En Irán las distancias son grandes y los desplazamientos pueden hacerse largos y pesados, por eso fue una buena idea aprovechar la tirada que teníamos desde Tehran a Isfahan para hacer un par de altos por el camino y estirar las piernas en lugares interesantes.
Nuestro plan era coger el autobús que sale de Tehran a Isfahan a las 7 de la mañana y parar en Kashan para juntarnos con Marco, un chico italiano muy animado que Noemí conoció en la larga y social cola de los visados del aeropuerto de Tehran. Desde allí un taxi nos iba a llevar a Isfahan parando en un pueblo con tradición muy antigua y otro par de sitios antes de llegar a nuestro destino sobre las 6 de la tarde.
Todo parecía muy apretado pero, increíblemente, los astros se alinearon y todo salió a la perfección, llegamos a tiempo a todas partes y los transportes fueron extremadamente puntuales.
La Bonita Mezquita de Kashan
El autobús salió de la Terminal-e Jonub de Tehran (los que casi no llegan puntuales a la hora prevista de salida, las 7 de la mañana, fuimos nosotros). Llegamos en metro ya que la Línea 1 para junto a la estación de autobuses, y nada más salir un amable iraní nos indicó cuál era el autobús que iba a Kashan (3 horas, 200.000 IRR).
Nos sorprendió el lujo y comodidad del autobús (¡nos dieron hasta un pequeño desayuno!) y la perfección del firme de la carretera. Para mí, después de las tortuosas vías del infierno de Kathmandu esto era como ir flotando.
Llegamos a las 10 de la mañana a Kashan, y habíamos quedado con Marco para salir de allí a las 11 de la mañana, con lo que teníamos tiempo de sobra para visitar la Masjed-e Agha Borzog, una relativamente moderna (siglo XIX) mezquita perfectamente simétrica que hizo las delicias de mi sentido matemático.
Consta de varias estancias y patios, una sencilla cúpula y los habituales minaretes. Esta mezquita es la prueba de que a veces las cosas poco elaboradas son igual de magníficas o incluso mejores que las más trabajadas.
Realmente no tiene mucho misterio. Una fachada principal decorada con preciosos mosaicos hacen la magia. No había casi turistas y además la entrada es gratuita.
Justo junto a la mezquita está la empresa de taxis con la que Marco había contactado para nuestra segunda parte del tour: de Kashan a Isfahan. Éramos tres y el precio total era de 1.500.000 IRR (500.000 IRR cada uno), con lo que nos salía casi más barato que el autobús e incluso teníamos la posibilidad de hacer un par de paradas que sin vehículo particular son casi imposibles de visitar.
Cargamos las mochilas en el maletero, conocimos a nuestro locuelo y divertido taxista y pusimos rumbo al sur. ¡A por nuevas aventuras!
Jardines Bagh-e Fin
Diez minutos después de salir tuvimos ya la primera parada: los jardines Fin diseñados para el Shah Abbas I (siglo XIX). Con el calor que hacía (y que claramente iba a ir aumentando a lo largo del día) el rato que pasamos paseando rodeados de agua y vegetación nos sirvió para meter un poco de fresco en el cuerpo.
No es una visita espectacular como otras, pero si se dispone de tiempo en Kashan (o se tiene un taxi privado que no tiene problema en parar un rato a pasear por aquí) es una buena forma de invertir 200.000 IRR en relajarse con la magia del agua y el arte Persa.
Como curiosidad, todo el agua que circula por los jardines proviene de la canalización de un manantial natural subterráneo y los cipreses que acompañan el desfile del agua tienen más de 500 años de antigüedad.
Abyaneh: Un Museo Viviente
La carretera hasta este pueblo es una mezcla de paisaje lunar con pura llanura leonesa en momento de máxima erosión y sequedad. Un paisaje montañoso pero muy gris, verdaderamente curioso, que en su tramo final rodea una supuesta instalación donde trabajan con uranio enriquecido que bajo ningún concepto se puede fotografiar. Ya solo el despliegue de elementos militares que la rodean imponen lo suficiente como para ni sacar la cámara de la funda.
