Estos días en Yogyakarta hemos podido visitar tres joyas de la humanidad: los templos hindúes de Prambanan, Ratu Boko y Borobudur.
Empezamos por Prambanan, una especie de Angkor Wat en versión indonesia.
La entrada es bastante cara para los estándares del país (340.000 IDR – 25 € para el pase combinado de Prambanan y Ratu Boko). Eso sí, el precio se reduce un 90% para los que no sean “bule”, es decir, los indonesios (34.000 IDR – 2,4 €). Aún así, yo conseguí un descuento del 50% gracias a mi carné de estudiante (ejem ejem…). No ponen ninguna pega y aceptan el carné de cualquier universidad, esté en el idioma que esté.
Estos templos son el mejor ejemplo del pasado hindú de la isla de Java. Todos los edificios se construyeron entre los siglos VIII y X durante un período muy creativo para las dos grandes dinastías que mandaban en la isla. Aún así, no mucho tiempo después de su construcción, los templos fueron abandonados cuando los reyes hindúes del momento se trasladaron al este de Java.
Se cree que un gran terremoto tuvo lugar en algún momento del siglo XVI, llevándose consigo muchas de las edificaciones. Los saqueadores y gente local en busca de piedras para sus propias construcciones aceleraron el deterioro. En los años treinta se inició al fin reconstrucción, pero el fuerte terremoto que sacudió toda la zona en 2006 hizo que varias de las construcciones se viniesen abajo de nuevo. No obstante, las han reconstruido casi todas con las piedras originales (aunque aún les queda trabajo por hacer).
La visita es espectacular. Para mí fue importante obviar las hordas de gente que había y dejarme llevar por la magia ancestral del lugar. Para poder disfrutar bien del templo es importante reservar al menos dos horas para recorrer todas las construcciones, murales y estatuas. Realmente da para mucho ya que los detalles son impresionantes. Hay un sinfín de murales relatando el Ramayana y otras situaciones y leyendas hindúes.
Entre las muchas claras representaciones, destaca una estatua dedicada a Ganesha, el hijo de Shiva con cabeza de elefante.
Es algo tan diferente a lo que estamos acostumbrados en Europa (siempre con iglesias y catedrales a vueltas) que ejerce un fuerte poder hipnotizador para aquel que se deje llevar por su historia y belleza.
Además, dentro del recinto (incluido en la entrada, me refiero) hay otros tres templos secundarios para visitar, pero a nosotros ya no nos dio tiempo porque queríamos llegar tranquilos a Ratu Boko para ver desde allí la puesta de sol (antes de que las hordas de indonesios se nos adelantasen).
Este templo-palacio cercano a Prambanan, Ratu Boko, es mucho más modesto ya que realmente lo que queda en pie son unas pocas ruinas y mucha especulación sobre cuál sería el uso de cada estancia. No obstante, el enclave es magnífico y después de ver la majestuosidad de su vecino es una buena forma de acabar la jornada sin mucho ajetreo.
De lo que queda, se sabe que una de las edificaciones era el crematorio y que también contaba con una serie de piscinas en diferentes niveles.

Entrada y crematorio de Ratu Boko
Tuvimos la suerte además de ver una pequeña representación de una danza regional a cargo de tres niños. La que cantaba y dirigía la danza se empeñó en que yo fuese al centro de la actuación a sentarme con ellos… así que allí me puse. Después cada vez que pasábamos por delante decía por el micrófono : «hello Mr. Mario from Spain!». ¡Están locos estos indonesios!
Con el Palacio completamente recorrido y las piernas algo cansadas, buscamos un buen sitio para sentarnos y esperar a que llegase el fin del día.
La puesta de sol desde lo alto de la pequeña colina en la que está este templo-palacio es, en efecto, un regalo para la vista, que hace que valga la pena planear bien el recorrido por la zona, como hizo nuestro generoso couchsurfer, para acabar así: a lo grande.
El colofón final a estos cuatro días de maravillosa multiculturalidad gracias a couchsurfing, fue la visita a Borobudur la mañana del último día en Yogyakarta. Para esta visita añadimos dos nuevas nacionalidades al grupo: Mateo de Italia y Max de Chile, ambos alojados con Argha.
Pasamos así de ser 7 a ser 9 y de necesitar 4 motos a necesitar 5 para movernos. Como siempre íbamos entre coches, por arcenes, con adelantamientos imposibles y demás locuras que he criticado durante toda mi vida, establecí un método para no perdernos (porque está todo muy mal indicado) que acabamos llamando el sándwich de bule. Rizki y Argha irían cada uno en una moto, uno delante y otro detrás y, en el medio, las otras tres motos pobladas exclusivamente por bules, así no había forma de perderse.
