico local muy amable que me explicó que la mezquita no iba a abrir seguramente hasta el día siguiente porque son muy lentos limpiando y ordenando… ¡pffff! Parece una odisea conseguir visitar la Masjed-e Imam.
Por lo menos la comida fue estupenda y el sitio muy curioso. Fue muy divertido comer en esta especie de macro-silla-mesa-plataforma tradicional. Comimos con dos holandeses que acababan de hacer un recorrido parecido al que quiero hacer yo en el Valle de Alamut, así que me pasaron el contacto del guía que habían tenido y que les había hecho buen precio.
Tarde de Vida Social
Como definitivamente la mezquita seguía cerrada optamos por pasar la tarde de despedida en la plaza tomando batidos de frutas y disfrutando de la vidilla social que parecía ir creciendo a pasos agigantados. Y es que los viernes son los días festivos y con unos espacios tan apetecibles y buen tiempo toda la ciudad se echa a la calle a disfrutar.
Fue muy gracioso cuando un grupo de niños con su profesor de inglés nos pararon para hacernos preguntas y así practicar el idioma. Lo de siempre, ¡decidimos ir de A a B pero por el camino nos pasan C, D, E y F!
Sobre las cinco y pico me llamó Mehrdad (el chico de couchsurfing con el que habíamos estado dos días antes) para decirme que se acercaba a pasar el resto de la tarde con nosotros. El tiempo pasó volando hablando de las prohibiciones de Irán y de los posibles castigos que hay si, por ejemplo, la policía detiene a alguien con unas cuantas copas (ilegales todas, por supuesto) de más.
Uno de esos posibles castigos son 100 latigazos, así que aunque es al parecer muy fácil conseguir alcohol en el mercado negro (y destilar vino casero, algo que se lleva mucho), los iraníes saben que es una actividad de alto riesgo (¡y tanto!).
Cuando empezó a oscurecer Íñigo se marchó al aeropuerto porque tenía ya el vuelo de vuelta a España y Mehrdad nos propuso ir al puente Pol-e Khaju pues parece ser que es uno de los sitios clave de congregación de gente en días festivos.
El horror de tráfico que tuvimos hasta el puente (y la odisea para encontrar sitio) fueron un presagio de la jauría humana que nos encontramos en el puente. Realmente fue algo totalmente genial. Medio Isfahan disfrutando al aire libre de su tiempo de relax, socializando en un entorno precioso.
La acústica de los arcos del puente es muy buena, por eso mucha gente se reúne en estos puntos para cantar canciones tradicionales.
Todo era muy mágico. Un colofón final de excepción para una ciudad que me ha llegado a lo más profundo. Definitivamente Irán está siendo toda una revelación (“The Revelation”, le llamamos) e Isfahan es sin duda uno de sus mayores exponentes. Ciudad preciosa y relativamente tranquila, con muchos parques y gente maravillosa. ¡Qué más se puede pedir!
Después de tomar unos batidos en una bonita terraza, Mehrdad nos acercó en su coche al apartamento de Marjan donde nos quedamos estos días. Decidió llevarnos por la circunvalación para que pudiésemos ver el monte Sofeh iluminado. Tiene que ser estupendo ver Isfahan en un día claro desde ahí arriba. ¡Queda apuntado en mi lista de futuribles!
Al llegar al apartamento pasamos un rato agradable con las dos chicas belgas que se alojaron estos dos últimos días con nosotros (también invitadas de couchsurfing de Marjan) y preparamos todo para irnos al día siguiente a Varzaneh a ver nuestro primer desierto de dunas de arena.
Mientras revisamos los horarios decidimos que íbamos a darle un último intento a la Mezquita del Imán (¡cuarto intento!) por la mañana antes de coger el autobús, a ver si al fin habían terminado de rezar y de limpiar…
Y la Espera Mereció la Pena
Cargados con las mochilas llegamos a Masjed-e Imam a las 10 de la mañana. Y sí, ¡la puerta estaba al fin abierta! Dejamos las mochilas en la taquilla (200.000 IRR cada uno again) y pasamos al interior. ¡Tres días de frustración y por fin estábamos dentro!
Lo primero que nos impactó es la profundidad del color azul que se puede ver en prácticamente todas las fachadas y mosaicos. El conjunto se ha mantenido prácticamente invariante desde su construcción a principios del siglo XVII.
Nos fue imposible apreciar toda la belleza del patio ya que estaban desmontando todavía los andamios que, supuestamente, habían colocado para los toldos que protegieron del calor a los que se pasaron encerrados aquí los tres días de marras.
Aún así, son evidentes la belleza y riqueza artística y arquitectónica de esta mezquita. Se mire hacia donde se mire todo merece la pena. Me ha encantado dejarme atrapar por el mar de paredes azules.
La zona del Santuario Principal es absolutamente deliciosa. Aquí el juego de la oscuridad con las columnas, arcos y la luminosidad que viene de la plaza es totalmente hipnotizante.
No había demasiada gente, así que pudimos disfrutar de Masjed-e Imam sin agobios y con tranquilidad.
Cuando nos dimos cuenta llevábamos más de una hora dentro y teníamos aún que llegar a la estación de autobuses y seguir nuestro camino. Queríamos aprovechar la tarde en Varzaneh. Atravesamos con mucha pena la plaza Naqsh-e Jahan por última vez.
¡Cuántas aventuras condensadas en poco más de tres días!
¡Hasta la próxima Isfahan!