Pero tanto el aburrido trayecto como el secretismo de la instalación militar compensan con tal de llegar a esta vieja villa tradicional que cuenta con más de 2500 años de historia.
Los edificios del pueblo están hechos fundamentalmente de una arcilla rojiza que le da a todo el conjunto un aspecto y color muy peculiares.
Sus callejuelas van sorteando las distintas casas que parecen a la vez tener formas geométricas completamente aleatorias pero perfectamente encajadas. Son como piezas de puzles diferentes que, de repente y bajo un extraño magnetismo, parecen formar un todo armónico y bien planificado.
La escasa población conserva una cultura y tradiciones que se notan en los vestidos tradicionales, el dialecto que hablan y en la forma de vida.
La mejor forma de descubrir Abyaneh (hay que pagar una entrada de 100.000 IRR) es dejarse llevar por los sentidos y deambular por sus calles y recovecos sin rumbo ni dirección prefijada. El pueblo en sí hará el resto, dejando descubrir a los visitantes sus encantos tanto visuales como humanos.
Pasear por Abyaneh es pasear por una reliquia viviente de la antigua Persia.
Otros Altos en el Camino
Lo pasamos muy bien con nuestro conductor, todo hay que decirlo. Estaba como una cabra, pero era muy gracioso. Nos explicó como a los iraníes les encanta hacer “photocopies” de todo. Al parecer, muchos de los coches que veíamos de marcas supuestamente conocidas eran copias o réplicas de esos modelos fabricados en Irán.
Fue realmente divertido porque cuando paramos en Natanz a comer pedimos unas Coca Colas y realmente lo que nos pusieron eran photocopy de Coca Cola. ¡Todo es nuevo y curioso en Irán! Parece que cada día va a estar siempre lleno de anécdotas y situaciones geniales e inesperadas.
En Natanz también visitamos la Masjed-e Jameh. Una mezquita pequeña y realmente cuca, al menos por fuera, ya que no pudimos entrar porque estaba cerrada. La visita valió igualmente la pena.
Realmente todo Irán está lleno de mezquitas que se llaman Masjed-e Jameh, ya que literalmente el nombre significa “Mezquita del Viernes”. De todas las mezquitas que pueda haber en una ciudad, las Jameh son las más importantes ya que es donde los hombres se reúnen todos los viernes (el día festivo para los musulmanes) para rezar guiados por el líder que en los sitios más importantes puede incluso llegar a ser un Ayatollah.
Cerca ya de Isfahan paramos en la ultima visita incluida en el tour: El Caravanserai de Isfahan. En el panfleto parecía algo súper épico pero realmente no es más que una bonita estación de servicio que, en vez de ser como las feuchas y cutres que tenemos en España, es un antiguo albergue para viajantes y sus caballos reformado en un bonito patio con tiendas a su alrededor y un par de restaurantes.
Desgraciadamente ninguna tienda vendía cosas de comer, era todo más bien productos de artesanía y semejantes.
Y, finalmente, más o menos sobre la hora prevista llegamos a Isfahan. Marco se quedó en un hostal de la calle principal pero nosotros teníamos una estupenda couchsurfer esperándonos ansiosa en el sur de la ciudad, junto al barrio Armenio.
Marjan es una moderna chica iraní. Es artista y, junto con otras amigas artistas, tiene una pequeña galería donde exponen sus diferentes trabajos con diferentes materiales (espejos, carteras, ropa, llaveros…). Todo muy bonito y realmente original.
Nos quedamos en un mini apartamento (¡con cocina y todo!) semejante a un estudio bajo la galería. Esto es realmente increíble, ¿es que Irán y su gente no van a dejar de sorprenderme?
La ciudad tiene una pinta maravillosa y estaremos aquí tres días enteros para explorarla con calma y poder empaparnos de toda su belleza, cultura y, cómo no, su gente.
¡Ansioso por ver qué nuevas sorpresas nos esperan en Isfahan!