Con respecto a la conducción pseudo-temeraria, he llegado a la conclusión de que conducir aquí siguiendo las reglas es contraproducente y, realmente, peligroso. En Indonesia se conduce como se conduce, de forma caótica. Pero es en el fondo un caos ordenado que les funciona, así que si no te dejas llevar por él e intentas evitar unirte a la masa, acabará llevándote por delante.
Tras una hora y media de moto, llegamos a una entrada que bien podía ser de Port Aventura o Disneyland. Una vez más, la horda de indonesios (porque de todos estos turistas que nos estamos encontrando sólo el 5% aproximadamente son extranjeros) estaba presente, lo que nos chafó la ilusión de disfrutar de uno de los templos más importantes del mundo de forma tranquila.
Después de pagar la entrada (300.000 IDR para bules y 30.000 IDR para locales pero una vez más con posibilidad de usar el carné e estudiante para un 50% de descuento) pasamos al recinto rodeados de animadores disfrazados de Doraemon, Hello Kitty y Mickey Mouse (¿en serio era necesario?)
Cada paso que dábamos hacía que nos sintiésemos más frustrados, hasta que Borobudur hizo su aparición en escena y nos dejó con la boca abierta. Es difícil describir lo que evoca o reflejar en fotos todos sus encantos. Borobudur hay que vivirlo.
Construido por la dinastía Sailendra entre los siglos VIII y IX utilizando aproximadamente 60.000 metros cúbicos de piedra, ha sobrevivido hasta la fecha a innumerables terremotos, erupciones del volcán Merapi e, incluso, ataques terroristas. Su nombre puede que derive de Vihara Buddha Uhr, que significa «Templo Budista en la Colina».
Al igual que le ocurrió a Prambanan, el templo fue abandonado con el declive del budismo poco después de su finalización, pero increíblemente aguantó bastante bien hasta su restauración y puesta a punto en cuestiones de seguridad en la segunda mitad del siglo XX.
Borobudur se construyó como una visión Budista del cosmos plasmada en piedra, empezando en el mundo terrenal y ascendiendo hasta alcanzar el nirvana.
Durante casi tres horas estuvimos recorriendo sus distintos niveles y admirando sus muchos paneles tallados en piedra con un sinfín de distintas representaciones. Completar todos los pasillos de Borobudur equivale a caminar 5 kilómetros, pero vale la pena para no dejarse nada atrás. Los omnipresentes Buddhas, siempre en posición de meditación marcan el camino.
En el último nivel hay 72 Buddhas sentados dentro de estupas cerradas. La disposición circular y el misticismo que rodea el ambiente consigue teleportarte a un estado de tranquilidad total.
Uno de ellos, el único descubierto, se considera el Buddha de la suerte.
Tras mucho pateo, recorrer con calma todo el complejo y toneladas de fotos con los turistas indonesios, nos tumbamos 15 minutos en la hierba a maravillarnos con la visión global del templo. Al poco rato, vimos como una niña curiosa nos espiaba desde detrás de un árbol… ¿será una emisaria de Buddha?
Es muy curioso esto de las fotos con los indonesios. Nos ha pasado en todos los sitios, pero en Borobudur ha sido ya un exceso. Creo que aproximadamente en esas tres horas me habré hecho fotos con más de treinta grupos distintos de personas… “Mister, Mister, take a picture”. ¿Qué les podrá motivar a querer que un completo desconocido aparezca en las fotos de sus vacaciones? Creo que les intriga el que seamos tan blancos y tan altos (el holandés, el chino, el italiano, el chileno, las belgas y yo) porque si no es así, no me lo explico. Además se acercan con tal amabilidad, ilusión y sonrisa que es imposible decirles que no.
La conclusión es que Borobudur es una pasada. Es imposible seleccionar murales ya que todos tienen algo curioso y diferente.
Esta misma tarde cogeremos un autobús nocturno para ir a Probolinggo. Se acerca la ruta al volcán Bromo y el pasaje a Bali, ¡nueva aventura!.
Aún así, será difícil superar todo lo vivido y aprendido con este curioso grupo de extranjeros capitaneado por la infinita bondad de Rizki y Argha.
Todos estos momentos se los debemos a ellos dos y al proyecto de Rizki de conseguir un turismo realmente basado en la gente local a través de su plataforma journesia.
¡Hasta la próxima, Yogyakarta!
Qué bien, Mario! Podemos disfrutar de lo que tú estás viviendo. Son lugares súper interesantes y fotos muy chulas.
Me gustaMe gusta
Gracias Miguel! Espero que sigas encontrando interesantes las próximas entradas! 😃
Me gustaMe gusta
Mario me está encantando todo lo que cuentas. Te voy a votar bloggero del año favorito. Voy a por la siguiente entrada. Besos!!!
Me gustaMe gusta
Muchas gracias por todo tu interés Cristina! 😀 ojalá te siga gustando!
Me gustaMe gusta