Con sus perfectas y casi desiertas playas, Eleuthera representa un paraíso en toda regla. Aunque se escapa de presupuesto para casi todos los mortales, es posible hacer una pequeña incursión sin suponer la ruina total.
Y es que buscar un alojamiento aquí asusta a cualquiera… Prácticamente todo son pequeñas cottages de lujo, costando la más barata que vimos (por cotillear, porque nunca fue nuestra idea pernoctar aquí) unos 200 USD por noche y por persona. No comments.
Aún así, estando en Bahamas, Eleuthera es un punto clave que nadie debería perderse. Un día entero es suficiente para dejarse seducir por sus encantos y pasear tranquilamente por sus bonitas calles coloniales y sus playas de arena rosada.
Para llegar hasta aquí, reservamos un vuelo de ida y vuelta en el mismo día con PinneapleAir, una de las varias compañías locales que operan entre islas. La broma nos salió a 150 USD por cabeza, pero en Bahamas todo funciona así, a lo grande en cuanto a cuestiones económicas.
Nada más llegar al aeropuerto de North Eleuthera, cogimos un taxi para ir a ver The Glass Window Bridge, una de los enclaves más famosos de la isla.
Conocido muchas veces como «el sitio más estrecho del planeta», The Glass Window está al norte de Gregory Town y se trata de un estrecho puente artificial que reemplaza al original, natural y rocoso destruido por un huracán. Desde aquí, se puede observar un fenómeno bastante impactante, ya que a un lado se ve claramente el azul oscuro e intenso del Océano Atlántico al que tanto estamos acostumbrados, y al otro lado el precioso color turquesa del Mar Caribe… ¡y entre unas aguas y otras habrá poco más de 40 metros!
Caminando un poco más, se puede llegar a una caída en vertical (en concreto al Océano Atlántico) que gustará a los entusiastas de las alturas y el cabrerío como yo.
Satisfechos con nuestra primera parada, volvimos al taxi que nos estaba esperando para llevarnos hasta el punto del que salen los water-taxis de North Eleuthera con destino a la pequeña Harbour Island, con muchas ganas de ver esas playas de la que tanto habíamos oído y leído.
Y al final todo era cierto.
Llegamos a Harbour Island en un pequeño bote dispuestos a hacer el clásico de la isla: ¡alquilar un cochecito de golf! Y es que aquí no hay ningún otro medio de transporte. Al principio nos sentíamos un poco estúpidos y la situación pintaba ridícula (ir deambulando por la isla en ese carricoche), pero le cogimos rápidamente el punto y el gustillo y disfrutamos «conduciendo» de un lado a otro.
Sin perder tiempo, nos dirigimos a la Pink Sand Beach. Una vez allí, aparcamos el carricoche y un pequeño camino arenoso nos llevó directamente a la playa…
¡Menudo espectáculo! Para empezar, no había absolutamente nadie. La playa era totalmente nuestra, y no se trataba precisamente de una calita de 100 metros de longitud, no no, una señora playa, perfecta, preciosa, apuntando al Océano Atlántico, con arena fina, limpia y reluciente.
Después de toda la vida en las fabulosas y naturales playas de Galicia, al fin le había encontrado una digna rival a mi amada playa de Barra: Pink Sand Beach.
Aquí nos relajamos un buen rato y nos dimos un baño saboreando la sensación de playa-paraíso perdida, lejos del ruido de las ciudades.
Con sensación de felicidad extrema, volvimos a nuestro peculiar método de transporte para pasar el último rato en Harbour Island paseando por Dunmore Town (el único núcleo de población con unos 1700 habitantes), entre bonitas edificaciones coloniales.

Las casas de Dunmore Town, en Harbour Island
En resumen, Eleuthera es una desconexión absoluta, paraíso dentro del paraíso, al que vale la pena asomarse y dejarse arrastrar por la marea de sus limpias y cristalinas aguas.