¡El comienzo de esta aventura no ha sido un día relajado ni mucho menos! Si viajamos hasta el fin del mundo para esquiar, había que aprovechar el tiempo al máximo.
A Ivalo llegamos sobre las 8 de la mañana en nuestro avioncillo de Finnair. Es un aeropuerto muy, muy pequeño (para quienes hayan estado, el aeropuerto de Vigo es un campo de fútbol a su lado).
De la cinta de equipajes salían esquís, y esquís… y más esquís. Está claro que aquí la gente viene a lo que viene, ¡estamos en el sitio adecuado! Cuando ya teníamos todo nuestro equipaje con nosotros, salió nuestro mega-pack. Todos (los 5 equipos) iban juntos en un único bulto para que resultase más sólido y evitar daños.
Allí nos estaba esperando también el jefe de Sama Expediciones, Luis, que nos dio la bienvenida y nos explicó un par de cosas. Fuera nos esperaba un autobús que nos llevaría a Saariselkä, nuestro campamento base para esta semana.
Una hora después estábamos en Saariselkä. Fuimos directamente a nuestro apartamento para descargar el equipaje y preparar el material. Es muy amplio, con tres dormitorios, cocina, dos baños, un macro-salón con chimenea, y todo distribuido en dos pisos. La idea además era esa… preparar el material y acomodarnos, pero teníamos muchas ganas de ponernos los esquís. Alguien propuso salir a dar una vueltecilla para probar la nieve, ver un poco las pistas, etc…
¡Lo que yo no suponía era que esa vueltecilla de un día en el que no habíamos dormido prácticamente nada por los cambios de avión, viaje y demás, se iba a convertir en una ruta de 27 kilómetros!
Este primer día me sirvió para familiarizarme con el entorno y entender (al fin) lo que es el esquí de fondo DE VERDAD. Grandes itinerarios, con subidas, bajadas y llaneos, rodeados de paz, tranquilidad, majestuosidad de paisajes y nieve, mucha nieve.
El plan diario que seguiremos en cada ruta incluye distintos tipos de paradas: por un lado están las cabañas de uso totalmente público en las que suele haber una pequeña chimenea y fuego para asar salchichas o cualquier otra cosa. Pero también hay otro tipo de cabañas, más grandes, que funcionan a modo de cafetería, donde puedes comer y beber y poner a secar la ropa cerca del fuego central. En nuestras riñoneras llevaremos siempre bebida y algo de comer (gallegas, barras energéticas, chocolate…) pero la comida diaria la haremos siempre en una de estas bonitas cabañas.
Pues eso… al final la vueltecilla se convirtió en una ruta de 27 kilómetros que disfrutamos de principio a fin. Después de tanto ejercicio, hicimos una visita al supermercado de la ciudad (que resultó ser bastante grande, por cierto), para comprar cosas para tener en el apartamento. Yo, como gran fan de la leche y el colacao, me preocupé por buscar lo más parecido a leche entera de verdad, y acerté a la primera. ¡Deliciosa!
Después de cenar nos reunimos alrededor del mapa para ver el recorrido pensado para mañana. Haremos aproximadamente 30 kilómetros. Bien. Después de 27 km hoy, 30 km no puede ser muy complicado.
¡A ver cómo amanecen nuestros cuerpos después de este tute!