Último día de la travesía. Hoy hemos esquiado primero atravesando bosques en ascenso, en perfecta tranquilidad y armonía con la naturaleza y el deporte.
Esta es la mejor parte para mí del esquí de fondo: te permite hacer un ejercicio muy completo, en escenarios naturales, majestuosos y, en general, en relativa tranquilidad. En Laponia en concreto, puede pasar hasta media hora sin cruzarte con ninguna otra persona esquiando, y esa sensación de paz interior y desconexión es impagable.
Después de una buena ascensión llegamos a la primera parada del día: Hannukuru. Una cabaña con unas escaleras congeladas que permiten el acceso a ella y que parecen más una trama mortal que una ayuda… En esta cabaña nos encontramos con otro grupo de esquiadores (alemanes, of course) pero con mayor interés en entablar conversación con no-alemanes que los de mi grupo. ¡Ya me había olvidado de lo que era hablar con seres humanos!
Desde Hannukuru proseguimos la ruta hacia Pyhäkero, que sería nuestra próxima parada. Se nota que llevamos en total más de 220 kilómetros acumulados en los últimos días, porque mi mente empieza a visualizar más los descansos que los tramos de esquí. Aún así, queda una buena tirada hasta Hetta, que es el destino final de la travesía de esta semana. Lo que no podría suponer es que la naturaleza me iba a dar una sorpresa final antes de terminar el recorrido.
Con energías recuperadas después del descanso en la cabaña de Hannukuru, seguimos esquiando por una llanura hasta que salimos del bosque y entramos en la inmensidad de Tunturi Fell, un paisaje completamente diferente a lo que estábamos acostumbrados.
Primero empieza a desaparecer la poca vegetación que ya quedaba, y se empieza a vislumbrar en el fondo las montañas de merengue que forman Tunturi Fell.
Atravesando esta zona, desolada en cuanto a vegetación, aparece un curioso árbol al estilo «ultimate survival», en lo alto de una ladera. Al acercarme a este árbol para hacer una foto, nos damos cuenta de que al fondo hay un grupo de renos (aún no habíamos visto ninguno en libertad, aunque sí unos cuantos en la cazuela de nuestras cenas).
Sin dudarlo ni un momento, empiezo a esquiar ladera arriba para acercarme a los renos y hacerles unas fotos. Ellos están a lo suyo que es rebuscar en la nieve para encontrar algo de comida, así que se dejan fotografiar sin ningún problema y me dejan disfrutar durante un rato de su compañía.
Y así, después de todas estas maravillas del día de hoy, llegamos a Hetta tras haber esquiado 47 kilómetros, donde nos recogen en una furgoneta para llevarnos de vuelta al punto de partida original, Rauhala, y dar por finalizada la travesía de 240 kilómetros.
Mañana emprenderé el viaje de vuelta a España con la satisfacción de haber disfrutado de una semana en un entorno salvajemente tranquilo, en la que he podido hacer hasta cansarme mi deporte favorito en las mejores pistas de esquí del mundo y en la que he podido comprobar que cuando estás haciendo algo que realmente te gusta, si la gente que está a tu alrededor no te hace caso, en el fondo no es tan grave.
Será un intenso viaje de vuelta. Dejaré Rauhala en Laponia en autobús para llegar tres horas después a Rovaniemi, donde pasaré la tarde. Por la mañana temprano cogeré un avión hasta Helsinki, haré el transbordo, y un segundo avión me llevará a Madrid, donde espero llegar sobre las 21.00. Ahí esperaré cuatro horas hasta la 1 de la madrugada para coger un Alsa que me llevará (haciendo transbordo en Soria a las 5 am) hasta Pamplona. La hora prevista de llegada es las 06.30 am, con lo que tendré el tiempo exacto par llegar a casa, ducharme, desayunar e… ¡ir a trabajar! Non-Stop.
No sé cuándo volveré a hacer una incursión lapona de este estilo, pero no creo que puedan pasar más de dos años sin que me vuelva a entrar el gusanillo 😉
Nos vemos en el infinito!